Escándalo, perdón, escucha y fe

Escándalo, perdón, escucha y fe

Compartimos fragmentos de la homilía predicada por Monseñor Oscar V. Ojea, Obispo y Presidente de la CEA, en la Misa de Apertura del lunes 8 de noviembre.

Como pastores de nuestra patria pedimos en esta Eucaristía el don de la Sabiduría del Espíritu Santo para que nos ayude a recorrer los caminos de este tiempo de crisis a la luz del Evangelio de Jesús. En el pasaje del Evangelio (Lc 17, 1-6), aparecen tres temas: el escándalo, el perdón y la fe. La palabra escándalo alude a las piedras que ponemos en el camino de los demás, a los obstáculos que puedan hacerlos caer y sufrir heridas que lastimen.

La herida más grande que puede recibir el Pueblo de Dios de nosotros los Obispos, sacerdotes y laicos, es la falta de testimonio. La falta de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Profesar que adherimos a un estilo de vida sin vivirlo.

Vivir disociado, vivir una doble vida, produce escándalo en el pueblo de Dios y si esto se establece como un estado habitual, ya no es un pecado de debilidad sujeto al arrepentimiento y al perdón, sino que es corrupción.

El segundo tema del Evangelio es el perdón. Debemos darlo incansablemente porque hemos sido perdonados. El perdón es un proceso que comienza con la escucha del otro. Esto me ayuda a ponerme en su lugar. El Sínodo sobre Sinodalidad se convierte entonces en un espacio extraordinario para vivir una Iglesia en salida, una Iglesia que sale a escuchar. En este tiempo de tanta fragmentación en el que todos buscamos diferenciarnos y afirmarnos en nuestros derechos, que la Iglesia salga a escuchar, representa un cambio de paradigma, que significa no quedarse atrincherado en los propios discursos, buscando seguridades sólo en aquellos con quienes tenemos afinidad de pensamiento y sensibilidad.

Escuchar no es una actitud pasiva sino activa en la receptividad, requiere silencio interior. Cuando tengo mucho ruido interno no puedo escuchar. Muchas veces pensamos que ya sabemos lo que el otro va a decir y jugamos interiormente a confirmar nuestro presentimiento. Escuchar supone una decisión, requiere vaciarme de mí mismo y dirigir mi pensamiento y mis sentidos hacia el otro.

Hay que saber escuchar lo que se esconde detrás de las palabras y sonidos, descubrir lo que le está pasando en realidad a mi prójimo, del modo como una madre sabe distinguir en el llanto de su hijo si se trata de hambre o sueño o cansancio o una enfermedad.

El tercer tema del Evangelio es la Fe. Queremos pedirla repitiendo la oración de los Apóstoles “auméntanos la fe” (Lc. 17, 5). Sabemos que es puro don de Dios, que nuestra fe es débil y frágil. Es una relación personal con Jesucristo que venimos llevando desde hace tiempo en nuestra vida. Este vínculo nos da fuerza y valentía para enfrentar realidades dolorosas y complejas. Nos ayuda a aceptar el sufrimiento con la conciencia que el mal no tiene la última palabra entre nosotros. Nos hace saber que Dios actúa en su pueblo y en cada persona. Y finalmente nos hace salir de nosotros mismos y nos lleva a darla y a entregarla, no nos deja inmóviles sino que nos lleva a transmitirla, no para convencer sino para ofrecer un verdadero tesoro que constituye lo mejor que nos pasó en la vida.

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