En su mensaje del sábado 6 de marzo en Iraq, en la llanura de Ur, el Papa Francisco aludió al lugar que representa Ur en las religiones monoteístas.
Ur es la tierra de Abrahán, donde escuchó la llamada de Dios, y desde donde inició un viaje que modificaría la historia. Este lugar bendito nos remite a los orígenes, a las fuentes de la obra de Dios, al nacimiento de nuestras religiones. Aquí, donde vivió Abrahán, nos parece que volvemos a casa. Él escuchó aquí la llamada de Dios, desde aquí partió para un viaje que iba a cambiar la historia. Este encuentro fue fruto de esa llamada y de aquel lejano viaje. Y hoy también judíos, cristianos y musulmanes honramos al padre Abrahán, mirando al cielo y caminando en la tierra.
Hay cosas que son inmutables. Las estrellas, milenios después de las que viera Abrahán, son las mismas, que siguen iluminando y brillando juntas. El más allá de Dios invita al más acá del hermano. Pero para sostener la fraternidad, se debe seguir mirando al Cielo.
Afirmó el Santo Padre: “Desde este lugar que es fuente de fe, desde la tierra de nuestro padre Abrahán, afirmamos que Dios es misericordioso y que la ofensa más blasfema es profanar su nombre odiando al hermano. Hostilidad, extremismo y violencia no nacen de un espíritu religioso; son traiciones a la religión. Y nosotros creyentes no podemos callar cuando el terrorismo abusa de la religión. Es más, nos corresponde a nosotros resolver con claridad los malentendidos. No permitamos que la luz del Cielo se ofusque con las nubes del odio. Sobre este país se cernieron las nubes oscuras del terrorismo, de la guerra y de la violencia. Todas las comunidades étnicas y religiosas sufrieron. Quisiera recordar en particular a la comunidad yazidí, que ha llorado la muerte de muchos hombres y ha visto a miles de mujeres, jóvenes y niños raptados, vendidos como esclavos y sometidos a violencias físicas y a conversiones forzadas. Hoy rezamos por todos los que han padecido semejantes sufrimientos y por los que todavía se encuentran desaparecidos y secuestrados, para que pronto regresen a sus hogares. Y rezamos para que en todas partes se respete la libertad de conciencia y la libertad religiosa; que son derechos fundamentales, porque hacen al hombre libre de contemplar el Cielo para el que ha sido creado”.
Así como los ojos fijos en el cielo no distrajeron a Abrahán, sino que lo animaron a caminar en la tierra, a comenzar un viaje que iba a alcanzar todos los siglos y latitudes. Rodo comenzó en Ur, tal como se relata en el Génesis. El suyo fue un camino en salida que con sacrificios: dejó tierra, casa y parientes. Renunciando a su familia, se convirtió en padre de una familia de pueblos. Francisco agregó “En el camino, estamos llamados a dejar esos vínculos y apegos que, encerrándonos en nuestros grupos, nos impiden que acojamos el amor infinito de Dios y que veamos hermanos en los demás. Sí, necesitamos salir de nosotros mismos, porque nos necesitamos unos a otros. La pandemia nos ha hecho comprender que «nadie se salva solo». Aun así, la tentación de distanciarnos de los demás siempre vuelve. Entonces «el “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será peor que una pandemia» (ibíd., 36). En las tempestades que estamos atravesando no nos salvará el aislamiento, no nos salvará la carrera para reforzar los armamentos y para construir muros, al contrario, nos hará cada vez más distantes e irritados. La paz no exige vencedores ni vencidos, sino hermanos y hermanas que, a pesar de las incomprensiones y las heridas del pasado, se encaminan del conflicto a la unidad.”
Toca recordarle al mundo que la vida humana vale por lo que es y no por lo que tiene, y que la vida de los niños por nacer, ancianos, migrantes, hombres y mujeres de todo color y nacionalidad siempre son sagradas y cuentan como las de todos los demás. Corresponde tener la valentía de levantar los ojos y mirar a las estrellas, las estrellas que vio Abrahán, las estrellas de la promesa.
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