Después de 36 años, Argentina es campeón del mundo. En un país futbolero la alegría inunda todos y cada uno de los rincones del territorio nacional, y el Olimpo se alcanza con la punta de los dedos. Pero ¿por qué disfrutamos tanto esta Copa del Mundo? ¿Por qué nos encariñamos tanto con este equipo albiceleste? ¿Por qué nos sentimos tan representados con esta Selección?
La Copa del Mundo de Qatar 2022 nos despertó alegrías que muchos no conocíamos y el sentimiento de triunfo, de éxito, se sintió de forma colectiva. Las casi 5 millones de personas que se apostaron en las calles de Buenos Aires para recibir a La Scaloneta o los festejos en distintas partes del país lo dejan en evidencia.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué disfrutamos tanto esta Copa del Mundo? ¿Por qué nos encariñamos tanto con este equipo albiceleste? ¿Por qué nos sentimos tan representados por este barco comandado por Lionel Scaloni? Encontré algunas respuestas, que les comparto en los siguientes apuntes. Creo que la razón principal, y que significó uno de los mayores logros de esta Selección, fue haber hecho sentirnos parte de esta hazaña. Habernos hecho sentir que nosotros, los hinchas, el pueblo argentino, fuimos una pieza fundamental para alcanzar la Copa del Mundo. Que sin nosotros no hubiera sido lo mismo, que no daba lo mismo que estuviéramos o no. Que éramos tan importantes como cualquier jugador.
Scaloni dijo varias veces que la Selección era de todos, que jugaba por y para la gente. Dijo varias veces también que una de las cosas más importantes de su gestión era lograr que las futuras generaciones se sintieran identificadas con la camiseta. Que los chicos tuvieran ganas de representar a la Selección Argentina. Que quieran jugar por su país. Y de repente, en este Mundial de locura, nos encontramos inmersos en una sinergia cíclica en la que nosotros los hinchas, pasionales por defecto, alentábamos al equipo; los jugadores lo sentían, y entonces lo pedían, y lo pedían porque lo necesitaban. “Necesitamos que elijan creer”, decían. “Todos juntos”, decían.
Jugadores que en todo este tiempo sentimos muy cercanos. Tipos que se mostraron siempre muy naturales, genuinos, divertidos; que nos daba la sensación de que podrían ser cualquier primo, hermano o tío nuestro. Tipos con los que podríamos juntarnos a tomar mate, por ejemplo. Que cada vez que jugaban con la camiseta argentina, se divertían. Ellos mismos lo dijeron: “Cada vez que nos vemos estamos como en un viaje de egresados”. Eran amigos que se juntaban a jugar a la pelota. Tal como hacemos nosotros.
Una Selección que, además, nos conmovió por su forma de jugar. Su estilo, su impronta. No importa que el lector no sepa demasiado de fútbol: la esencia con la que jugaba nuestra Selección es la misma esencia que puede encontrar en cualquier plaza, viendo chicos y chicas correr. Armando un arco con dos buzos, descalzos, amagando pozos y barro. Amagando, por qué no, una realidad de vida compleja.
Una Selección que nunca tuvo un orden europeo tampoco. No era el orden español, o el orden francés. La Argentina jugaba, juega, en un desorden organizado. Fluye en medio de una anarquía finamente programada. Florece en el caos. Casi como un espejo de lo que muchas veces somos.
Y un espejo de lo que somos, también, es el sentido de grupo. La forma en la que elegimos construir nuestros vínculos y nos relacionamos. Jugadores como Enzo Fernández o Alexis Mac Allister, que se sumaron sobre la hora y se adaptaron como si fueran de toda la vida, son esos dos invitados que trae un amigo a una fiesta y que los hacemos sentir como uno más apenas llegan. Incluso, hubo jugadores que quedaron fuera de la convocatoria para este Mundial y aun así no dudaron en tomarse un vuelo previo a la final para poder estar con el resto de sus compañeros. Eso es: compañerismo. Una de las grandes victorias de este plantel. Una idea de comunidad que es más grande que sus partes por separado.
Una Selección que también trae novedades. Y lo digo porque veo a los jugadores argentinos mostrarse afecto entre ellos públicamente sin ningún tipo de problema, siendo vulnerables y rompiendo en llanto frente a todos, ya sea por felicidad o por tristeza; lo digo porque veo a un entrenador emocionado una y otra vez cuando le preguntan por eso que toca sus fibras más íntimas; lo digo porque veo a un Dibu Martínez contando que va al psicólogo, que le hace bien; lo digo porque veo a Leo Messi valiéndose de su hombría con humildad, resiliencia, con gestos de cariño hacia su mujer y sus hijos. Una vez escuché a un ex futbolista decir: “¿Sabés cuántos niños leerían un libro si vieran a Messi hacerlo?”
Un Leo Messi que nos hizo tocar el cielo con las manos. Que nos hizo alcanzar ese sueño anhelado. Que, como un bajito de rulos allá por 1986, nos regaló la alegría de los canales de televisión diciendo: “Argentina campeón mundial”. La nueva versión de la canción e himno popular a lo largo de este Mundial, dice: “…y al Diego, ahora lo dejamos descansar”. Creo que, por fin, por fin, los vamos a dejar de comparar, que vamos a entender que solo son dos caras de una misma moneda. Al Diego lo dejamos descansar porque por fin, por fin, las nuevas generaciones, ahora, tienen su propio héroe.
Y los padres le van a contar a sus hijos las gestas de Diego Armando Maradona y toda su influencia en el fútbol y más allá, y los hijos le van a contar a sus padres las hazañas de Lionel Andrés Messi, que con fútbol y personalidad los enamoró para siempre.
Esta Selección Argentina es de todos. Esta Selección Argentina somos todos. Son los jugadores y somos los hinchas. Una cosa sola, indivisible. Así que muchachos, muchachas: felicitaciones a cada uno, a cada una. Porque son, porque somos, campeones del mundo.
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