La brújula de un éxodo que apuntó al corazón de un pueblo

La brújula de un éxodo que apuntó al corazón de un pueblo

Apenas llegadas las noticias del “éxodo migrante”, la comunidad de los Focolares en México emprendió el presuroso camino para salir al encuentro de sus hermanos. Pese a la complejidad de la problemática, puertas abiertas y corazones dispuestos han encontrado estos viajeros incansables.

El 12 de octubre pasado, una discreta convocatoria circulada a través de redes sociales pronto se transformó en una socorrida llamada a la que atendieron más de un millar de hondureños que dejando atrás San Pedro Sula, tomaron camino rumbo a la frontera sur de los Estados Unidos.

No había sido la primera ni pudo ser la única caravana. Conforme los días y los kilómetros avanzaron, cientos de hombres, mujeres y niños se sumaron. No habiendo superado los márgenes de Guatemala, la caminata ya había tomado las dimensiones de un verdadero éxodo bíblico.

Una semana después, mientras la caravana intentaba abrirse paso en la frontera mexicana, numerosas organizaciones de la sociedad civil y organismos del gobierno mexicano se alistaron para brindar asistencia humanitaria en las diversas ciudades y comunidades por donde se preveía pasaría el contingente, que superaba las 5 mil personas.

Avanzaron luego sobre Chiapas, Oaxaca y Veracruz. No fueron más un único contingente, sino diversos grupos que caminaron en oleadas, procurándose descanso y tramos hechos con ayuda de autobuses y camiones de carga. Era inminente ya su paso por la Ciudad de México, previsto hacia la última semana de octubre; semana -por cierto- compleja para una de las ciudades más pobladas del mundo, debido a un corte programado de agua potable que afectaría a poco más de cuatro millones de habitantes.

Ni la escases de agua, ni los intensos fríos que azotaron en esos días a la capital mexicana, arredraron los ánimos de cientos de personas y de otras muchas organizaciones civiles y religiosas que atendieron al llamado de la Comisión de Derechos Humanos local para preparar un campamento humanitario en la Ciudad Deportiva, al margen oriental de la metrópolis. A ese llamado atendió también la comunidad del Movimiento de los Focolares que, presurosa, se dispuso a la colaboración. Era para entonces la primera semana de noviembre.

Una treintena de ellos se ofreció como personal voluntario para atender en los puestos de socorro, en la atención médica, la preparación de alimentos y la entrega de ropa y calzado. Entre ellos había médicos, enfermeras, estudiantes, amas de casa; cada uno donando tiempo y esfuerzo conforme sus posibilidades. Mientras tanto, en otro anillo de ayuda, otros miembros organizaron un punto de acopio en una casa cercana y la comunidad entera comenzó a hacer llegar víveres y donativos. Para agilizar la vinculación con el gobierno local y las organizaciones participantes, la asociación civil Promoción Integral de la Persona A.C. -inspirada en el carisma de la unidad- ofreció también su colaboración técnica y logística.

La mañana del 5 de noviembre, cerca de cinco mil migrantes arribaron a la Ciudad de México.  Visiblemente cansados, los viajeros retoman ánimo con leche caliente y comida preparada por las religiosas josefinas. Ahí algunos miembros de la comunidad ayudaron a preparar chocolate y tortas para largas filas de migrantes, otros más se hundieron entre las bolsas de ropa para organizar la entrega de ropa interior, abrigos y cobijas.  Durante los siguientes días, casi diez mil migrantes pasaron por el puesto de ayuda, recibiendo el cálido recibimiento de una comunidad que durante la emergencia pudo gestionar directamente cerca de 300 raciones de comida, poco más de 200 cobijas, un importante aporte de víveres y ropa diversa.

Codo con codo, organizaciones civiles, voluntarios, sacerdotes y religiosas, dibujaron con su esfuerzo lo que el Papa Francisco, en su visita a México en 2016, expresó: “… son (ellos) el corazón comprensivo y los pies acompañantes de la Iglesia que abre sus brazos y sostiene…”.

Aun con la notable solidaridad de muchos mexicanos, el camino de los migrantes no ha estado exento de fricciones y visos de violencia. No han sido pocos los incidentes que han estado a punto de hacer brotar amagos de xenofobia y criminalización. Sin embargo, en el balance general, es claro que el país ha logrado sortear tempestades manteniendo erguida la vela de la fraternidad.

Ahora el éxodo migrante se encuentra expectante ante la sombra del infranqueable muro que separa a los Estados Unidos de la ciudad mexicana de Tijuana.  Están a nada de alcanzar su propia tierra prometida, a poco de consumar su sueño de mejores oportunidades y de una vida en paz para ellos y sus familias.  Los días venideros guardan enormes incertidumbres acerca del desenlace de este peregrinaje; pero aun entre los escollos de un problema tan complejo como éste, priva una nítida certeza: Hicieron bien los migrantes, de apuntar sus brújulas al corazón del pueblo mexicano.

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