por Micaela Gliozzi
Durante la evolución, algunas bacterias capaces de obtener la energía necesaria para sobrevivir a través del oxígeno se incorporaron a otras bacterias que eran incapaces de emplear el oxígeno porque impedía su crecimiento. Este proceso de incorporación no condujo a la extinción de ambas especies; por el contrario, se convirtió en una ventaja mutua para ambos tipos de bacterias. De hecho, sobrevivieron gracias al hecho de permanecer una dentro de la otra. Con el tiempo dieron origen a una forma de vida nueva, autosuficiente, gracias a la reprogramación de sus procesos vitales en distintas formas. Esta nueva entidad es la célula. Semejante proceso de transformación evolutiva también es evidente en cada célula del cuerpo humano. De hecho, existen pequeños compartimentos con forma de cigarrillo llamados “mitocondrias” dentro de las células, que corresponden exactamente a las bacterias que, originalmente, fueron capaces de vivir por sí mismas con la ayuda del oxígeno.
Esta característica de las mitocondrias es fundamental y permite a cada célula desarrollar su función específica dentro de un organismo. Mientras que todas las estructuras celulares están organizadas a fin de capturar los nutrientes necesarios para sobrevivir que provienen de la sangre y los toman para comenzar a digerirlos, es la mitocondria la que completa esa digestión con la ayuda del oxígeno, obteniendo de este modo toda la energía necesaria para la vida.
Así, la célula “moderna” puede pensarse como el resultado de un don mutuo que persiste a lo largo del tiempo y está impreso en la naturaleza.
Artículo publicado en la edición Nº 638 de la revista Ciudad Nueva.
Artículo original en inglés: https://wonderverse.home.blog/2019/02/03/the-cell-an-old-gift-surviving-in-nature/
