La danza galáctica de la formación de las estrellas

La danza galáctica de la formación de las estrellas

Al ritmo de las galaxias.

Una galaxia está compuesta por un número enorme de estrellas (por lo general alrededor de 100.000 millones), gas (mayormente hidrógeno y helio) y polvo, todo unido por su propia fuerza gravitacional.

Hay muchas clases de galaxias. De acuerdo con su morfología, las principales son elípticas y espirales. De hecho, vivimos dentro de una galaxia espiral que llamamos la Vía Láctea. Una característica de las galaxias espirales es que, por lo general, poseen grandes cantidades de gas, lo que les permite formar nuevas estrellas. Cuando una galaxia agota su contenido de gas, se acaba la formación de estrellas.

Si bien muchos detalles de la siguiente descripción todavía son inciertos, tenemos mucha evidencia de que las primeras galaxias se formaron al comienzo del universo. En esa etapa temprana, las interacciones, las colisiones y fusiones de galaxias eran muy frecuentes, presumiblemente porque estaban cerca. Hoy día, esas colisiones son raras.

Aun así, está claro que la Vía Láctea chocará con la galaxia Andrómeda. ¡Pero tranquilos! Esto sucederá dentro de aproximadamente 2000 millones de años.

Actualmente sabemos que las estrellas en una galaxia no se formaron todas juntas, al mismo tiempo. Y también advertimos que el número de estrellas formadas en una galaxia en un año (el así llamado ritmo de formación estelar) es muy variable. Durante periodos muy largos, de varios miles de millones de años, el ritmo de formación estelar es muy bajo. Luego, “de pronto”, en solo diez millones de años aproximadamente, un gran número de estrellas se forma de manera continua. Esto se denomina brote estelar. Es una especie de veloz temporada primaveral de estrellas. Después de eso, la galaxia rápidamente regresa a su estado pasivo. Las observaciones muestran que ese proceso puede ocurrir varias veces.

Hay evidencia de peso de que los brotes estelares se producen por las interacciones entre las galaxias. Cuando dos galaxias se aproximan, cada una “siente” la atracción gravitacional de la otra. Las órbitas de sus estrellas cambian, el gas en el interior de cada una acelera su movimiento, y muchas veces la forma de estos hermosos brazos espiralados empieza a deformarse.

Simultáneamente, nacen y crecen las variaciones pronunciadas en la concentración de gas, viajando a través de la galaxia como ondas de densidad. El gas sufre un colapso gravitacional en muchos lugares, formando estrellas enormes. Estas estrellas viven solo algunos millones de años, y explotan luego como supernova, cuya poderosa explosión vuelve a comprimir el gas, impulsando la formación de más estrellas, como una reacción en cadena.

Si las galaxias solo pasan cerca una de la otra, el proceso termina cuando se separan. Sin embargo, muchas veces las galaxias permanecen unidas por su gravitación mutua. Cada una volviéndose hacia la otra, cada una orbitando alrededor de la otra, cayendo sobre la otra, describiendo arcos majestuosos, como dos bailarines que estrechan su abrazo cada vez más.

El ritmo de formación estelar, entonces, puede crecer muchísimo. Las estrellas se forman y explotan por todas partes como emocionantes fuegos artificiales celestiales. Finalmente, ambas galaxias se fusionan y se convierten en una. Mientras se fusionan, pierden sus brazos espiralados y prácticamente agotan su contenido de gas. Su belleza simétrica ha quedado herida para siempre, y pueden llegar a perder por completo su capacidad para formar nuevas estrellas.

Sus estrellas envejecen cada vez más. Ya no hay descendencia. Con el tiempo, decenas de miles de millones de años, las estrellas agotan su fuente de energía, convirtiéndose en una especie de objeto compacto, dejan de brillar y lentamente comienzan a enfriarse. La galaxia ya no será visible, oscureciendo de manera silenciosa y pacífica el secreto de su existencia y (¿quién sabe?) tal vez, incluso la vida que alguna vez albergó.

Artículo publicado en la edición Nº 638 de la revista Ciudad Nueva.

*El autor es un astrónomo y físico uruguayo. Trabaja en la Universidad de La Plata como profesor, investigador y es director de la oficina argentina del Observatorio Gemini.

Foto: Cortesía de A. Smith Castelli y C. Escudero, IALP, CONICET, UNLP. Obtenida con el telescopio Gemini Norte

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