La diversidad ayuda a la economía; la segregación no

La diversidad ayuda a la economía; la segregación no

Es necesario diferenciar los dos conceptos y fomentar la integración.

“Los opuestos se atraen” reza el dicho popular. Pero no siempre es así. A decir verdad, los opuestos no se atraen casi nunca. La ley fundamental de la dinámica de las interacciones sociales es que la atracción se da entre los semejantes y no entre los distintos.

A este principio se le llama homofilia: amor (philia) por el igual (homo), según la definición introducida en los años cincuenta por Paul Lazarsfeld y Robert Merton. Desde las antiguas sociedades de cazadores-recolectores hasta nuestra vida en la infosfera digital, la homofilia guía nuestras elecciones: los compañeros con los que realizamos una batida de caza en la sabana, los amigos con los que compartimos las fotos de las vacaciones en las redes sociales, el barrio en el que vivimos o la escuela infantil en la que matriculamos a nuestros hijos.

En los Estados Unidos menos del 1% de los ciudadanos blancos se casa con una pareja de color, a pesar de que los negros representan casi el 10% de la población total. Del mismo modo, menos del 5% de los negros se casa con un blanco, aunque casi el 60% de la población sea blanca. Más allá de estos datos, casi triviales, la cuestión de la homofilia puede acarrear otras consecuencias más profundas. Pensemos por ejemplo en la estructura de los barrios de nuestras ciudades, sobre todo en aquellas que en el pasado han sufrido intensas oleadas migratorias. En todos los grandes centros de los Estados Unidos, por ejemplo, hay una “Little Italy” o una “China Town”, junto a innumerables barrios de origen irlandés, alemán o nórdico.

En los años de las grandes migraciones, estos centros crecieron numéricamente muy deprisa debido a la atracción de inmigrantes europeos que se establecieron en diferentes lugares de las mismas ciudades, generalmente más pobres y de peor fama. Los inmigrantes de las oleadas sucesivas, año tras año, se sentían naturalmente atraídos hacia los barrios donde era más fácil hablar su lengua, celebrar las fiestas de sus santos patronos o comer la misma comida; donde había más probabilidades de encontrar amigos o parientes. De este modo, la homofilia fue plasmando las grandes ciudades y las costumbres de millones de personas, así como sus prejuicios y temores.

Un fenómeno parecido se está produciendo desde hace años entre nosotros. Vemos como barrios enteros se vacían de indígenas locales y son ocupados progresivamente por inmigrantes procedentes de África o de Asia, en un proceso acumulativo que el Nobel en economía Thomas Schelling define como “tipping-in / tipping-out”. La consecuencia es una forma de segregación en la mayor parte de los casos involuntaria. Basta un nivel incluso muy bajo de homofilia (entre el 5% y el 20% según algunas estimaciones empíricas), para atraer a una familia extranjera a un vecindario donde ya vive una familia de la misma nacionalidad, o para que una familia indígena decida dejar su barrio de origen y alquile su casa a una familia inmigrante.

El efecto neto es: una familia indígena menos y una familia extranjera más. Con el crecimiento del número de familias extranjeras cada vez es más conveniente abrir negocios de cuño étnico: un restaurante o un pequeño supermercado donde antes había una pizzería o una charcutería. De este modo el proceso de modificación continúa, no por una voluntad segregadora o por un complot de sustitución étnica financiado por Soros, sino en base a una preferencia, incluso limitada, por el semejante, tanto por parte de los antiguos residentes, que tienden a trasladarse dejando casa y actividades (tipping-out) como por parte de los nuevos residentes que encuentran nuevos espacios y vecinos afines (tipping-in). En unos pocos años, barrios y zonas enteras de nuestras ciudades adquieren una estructura étnicamente, religiosamente y lingüísticamente segregada.

Esto tiene un efecto importante también en el ámbito de la educación. En las escuelas de estos barrios habrá una mayoría de alumnos extranjeros que tenderán a interactuar con otros extranjeros, haciendo la segregación aún más profunda. No es necesario que una sociedad sea racista para que esto ocurra. Es una consecuencia natural de nuestra preferencia por el semejante, de nuestra homofilia, por muy reducida, sutil y casi imperceptible que sea. Aquellos que intentan hacer creer lo contrario actúan de mala fe y esperan utilizar el miedo, la inseguridad y la inadecuada comprensión de los fenómenos con fines electorales, esencialmente para conquistar y gestionar el poder. Dicho esto, es legítimo preguntarse qué hay de malo en una sociedad donde los semejantes quieran estar con los semejantes, siempre que esta segregación no sea fruto de la discriminación sino de una tendencia natural a interactuar con las personas que más se nos parecen. Desde el punto de vista moral, no hay nada malo. A lo sumo sería una ética patética, como de vez en cuando dice mi hijo adolescente.

Pero alguna contraindicación podría haber. Por ejemplo, las sociedades con un nivel más alto de segregación tienden a ser más desiguales: sociedades que ofrecen oportunidades de movilidad social solo a algunos y no a todos, o sociedades donde el destino está marcado por la suerte y no por el trabajo y el mérito. Además, los grupos de interés económico-político intentan adueñarse de estas sociedades, influyendo de forma relevante en la vida de todos. Distintos estudios han mostrado, entre otras cosas, que un elevado nivel de segregación se correlaciona negativamente con la calidad de los gobiernos (Alesina, A., Zhuravskaya, E. “Segregation and the Quality of Government in a Cross Section of Countries.” American Economic Review, 2011, 101(5): 1872-1911) y que a niveles mayores de segregación corresponde un comportamiento económico, medido en términos de PIB per capita, decididamente peor (Jackson, M., 2019. The Human Network. Pantheon Books).

Bien leídos, estos resultados parecen revelar una interesante paradoja: por una parte vemos sociedades segregadas, incapaces de aprovechar todos los beneficios potenciales de la cooperación social, que se dotan de instituciones menos eficientes y obtienen resultados económicamente inferiores a los de las sociedades menos segregadas.

Pero por otra parte observamos también naciones, como Estados Unidos o Gran Bretaña, extremadamente fragmentadas desde un punto de vista social, que cuentan con instituciones políticas sólidas y con un comportamiento económico envidiable. La solución de esta aparente paradoja está en que la variable relevante, cuya acción intentan aislar estos estudios, no es tanto la diversidad étnica, religiosa o lingüística dentro de los distintos países como la forma en que cada país ha conseguido históricamente gestionar esta diversidad. En otras palabras, los datos muestran que, a igual fragmentación, las sociedades menos segregadas pueden tener un comportamiento económico muy diferente, pero lo que sí es cierto es que todos los países muy segregados tienen niveles de PIB per capita más bajos.

Así pues, parece que el mensaje más evidente es el siguiente: la diversidad “puede” ser una gran oportunidad de crecimiento económico y político, pero debe ser gestionada de tal modo que se reduzca lo más posible el nivel de segregación o, lo que es lo mismo, se favorezca lo más posible el nivel de inclusión e integración. Cómo alcanzar este resultado es, desde muchos puntos de vista, una cuestión abierta. Hace años se realizaron en Italia un par de interesantes experimentos en el ámbito de la inclusión educativa. Un modelo eran las clases mixtas, donde la visión de algunos directores evitó la formación de guetos étnicos, económicos o culturales de las familias de origen. Otro modelo (SPRAR) estaba formado por pequeños grupos de inmigrantes integrados en el tejido social y en las comunidades de acogida de forma voluntaria. Son modelos de bajo impacto, bajo costo y potencialmente capaces de transformarse, a corto plazo, en un recurso sobre todo para los territorios más frágiles como, por ejemplo, los que tienen un mayor riesgo de envejecimiento y despoblación.

La primera experiencia siempre depende de la discrecionalidad del director, pero de algún modo ha sido tutelada. En cambio, la historia del SPRAR se ha interrumpido de forma forzada, antes de que de ella pueda surgir un verdadero modelo y sin que haya podido ser sustituida por una propuesta alternativa con el mismo grado de credibilidad. Por el momento no hay políticas activas y eficaces para la integración y, como explicaba Schelling, sin una política activa de oposición, la tendencia natural llevará hacia una mayor segregación, con todo lo que esto implica. ¿Es esto lo que queremos? Los fenómenos migratorios no podrán detenerse, mucho menos por un país solo que actúa de forma ideológica y aislada. Por el contrario, habría que empezar a gestionar estos fenómenos con inteligencia, utilizando los mejores conocimientos que tenemos en este momento. La paradoja fragmentación-segregación, en este sentido, nos indica un camino interesante. Pero es necesario tener valor y amplitud de miras para perseguirla. El beneficio podría ser grande para la sociedad, siempre que este sea el objetivo último de nuestros gobiernos.

Original italiano publicado en Il Sole 24 ore del 18/08/2019

Etiquetas

Deja un comentario

No publicaremos tu direcci贸n de correo.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.