Se suspendió la cumbre prevista en julio en Montevideo en la que Venezuela asumiría la presidencia temporaria del bloque.
¿Hacia dónde va el Mercosur? La pregunta es válida y oportuna ante las últimas noticias provenientes del bloque. Se acaba de suspender la cumbre de presidentes prevista para julio en Montevideo, en la que Venezuela sustituirá a Uruguay en la presidencia pro tempore. Brasil, Argentina y Paraguay han manifestado su disconformidad al respecto y han presionado para postergar el encuentro. Como no hay otros motivos que se oponen, el traspaso de mando se hará a nivel de cancilleres y el jefe de la diplomacia uruguaya, Rodolfo Nino Novoa, entregará el mandado a su par venezonala, Dalcy Rodríguez.
El malestar de socios del Mercosur hacia el Gobierno de Venezuela no es una novedad. La sintonía ideológica entre Caracas, Buenos Aires y Brasilia ha dejado de influir en las relaciones con Venezuela. Los cuestionamientos del presidente Mauricio Macri hacia Maduro, por su manejo de la crisis que vive el país, son conocidos y a éstos se han agregado las observaciones del presidente interino de Brasil, Michel Temer. Dese Brasilia, además, se cuestiona el actual marco normativo del bloque acusado de una rigidez que, en opinión de Michel Temer, dificulta el desarrollo comercial de su país.
Todo indica que incluso el ingreso definitivo de Bolivia entre los miembros con plenos derechos deberá esperar. Si bien Paraguay ha completado el trámite que ratifica la adhesión del país andino al bloque, desde Brasilia se hizo saber que el trámite se verá demorado en el Congreso brasileño, hoy concentrado en el proceso de impeachment que podría derivar en la finalizción del mandato de Dilma Rousseff, hoy suspendida.
Es difícil no ver una intencionalidad política del Ejecutivo de Brasil, poco interesado en incluir en el bloque un socio ideológicamente alineado con Venezuela. Lo cual marca un giro de 180 grados de la política exterior brasileña.
Estas posturas están revelando un error de fondo que puede costarle caro a la región: la integración no es un proceso de homologación ideológica sino una herramienta para avanzar en el desarrollo ante las circunstancias que plantea un mundo cada vez más globalizado e interdependiente, desde la cooperación y solidaridad entre países. Es un proyecto común que desde lo cultural y lo social, abarca naturalmente también la dimensión económica. Por eso mismo, un bloque regional supone una natural diversidad entre países y culturas, y también diversidades de enfoque político por las que gobiernos conservadores o marcadamente liberales serán socios de otros de signo opuesto.
Con todos sus límites, el proyecto de la Unión Europea no habría alcanzado los resultados que obtuvo si ello hubiera dependido del signo político de sus gobiernos.
Con bastante razón, en estos años algunas voces críticas señalaron cierto exceso en el sesgo ideológico impreso al Mercosur que, en realidad, nos ha distraído de seguir avanzando en el proceso de integración más que en las declaraciones de principios. La agenda de las realizaciones para dar forma a nuestra integración acumula un costoso retraso, comenzando por una necesaria cuan casi inexistente infraestructura que soporte el proceso.
Se comete hoy el mismo error si se hace lo mismo, desde un sesgo opuesto y reduciendo el proyecto de integración a meros acuerdos comerciales.
Hoy la Unión Europea paga precisamente un alto precio por haber soslayado los contenidos básicos de su proyecto, en pos de meras cuestiones económicas.