Según la revista Forbes, Bill Gates es el donante más generoso del mundo. Sin embargo, Microsoft elude impuestos y evade capitales.
Bill Gates, el hombre más rico del mundo y fundador del coloso informático Microsoft, ha decido donar unos 4.600 millones de dólares en acciones de su propia compañía.
Las acciones de las que se deprendió el multimillonario representan un 5% de su activo, valuado, por tanto, en más de 90.000 millones de dólares. Cifras astronómicas, pues se necesitarían muchas vidas para gastar tanto dinero si se convirtiera en líquido.
No es la primera vez que Bill Gates y su esposa Melinda hacen un donativo de este tipo. Desde fines de los ’90 se estima que la pareja se ha desprendido progresivamente de unos 50.000 millones de dólares, en acciones y en dinero líquido. En gran parte, los bienes han sido destinados a la Fundación Bill & Melinda Gates dedicada a proyectos filantrópicos contra problemáticas sociales, como el hambre o la falta de salud.
Que alguien dotado de una inmensa fortuna posea este tipo de sensibilidad merece siempre el plauso general. Sin embargo, este tipo de actitudes –que, reitero, es bueno rescatar– dejan perplejos porque revelan cierta dualidad de comportamientos. Microsoft es una empresa que, junto con otras 50 compañías como Cisco, Google, Ibm, Apple…, suelen tener problemas en el pago de impuestos. Según la Ong Oxfam América, entre 2008 y 2014, estas firmas han llevado a paraísos fiscales unos 450.000 millones de dólares. Microsfot ha tributado impuestos sus beneficios, pero arreglándoselas para que sean calculados sobre su base mínima. El lobby instalado en el Congreso de los Estados Unidos por estas marcas les ha beneficiado con la reducción de impuestos y mejores accesos a créditos ayudas pagados por los contribuyentes. Su evasión fiscal supuso 110.000 millones de dólares menos al año en los Estados Unidos y otros 100.000 millones que no ingresaron en las arcas de países en desarrollo.
La idea de que el don, la reciprocidad, se practican por fuera del mercado, es decir, por fuera del modo sistémico de hacer economía, es propia de la filantropía. Es una visión que no alcanza con percatarse de cierta esquizofrenia: ser un egoísta interesado por sus beneficios a la hora de hacer negocios, para luego volverse sensibles y humanos ante ciertas problemáticas.
La filantropía no necesariamente supone una relación con el otro para hacer el bien, es unilateral, aunque decida construir un hospital. Es muy diferente de la reciprocidad, que interviene en las relaciones que son parte de la dinámica del mercado. ¿Cuántos problemas podrían resolverse pagando los impuestos que corresponden, morigerando el afán de ganancias, no evadiendo capitales y reinvirtiendo en el país que permitió generarlos? Muchos, acaso la gran parte.
Por ello, la filantropía es buena. Pero lo óptimo es la reciprocidad: dentro del mercado. Reciprocidad con el Estado, con los propios trabajadores, con la competencia, con proveedores, con el entorno social asumido como responsabilidad… Hay mucho que se puede hacer.