Juan Pablo I: el papa de septiembre

Juan Pablo I: el papa de septiembre

Evocamos la figura de Albino Luciani, el papa Juan Pablo I, quien falleciera el jueves 28 de septiembre de 1978. 

Su pontificado fue uno de los más breves de la historia: 33 días, dando lugar al “año de los tres papas”. Fue el primer papa nacido en el siglo XX, y el último pontífice italiano del siglo. Primer vicario de Cristo que eligió un nombre compuesto, “Juan Pablo”, en honor a sus dos predecesores, Juan XXIII y Pablo VI. 

Compartimos su discurso a los representantes de la prensa y medios audiovisuales, del viernes 1º de septiembre de 1978, donde se percibe una interesante mirada sobre el mundo de aquel entonces.

Egregios señores y queridos hijos:

Nos alegramos de poder recibir ya en la primera semana de nuestro pontificado una representación tan calificada y numerosa del «mundo» de las comunicaciones sociales, reunida en Roma con ocasión de dos acontecimientos, que han tenido un profundo significado para la Iglesia católica y para el mundo entero: la muerte de nuestro llorado predecesor Pablo VI y el reciente cónclave, en el cual ha sido colocado sobre nuestros humildes y frágiles hombros el peso formidable del servicio eclesial de Sumo Pastor.

Este grato encuentro nos permite agradeceros los sacrificios y fatigas que habéis afrontado durante el mes de agosto para servir a la opinión pública mundial —también el vuestro es un servicio y muy importante—, ofreciendo a vuestros lectores, oyentes y telespectadores, con la rapidez y prontitud que requiere vuestra responsable y delicada profesión, la posibilidad de participar en estos históricos acontecimientos, en su dimensión religiosa y en su profunda conexión con los valores humanos y las esperanzas de la sociedad de hoy.

Queremos expresaros en particular nuestra gratitud por el empeño que habéis puesto estos días, para dar a conocer mejor a la opinión pública la figura, las enseñanzas, la obra y el ejemplo de Pablo VI, y por la sensibilidad y esmero con que habéis tratado de captar y dar a conocer en vuestros amplios comentarios, como también en la multitud de imágenes que habéis transmitido desde Roma, la expectación reinante en esta ciudad, en la Iglesia Católica y en todo el mundo, de un nuevo Pastor que asegurase la continuidad de la misión de Pedro.

La sagrada herencia que nos han dejado el Concilio Vaticano II y nuestros predecesores Juan XXIII y Pablo VI, de querida y santa memoria, nos exige la promesa de una atención especial, de una colaboración franca, honesta y eficaz con los instrumentos de comunicación social, que vosotros representáis aquí dignamente. Es una promesa que os hacemos con mucho gusto, consciente como somos de la función cada vez más importante que los medios de comunicación social han ido asumiendo en la vida del hombre moderno.

No nos pasan inadvertidos los riesgos de masificación y de despersonalización, que dichos medios comportan, con las consiguientes amenazas para la interioridad del individuo, para su capacidad de reflexión personal y para su objetividad de juicio. Pero conocemos también las posibilidades nuevas y felices que los citados medios ofrecen al hombre de hoy, para conocer mejor y acercarse a los propios semejantes, para percibir más de cerca el ansia de justicia, de paz, de fraternidad, para instaurar con ellos vínculos más profundos de participación, de comprensión, de solidaridad en orden a un mundo más justo y humano. En una palabra, conocemos la meta ideal hacia la que cada uno de vosotros, a pesar de las dificultades y desilusiones, orienta el propio esfuerzo: la de llegar a través de la «comunicación» a una más auténtica y plena «comunión» Es la meta hacia la que aspira también, como bien podéis comprender, el corazón del Vicario de Aquel, que nos ha enseñado a invocar a Dios como Padre único y amoroso de todo ser humana.

Antes de dar a cada uno de vosotros y a vuestras familias mi bendición especial, que quisiera extender a todos los colaboradores de los órganos de información que representáis, agencias, periódicos, radios y televisiones, quiero aseguraros el aprecio que siento hacia vuestra profesión y el cuidado que tendré de facilitar vuestra noble y difícil misión en el espíritu de las indicaciones del Decreto Conciliar Inter mirifica y la Instrucción Pastoral Communio et progressio.

Con ocasión de acontecimientos de mayor relieve o de la publicación de documentos importantes de la Santa Sede, tendréis que presentar frecuentemente a la Iglesia, hablar de la Iglesia, tendréis que comentar, a veces, nuestro humilde ministerio. Estamos seguro de que lo haréis con amor a la verdad y con respeto de la dignidad humana, porque tal es la finalidad de toda comunicación social.

Os pedimos que tratéis de contribuir también vosotros a salvaguardar en la sociedad de hoy, aquella profunda estima de las cosas de Dios y de la misteriosa relación entre Dios y cada uno de nosotros, que constituye la dimensión sagrada de la realidad humana.

Tratad de comprender las razones profundas por las que el Papa, la Iglesia y sus Pastores deben pedir a veces, en el ejercicio de su servicio apostólico, espíritu de sacrificio, de generosidad, de renuncia para edificar un mundo de justicia, de amor y de paz.

Con la seguridad de conservar también en el futuro el lazo espiritual iniciado con este encuentro, os concedemos de todo corazón nuestra bendición apostólica.

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