Esperanza en la desesperación

Esperanza en la desesperación

Acompañar situaciones de abuso sexual en cualquier edad es de las intervenciones más complejas, por la profundidad del sufrimiento que atraviesa quien lo padece y sus vínculos afectivos protectores, las decisiones a tomar y la interpelación a los prejuicios y creencias en los cuales fuimos educados.

Cuando el abuso sexual acontece dentro de una familia es de las situaciones más difíciles que le toca atravesar a quien lo padece. Por muchos motivos, pero sobre todo, por las implicancias en la vida de todos los actores del sistema familiar. A menudo, los integrantes de las familias que no han elaborado sus historias de violencia corren el riesgo de rigidizarse, cerrarse a la reflexión y la ayuda. El miedo y la desconfianza aíslan y surge la defensa de ver a los otros como enemigos que no nos podrán ayudar. La “institución familiar” necesita ser interpelada por un “afuera”. Porque a menudo, quien sufre el abuso sexual intrafamiliar suele develarlo con alguien del afuera y no alguien de su familia o grupo conviviente. Aunque se dan diversidad de situaciones e implicancias.

Hay diferentes circunstancias que llevan a un adulto o adolescente a ejercer prácticas abusivas de contenido sexual hacia un niño, niña u otro adolescente. La complejidad de que la agresión se produzca en la propia familia está dada porque más allá de las medidas legales que se tomen, en el sistema familiar perdura el vínculo biológico y afectivo más allá de la condena judicial y/o social.

Antes de seguir, es prioritario tener claro un marco general:

El abuso sexual siempre genera un daño –aunque se pueda elaborar y/o tramitar–.

El abuso sexual no cesa sin intervenciones directas.

La persona en posición de agresor no modifica su conducta ni la controla sin un límite externo y tratamiento acorde especializado a largo plazo o de por vida (ello no garantiza un cambio en su posición subjetiva).

El abuso sexual intrafamiliar requiere de un abordaje de todo el sistema familiar.

El abuso sexual, además de una forma de violencia, es un delito de instancia penal.

La medida judicial no alcanza para modificar patrones de violencia ni ayudar a una familia y/o las personas damnificadas.

El abuso sexual requiere un abordaje comunitario y profundizar la reflexión en los distintos espacios y/o instituciones.

Es necesario trabajar por transformar ciertas representaciones culturales en las cuales se le atribuye responsabilidad a las víctimas, como así también otros aspectos asociados a la naturalización o ciertas teorías en torno a la fabulación o alienación (falsos síndromes declamados por agresores o profesionales que los representan).

La problemática de las violencias requiere de acciones puntuales de prevención e intervención en los tres niveles (primario, secundario y terciario). En las violencias no aporta buscar explicaciones unilaterales, las influencias son contextuales: familia, comunidad, cultura (mirada Ecológica-Sistémica), más allá de la existencia de otros modelos de análisis. La educación sexual integral ayuda a prevenir el abuso sexual, y la prevención del abuso sexual previene la explotación sexual y los riesgos de ser engañados y/o seducidos por redes de trata y prostitución.

La necesidad de contar con servicios de orientación con conocimiento específico en esta problemática y tener la información acerca de ellos requiere que la comunidad toda se abra a la visibilización y se comprometa en acciones concretas. La articulación y el trabajo en red es la responsabilidad de todos. Desde la Asociación Civil Nuestras Manos y en la Red Infancia Robada (www.redinfanciarobada.org, red@infanciarobada.org), se vienen acompañando situaciones diversas. En la Argentina hemos tenido avances legislativos y creación de programas especializados en la problemática. Pero los recursos, a la fecha, siguen siendo insuficientes. Es necesario contar con personas y funcionarios comprometidos en los niveles de salud, educación, acción social, seguridad y justicia. La complejidad de la problemática requiere de actores sensibles y entrenados, con llegada de estos programas a nivel municipal y en todas las regiones de cada provincia –no solo funcionando en las capitales o vacíos de presupuesto–. Las leyes y creación de programas sin presupuestos acordes son declamaciones vacías de contenido y engañosas.

El abuso sexual no distingue clases sociales ni niveles educativos, aunque sí notamos asimetrías en la posibilidad de encontrar salidas y respuestas de los estamentos intervinientes por los recursos propios de la familia. La gravedad del abuso sexual se ve profundizada en algunas regiones de nuestro país (NEA y NOA) por la inaccesibilidad a ciertos espacios de reflexión y transformación cultural, por la naturalización de otras violencias y el contexto de aislamiento y falta de políticas públicas acordes. La soledad y falta de recursos con que trabajan la mayoría de las líderes comunitarias de organizaciones de base y grupos religiosos nos viene dejando enseñanzas.

A menudo el sufrimiento nos hace aprender. Y desde esa impotencia y malestar hemos descubierto la importancia de formar a los referentes comunitarios y darles herramientas para el acompañamiento y la visibilización de los abusos sexuales. Entrenándolos en cuestiones legales y redacción de informes, a los fines de reclamar acciones directas e inmediatas, a la vez que políticas públicas y recursos específicos para la atención de las víctimas y sus familias. Es necesario poner límites a los agresores y denunciar a aquellos que son cómplices de las redes de abuso sexual, pedofilia o trata con fines sexuales independientemente de las instituciones en las cuales se encuentren. Esta construcción nos da esperanza aún en la desesperación de quien sufre extrema violencia, porque como dice el maestro Paulo Freire: “no somos esperanzados por pura terquedad, sino por un imperativo existencial e histórico”.

Artículo publicado en la edición Nº 610 de la revista Ciudad Nueva.

* La autora es licenciada en Psicología, doctora en Ciencias Penales, presidenta de la Asociación Civil Nuestras Manos, co-coordinadora de la Red Nacional Infancia Robada (Hna. Martha Pelloni, fundada en el 2008).

Contacto: mlourdesmolina@gmail.com

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