Se trata de una idea que va un paso más allá de la participación ciudadana: abrir las puertas de lo institucional para invitar, convidar y convocar a los diferentes, a los que están más lejos, a los que incomodan, a los invisibles.
Ríos de tinta se escribieron y se siguen escribiendo sobre la crisis de la democracia representativa y constituye uno de los temas fetiches de la discusión política contemporánea. Podemos encontrar algunas pistas de ella en la brecha cada vez más inconmensurable entre la agenda de los representantes (agenda político/institucional) y la de los representados (agenda social/colectivos); la baja participación en los espacios institucionales del sistema (elecciones, partidos políticos, etc.); la nueva dimensión del tiempo (esperar cuatro años para resetear rumbos de políticas públicas es una eternidad en el mundo de las breves historias de Instagram) y la naturaleza sistémica y compleja de la(s) crisis (económica, social, sanitaria, ambiental, etcétera).
El emergente de esta crisis, que estalló con especial ferocidad en la Argentina de 2001, fueron los espacios y las experiencias de democracia participativa que florecieron sobre todo en cientos de municipios de todas las regiones del país. La respuesta de estos dispositivos fueron: acortar brechas y tiempos (funcionarios escuchando una vez al año opiniones sobre la marcha presupuestaria); sumar más voces y actores al debate y a las consultas anuales presupuestarias (sostenían en el tiempo la participación de organizaciones cercanas a la gestión, los aportes no siempre eran vinculantes y pocas veces sobre temas estratégicos fueron y son algunas de sus mayores debilidades); y territorializar demandas y proyectos comunitarios.
De una democracia que nos proponía solo la hegemonía de los “representantes” (… “el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes”), paulatinamente el juego se fue abriendo a una cuota importante para la hegemonía de los “representados” expresada en el conjunto de organizaciones y fuerzas vivas que eran ya parte de la dinámica institucional participativa de los gobiernos en estos casi 20 años de experiencias. Se conformó como una “planta permanente” de ciudadanos participativos, compenetrados e interesados con la cosa pública. La participación ciudadana volvió a retraerse: los espacios abiertos eran ocupados por los “profesionales de la participación” que dialogaban e interactuaban con los “profesionales de la gestión”.
La irrupción de los dispositivos de innovación pública abierta, como complemento a la estrategia de Gobierno Abierto en estados locales, provinciales y nacionales mejoraron la performance y la calidad de debates (y productos) de los espacios de participación ciudadana. Estos dispositivos se animaron a abrir desde el Estado espacios para transformar la realidad social, a fin de alcanzar nuevas y mejores respuestas a los desafíos complejos del presente generando nuevas formas de “hacer, pensar y actuar” en la gestión pública. Y cocrear valor público “con” / ”desde” / “para” y (sobre todo) “entre” la ciudadanía no es implantar tecnología, sino modernizar procesos que mejoren la calidad de vida de las comunidades a través de ideas útiles, relevantes y escalables. Y nadie sobra para ello, es “abrir” y preguntarse a cada paso: “¿Están todos, todas, todes los que necesitamos para este desafío?”; “¿Se puede abrir más, se puede invitar a alguien más, nos estamos olvidando de alguien?”. Por ello desde el norte de la Patagonia, desde el Laboratorio de Innovación Pública del Gobierno de la provincia de Neuquén (NQN-LAB, ver aparte) venimos abonando esta idea, necesitamos avanzar un paso más, agregar otro adjetivo a nuestra democracia. Y creemos que es “convidar”.
Convidar viene del latín medieval convitare, y se funden en ella otras dos palabras maravillosas: invitare y convivium. La primera es recibir a alguien de nuestro entorno y estimularlo para que actúe por voluntad propia. La segunda es banquete, la celebración del acto de vida en común.
Es un imperativo ético de la gestión pública en el marco de esta nueva realidad, arbitrar los medios (y los fines) hacia una democracia convidativa que abra las puertas de lo institucional para dejarse permear por lo extitucional; convocar a los diferentes, a los que están más lejos, a los que nos incomodan, a los invisibles, a los que tienen algo para decir o compartir; a los que no tienen el ejercicio de la participación en el debate de la cosa pública; ir más allá del convencimiento de los parroquianos de la primera fila de la iglesia, iluminar a los que espían desde del fondo; invitar a los que dejaron de venir al templo; más aún, ¡ir a la casa a convocar personalmente a los que dejaron de creer!
¿Cómo pensar que frente a lo complejo de los retos de esta nueva realidad podemos anteponer soluciones simples, con los de siempre y con lo de siempre? Adjetivar de “convidativa” nuestra democracia es “ir al encuentro” de esas otras voces, ideas y aportes valiosos que están en el ecosistema de lo público y no se sienten convocados/as a los espacios instituidos; no alcanza con un flyer en redes o un spot radial invitando a sumarse. Convidar es definir con claridad el motivo del banquete común y elaborar puntillosamente la lista de invitados: equilibrar territorios, garantizar la perspectiva de género; visibilizar experiencias ciudadanas exitosas; sumar a expertos de la academia y sabios de las comunidades; incluir ciudadanos organizados y sobre todo desorganizados; invitar a escuchar (no solo en gesto) y quedarse (no solo en la apertura) a técnicos y funcionarios de las temáticas en discusión y de otras raramente convocadas a pensar fuera de sus cajas burocráticas. Convidar es invitar a la ciudadanía y a los decisores gubernamentales, a que sumen colaborativamente aportes y voluntades para cocrear valor público (promover derechos, mejorar servicios públicos y/o satisfacer demandas sociales); y sobre todo convocarlos/as a ser parte del mayor acto político de nuestra vida en común: ¡la democracia! ·
*Director provincial de Gestión Estratégica. Coordinador del NQN-LAB – Ministerio de Ciudadanía, Gobierno del Neuquén.
El NQN LAB
Es una institución creada por el Ministerio de Ciudadanía del Gobierno de la Provincia del Neuquén. Su propósito es ser un espacio en el que, a través de la participación ciudadana, se diseñan acciones de innovación e incidencia para solucionar problemas a nivel provincial y local. En el laboratorio, ciudadanos dialogan y prototipan ideas para innovar en la gobernanza provincial y municipal desde una perspectiva transdisciplinar. Las temáticas tratadas en el laboratorio involucran los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, estableciendo como temáticas prioritarias a nivel local: gobierno abierto, innovación pública, coworking “en” gobierno; metodologías ágiles de planificación y gestión estratégica; y (re)repensar la dinámica del diseño/implementación/seguimiento de las políticas públicas, promoviendo ecosistemas centrados en las personas, participativos, creativos, abiertos, flexibles e incidentes.
Artículo publicado en la edición Nº 634 de la revista Ciudad Nueva.
Excelente Ernesto! Todo un camino recorrido al servicio del “bien público”!! Siempre con formas creativas, “invitativas”… “nadie sobra”!! Muy bueno que Ciudad Nueva te haya invitado a publicar!