Cuando el fundamentalismo impide razonar correctamente, aparecen posturas que poco tienen de educativo.
Cuando se razona mal difícilmente se puede hacer el bien. Es una regla moral importante, porque si las premisas de nuestra forma de pensar están equivocadas, las decisiones que tomaremos en base a ellas también lo estarán.
El punto de partida de cierto pensamiento racista, discriminador, machista, homofóbico o, en lo religioso, fundamentalista es errado. Las razas no existen, la discriminación viola el principio de igualdad de todos los seres humanos, el machismo es una mentalidad que considera inferior a la mujer, la persona homosexual merece el respeto que se le debe a todo ser humano, los comportamientos se “inspiran” en los principios religiosos sin pretender aplicar literalmente sus escritos como si fuera un código civil y penal, y sin un análisis crítico de esos textos. Detrás de estos errores, hay frecuentemente un conocimiento muy somero de los temas en cuestión y una pobre reflexión.
Es lo que ocurre con el ministro de Educación de Brasil, Ricardo Vélez Rodriguez, que ya ha asombrado con su propuesta de incluir a militares en las escuelas y pretender que la educación nacional siga los designios de la Biblia. Es decir, organizar la visión de todas las asignaturas de la formación escolar bajo la lógica de las Escrituras cristianas. En las declaraciones, polémicas, del ministro, que incluso han llevado a remover una funcionaria que había avanzado la propuesta, no se aclara qué versión de la Biblia se aplicaría. En el mundo de las iglesias evangelistas prosperan versiones cuya traducción, una labor compleja, no es confiable y puede llevar a distorsiones. Por otro lado, un sistema educativo de todo un país, no puede ser confesional. La escuela brasileña es, por constitución, laica, por tanto, su educación debe mantenerse abierta y dialogante con las diferentes componentes filosóficas y religiosas de sus ciudadanos. Eso implica la búsqueda y la transmisión de valores humanistas que son universales, aceptados por todos y no de una determinada visión religiosa. Por otro lado, la función de la escuela pública es educar y no adoctrinar.
La propuesta del ministro del Gobierno de Jair Bolsonaro no podía por tanto ser más anacrónica y en nada consciente de que vivimos en un mundo en el que el pluralismo es un parámetro fundamental para instalar una convivencia abierta al otro y tolerante.
Fiel a una lectura limitada de la realidad, el ministro ha vuelto a asombrar al mencionar al narcotraficante colombiano Pablo Escobar, quien realizaba donaciones de fondos para las escuelas de su país, para evitar que los jóvenes cayeran en la droga, producto que él destinaba al exterior. El ejemplo no podía ser más nefasto. Escobar fue un criminal que para llevar a cabo sus acciones delictivas no solo violó la ley de todas las maneras posibles, ignoró el rol del Estado, impuso su régimen de terror y determinó la muerte de numerosas personas. El dinero que donaba tenía esa proveniencia y que un alto funcionario público lo cite en su discurso revela una incompetencia para ese cargo pavorosa. Una muestra más de la deriva ideológica en la que ha caído el vecino país.