El recuerdo de Agustín

El recuerdo de Agustín

Partió Agustín. Padre obispo, amigo, compañero en etapas de formación y otros momentos. Un hombre de paz. Constructor de fraternidad. En sentido humano y evangélico.

Una anécdota menor que el cariño trae a la memoria: Cuando compartíamos años de formación en el seminario salesiano de Bernal, con frecuencia, tras el almuerzo, armábamos dos equipos de fútbol “para la cancha grande”(cuando este espacio nos tocaba). Y cuando faltaba alguno para completar el número, entre otros, solíamos recurrir a Agustín para que se sumara, aún  sabiendo que el fútbol no era para nada algo que le interesara. Tras insistir un poco, terminaba aceptando. Siempre jugaba atrás y  ponía siempre la mejor onda. Alguna vez, cuando los 22 que formaban la lista se conseguían rápido, él nos reclamaba, diciendo: “Y ahora, si yo quiero jugar ¿van a sacar a alguno para que yo pueda jugar?  Siempre amigable, de buen humor.

En los típicos momentos de estridencias estudiantiles o conflictos generacionales, su hablar pausado, con esa voz grave que lo caracterizaba, transmitía serenidad y calma, aun cuando la vehemencia de la discusión hacía levantar el tono de las voces. Aportaba capacidad de escucha.

Ya obispo, en ocasión de alguna celebración, siempre se hacia un momento, para acercarse y saludar a sus “amigos o compañeros” con la simpleza y llaneza que siempre lo acompañaron. Siempre había una pregunta sobre la familia y el trabajo de cada uno, con algún infaltable “chascarrillo” según el interlocutor.

Cuando lo nombraron obispo de Neuquén, nombramiento que en su profunda humildad lo tomó de sorpresa, solicitó a los salesianos que le permitieran llevar como “familiar” al padre Mario Leonfanti, su compañero y hermano de Congregación. Tuvo la delicadeza de ir a la casa de su madre, ya mayor,  a comentarle este pedido y  “avisarle” que llevaría a su querido hijo “sacerdote”, bastante más lejos de donde estaba. A este encuentro fue acompañado de su propia mamá (quien ahora de 98 años lo despidió, por esas paradojas de la vida, donde en ocasiones las madres despiden a sus hijos). Un gesto de ternura y humanidad que siempre lo caracterizaron.

En su gestión como obispo en los diferentes destinos que le tocó cubrir, algunos más complicados que otros por las siempre complicadas “historias previas”,  supo hacerlo llevando un mensaje de concordia y generando espacios de encuentro, desactivando con paciencia las clásicas internas eclesiales. Nunca peleó con intrigas, por espacios de poder y siempre buscó lo que creyó mejor para su diócesis y para la Iglesia. No fue tibio ni neutral cuando se trató de poner el cuerpo como pastor cuando estaba la justicia de por medio. Todavía se lo recuerda cuando no dudó en mediar en Neuquén enfrentando la represión cuando ésta quería solucionar por la fuerza un justo reclamo popular. Esto le trajo algunos dolores de cabeza que supo sobrellevar con discreción y paciencia.

Supo sobrellevar y manejar prudentemente alguna maniobra de politiquería barata que quiso implicarlo en temas de corrupción o presuntos alineamientos partidarios. Era demasiado transparente para que esas maniobras lo alcanzaran. Y si alguna decisión suya pudo resultar controvertida para quienes no compartían los criterios que la guiaron, jamás se obtuvo de su parte una respuesta altisonante, soberbia o intemperante. A lo sumo, dio sus razones sin pretender imponer verdades.

Se fue un tipo querible. Profundamente austero y simple. Respetado.

Supo ocupar el espacio que la Providencia le fue dando en los distintos lugares y circunstancias donde le toco vivir. Siempre construyendo. Bien por él.

  1. Silvia Escandell 3 septiembre, 2020, 14:44

    Gracias Pepe por este recuerdo que lo pinta a Agustín de cuerpo entero. Lo vamos a extrañar!!

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