Donald Trump y Kim Jong Un alcanzaron un acuerdo para desmantelar el armamento nuclear del país asiático. Una botella mitad llena y mitad vacía.
El apretón de manos entre Donald Trump y Kim Jong Un no deja de ser esperanzador en un mundo que parece gobernado por un caos que nada tiene de casual.
El lado lleno de la botella es que se acerca la perspectiva de pacificar un área de Asia regida hasta el momento por un equilibrio armado. Corea del Norte y Corea del Sur nunca firmaron un tratado de paz, luego de la guerra que entre 1950 y 1953 sembró muerte y destrucción entre pueblos hermanos. Cada vez que los surcoreanos realizaban ejercitaciones militares, éstas causaban nerviosismo en el paranoico régimen del Norte, que destina la gran parte de su magro presupuesto para gastos militares, pese a que el resto del país viva en el más hondo subdesarrollo. Los primeros beneficiados de este acuerdo son los habitantes de este país: el levantamiento de las sanciones, el regreso de Corea del Norte a la comunidad internacional, el fin de esa loca carrera armamentista podrá direccionar recursos mejorando la calidad de su vida.
Corea del Sur y Japón respiran aliviados, pues si este acuerdo toma cuerpo, caerá la amenaza permanente de un vecino dotado de armas nucleares. El mundo entero se beneficiará del desmantelamiento de una tecnología que siempre corre el riesgo de terminar en las manos equivocadas y que nada bueno tiene que ofrecer a la humanidad.
El lado vacío de la botella, en cambio, ofrece más de una duda. El acuerdo firmado por los dos líderes es muy genérico, lo suficiente para suscitar preguntas sobre las reales intenciones de Donald Trump. El presidente norteamericano se ha retirado del acuerdo alcanzado con Irán que es mucho más exigente, es monitoreado por la agencia ONU para el armamento nuclear, (AIEA) y vigilado también por otras cinco potencias, nada menos que China. Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania. Es una decisión que basa en información parcial y vieja, publicitada por el Gobierno de Israel y parece bastante evidente que esa decisión obedece al criterio de aislar Irán en beneficio de Israel y sobre todo Arabia Saudita, enemigos declarados del régimen persa y de la posibilidad que se afirme como potencia regional.
En noviembre en los Estados Unidos habrá elecciones para renovar parcialmente su Congreso. Donald Trump, cuya política exterior está pateando gran parte de los tableros de las relaciones internacionales, necesita resultados que acompañen los buenos número de la economía nacional, que presenta óptimos resultados al menos en el corto plazo. Presentará su gestión como un éxito conseguido con sus modales que le ha permitido lo que ningún otro presidente pudo: sentar al líder norcoreano a negociar. La diferencia fundamental entre el acuerdo con Irán denunciado y el de hoy es que este último lo firmó él. El primero era malo el actual es bueno. No importa si es o no verdadero, lo que importa es que lo digan los canales de televisión, pues Trump sabe bien que una de las reglas fundamentales de los medios de comunicación es que si lo dice la tv “es cierto”. Y sabe también que eso para sus votantes es suficiente.
Nos tenemos que preparar para un escenario internacional que ya no depende mayormente del derecho o de las relaciones diplomáticas, sino de lo que el presidente de los Estados Unidos considera como útil o no para su política. De no ser que, cada tanto, el sentido común se asome tras las consideraciones entre costos y beneficios que suele realizar el inquilino de la Casa Blanca.