Editorial de la edición del mes de abril de la revista Ciudad Nueva.
El rol de la psicología ha ido cobrando mayor protagonismo en los últimos años. Y la amenaza del coronavirus, con las cuarentenas y aislamientos, ha provocado un incremento de las consultas a profesionales por diferentes trastornos como depresión y ansiedad.
Sin embargo, lejos de intentar enfocarnos exclusivamente en las consecuencias de la pandemia, explorar esta disciplina es descubrir una infinidad de tesoros a los que se arriba por diferentes caminos, enriquecidos por la gran variedad de corrientes que han ido surgiendo a lo largo de la historia.
Por otra parte, las polarizaciones que sufrimos –y muchas veces generamos– como humanidad también podemos encontrarlas en la relación entre la psicología y la fe. Si bien todavía hoy se perciben huellas de profesionales de esta disciplina y de referentes religiosos que transitan senderos opuestos, el acercamiento entre estas dos realidades inherentes a la persona humana es cada vez más palpable. Lo inmanente y lo trascendente nos hablan de la integralidad de cada individuo quien, en la búsqueda de su felicidad, no puede dejar de lado ninguna de ellas.
Es en ese punto de encuentro donde quisiéramos hacer hincapié. Sin dudas en ese camino de realización personal cada uno tiene en sí mismo un protagonismo estelar, aunque no por tratarse de su individualidad puede quedar fuera el otro. La propia psicología afirma que los seres humanos necesitan “confirmarse” uno al otro mediante encuentros y contactos genuinos. Mientras que la fundadora del Movimiento de los Focolares, Chiara Lubich, afirmaba en su discurso en Malta, en 1999: “Hay necesidad de sentirse y de ser reconocidos como ‘distintos’ para poder darse a los demás. (…) Cada uno, siendo relación de amor con los demás, se realiza como persona auténtica”.
Esa identidad única e irrepetible la vamos construyendo a medida que avanzamos en la vida, con nuestras experiencias, decisiones, vínculos. Nuestro pasado, lejano y reciente, forja un presente en el que actuamos y sentimos. Y las emociones que experimentamos tienen que ver con quiénes somos y con quiénes queremos ser. Poner en palabras lo que nos pasa, comunicar lo que sentimos, hablar el lenguaje de las emociones, se convierte en una herramienta vital no solo para encontrar nuevas respuestas y conductas diferentes, sino para transmitir a las nuevas generaciones que nos miran y que buscan realizar su propio camino.
Es imposible en unas pocas páginas abordar acabadamente la complejidad de un tema al que se refiere una disciplina como la psicología. No hay un manual de instrucciones que pueda dar respuestas a cada historia individual. Allí está la riqueza más profunda, la posibilidad de que cada uno escriba de puño y letra su propia historia.
Publicado en la edición Nº 629 de la revista Ciudad Nueva.