Las inéditas bajas temperaturas en la primavera boreal, está envalentonando a los negacionistas del cambio climático. Sin embargo, el fenómeno lo confirma.
En Europa, y particularmente en Italia presa de un deterioro moral notable, las anómalas bajas temperaturas de estos días que deberían ser primaverales, están motivando a los negacionistas del cambio climático a tomar posición en los medios de comunicación mofándose de este regreso del frío.
Para ellos, sería una demostración –como ya lo ha hecho otro negacionanista de peso, el presidente de Donald Trump– de que el cambio climático es un mito. ¿Cómo es posible ello, pues en lugar de hacer calor hace frío? El razonamiento, asombrosamente superficial y compartido incluso por periodistas que deberían estar informados, ignora que desde hace días los expertos del clima (una comunidad en la que casi la totalidad coincide en la existencia de importantes alteraciones del clima del planeta) indican que una masa de aire cálido está estacionando en la región ártica con elevadas cuan anómalas temperaturas, lo que ha desplazado hacia el sur las masas de aire frío que están provocando temperaturas bajas en los países del Viejo Mundo.
Tanta irracionalidad es inexplicable y señala varios problemas. El primero es la ligereza con la que no se toman en consideración evidencias importantes, las que cuestionan directamente nuestro estilo de vida y de producción. Tal como señala la joven activista Greta Thunberg es necesario tomar decisiones ya para evitar daños más graves en un futuro ni siquiera demasiado lejano. Entre ellas, la de reducir drásticamente las emisiones de co2, que no han dejado de crecer y provocan el efecto invernadero responsable del incremento de la temperatura global. Eso supone algunas incomodidades o desafíos para nuestro sistema de producción y consumo que habrá que encarar. Pero parece que no hay disponibilidad a modificar un estilo de vida, por tanto, a renunciar a ciertas comodidades en vista de un bien general. Es la carrera por asegurarse los beneficios individuales en el presente, sin contemplar la necesidad de estar todos mejor a futuro. Una visión por tanto egoísta, incluso respecto de la calidad de vida de las generaciones futuras que, a esta altura, son nuestros hijos y nietos. Una suerte de egoísmo senil de una elite envejecida y encerrada en su bienestar que, por lo visto, no tiene hijos ni nietos.
Estamos palpando uno de los efectos de las así llamadas post verdades. Es decir, la transformación de vulgares escusas o directamente mentiras en verdades y, por el contrario, datos irrefutables, transformados en meras “opiniones” en nombre de intereses creados. Es esta una tendencia peligrosa porque cancela los parámetros de racionalidad para separar lo que es bueno de lo que no lo es, lo verdadero de lo falso, el bien del mal. Un camino peligroso que confirma lo que décadas atrás pareció vaticinar el filósofo danés Soren Kierkegaard, quien anotaba, más o menos literalmente: el timón del barco ya no está en manos del capitán, sino del cocinero de a bordo; por los parlantes ya no se anuncia el rumbo, sino el menú de mañana.
Entre muchas tareas, necesitamos despejar el mundo de la información de esta niebla de relatos aclarando las diferencias entre mistificaciones y datos de la realidad. Hay que poner freno al cambio climático y hay que hacerlo ya.