Una decisión que oculta las verdaderas razones y utiliza medias verdades, varias falsedades y una alarmante visión de los acuerdos internacionales.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha formalizado el retiro de su país del acuerdo nuclear con Irán. Como corolario de esta decisión, el presidente norteamericano dispone que se vuelvan a aplicar las sanciones comerciales contra el país persa.
El acuerdo nuclear fue firmado en 2015 también por los otros miembros del Consejo de Seguridad, es decir, Reino Unido, Francia, Rusia, China –que son todas potencias dotadas de armas nucleares– más Alemania. En la sustancia, monitorea hasta 2041 la provisión de material útil para fabricar armas nucleares, mientras que el país asume el compromiso de utilizar este tipo de energía solo para fines civiles.
El retiro de la firma es acompañado por una andanada de acusaciones contra el régimen de Teherán, que habría mentido sobre su aceptación de las limitaciones del acuerdo, que han “bombardeado embajadas estadounidenses, secuestrado y torturado a ciudadanos estadounidenses” y que ese acuerdo no debería haberse firmado. Aduce tener pruebas de que el país persa mintió sobre su programa nuclear, pero, como ya es costumbre, no demuestra tales pruebas ni menciona cuándo y cómo Teherán habría atacado a ciudadanos estadounidenses, pues seguramente no fue en tiempos recientes. Trump se obstina a calificar a Irán como mayor patrocinador mundial del terrorismo. Con lo cual el presidente norteamericano niega lo que a todas luces es una realidad para cualquiera que siga las noticias sobre este tema: la enorme mayoría de la actividad terrorista es realizada por grupos de islamistas sunitas y no chiitas, como son los iraníes. Y el mayor patrocinador es, en realidad, su aliado Arabia Saudita.
Pero conviene no olvidar que nadie comienza una guerra declarando que ese es su objetivo, sino que el atacado ha violado algún derecho. Y, de alguna manera, lo que está comenzando o que puede comenzar con este gesto es una guerra. Tan inútil y mentirosa como cualquier otra.
Francia y Alemania han intentado, inútilmente, convencer a Trump de no dar este paso, por todas las consecuencias que supone en el plano político y de la estabilidad en Oriente Medio. Rusia y China tampoco son escuchadas por el inquilino de la Casa Blanca, que persigue un interés directo e inmediato: demostrar puertas adentro que él no lanza amenazas en vano. Lo cual fortalece su imagen ante sus electores de hombre fuerte, resuelto a tomar decisiones y desandar el camino de su predecesor Barack Obama. Le ha dado rédito político hasta ahora, es posible que siga cosechándolo. También porque los ciudadanos norteamericanos no siguen con mucha atención los temas de política exterior. De hacerlo, de buscar información más fidedigna que no sea filtrada por las cadenas de medios amigas del presidente, sabrían que es al menos llamativo que los demás países que firmaron el acuerdo, dotados de servicios de inteligencia eficientes, no han reportado mayores irregularidades. No solo, sino que la agencia de la ONU que monitorea el pacto, tampoco ha realizado observaciones en la materia. Más todavía: cuando en 2015 comenzó a inspeccionar los sitios del programa nuclear y el proceso tecnológico que llevaba adelante el gobierno iraní, pudo comprobar que el tan denunciado plan nuclear de Irán –que según la CIA de esos años estaba a punto de fabricar armas atómicas– nunca fue más allá de apenas atisbos de cambiar ese programa de civil a militar y que tales intentos dejaron de realizarse en 2003 (¡!). Es decir, nunca Irán estuvo ni remotamente cerca de poseer armas atómicas. Una situación diametralmente opuesta a la de Israel, país del área de Oriente Medio, que nunca admitió lo que todos saben: posee entre uno y dos centenares de armas nucleares y no quiere que también Irán las tenga.
Aquí aparece el verdadero motivo de la decisión de Trump: seguir la línea política israelí y saudita de aislar a Irán e impedir que siga avanzando como potencia regional, capaz de contrarrestar los planes de Arabia Saudita y monarquías del Golfo y de oponerse militarmente, a través de la milicia libanesa Hezbolá y Siria, a los desbordes de la política del gobierno israelí. La transformación de Irán en patrocinador del terrorismo invierte la realidad y soslaya que Al Qaeda, el Isis, y demás trágicas firmas terroristas han sido apoyadas, financiadas y preparadas por sauditas –hasta por miembros de la familia real- y sus aliados del Golfo.
Habrá que ver qué harán los países europeos. El acuerdo podría seguir sin la firma norteamericana. Pero las complicaciones financieras en la relación comercial con Irán serán muchas. Estados Unidos pretende sancionar no sólo a las firmas iraníes sino también a las empresas de otros países que comercien con el país persa. Está por verse qué harán Rusia y China. Mientras, hay movimientos de fuerzas armadas de Estados Unidos, Francia y Reino Unido en todos los países limítrofes con Siria, el escenario del enfrentamiento, como si estuviesen en alerta máxima. Y eso no promete nada bueno. De no ser que, en algún lado, comience a primar el sentido común. Que no es precisamente una virtud del presidente Trump.