Chiara Lubich y las tradiciones religiosas no cristianas. Un vacío de amor para apreciar lo que tenemos en común: Dios.
El papa san Pablo VI lanza en 1964 la encíclica Ecclesiam Suam, donde pone de manifiesto el llamado de la Iglesia a entrar en “diálogo” con la humanidad, siendo la primera vez que se menciona esta palabra. Una de las encarnaciones de este diálogo es con las personas de tradiciones religiosas no cristianas, que conocemos como diálogo interreligioso.
El Movimiento de los Focolares se inserta en este llamado al diálogo de la Iglesia, entre otros, haciéndolo con su característica propia: la espiritualidad de la unidad. Como se mencionó en otro artículo, esta espiritualidad es colectiva, orientada a la unidad de la gran familia humana. Tiene como premisa atraer, a través de la continua y mutua caridad, la presencia de Jesús en medio de nosotros. Este aspecto de la espiritualidad es central, tanto que Chiara afirma que lo primero es establecer la presencia de Jesús en medio de nosotros para después hacer distintas acciones (“A los voluntarios de Dios”, 1987). Es decir, como indicaba a las futuras focolarinas en 1964, estamos llamados a dar al mundo esta presencia de Jesús en medio de nosotros.
¿Cómo propone Chiara llevar adelante el diálogo?
Cuando le entregan el premio “Civilización del Amor”, en 1996, da una respuesta fruto de su experiencia personal y la del Movimiento: “¿De qué manera realizar el diálogo para que no sea mal entendido en su recta intención y para que alcance el fin de poner a los hombres, al mayor número de personas, en actitud de comprensión recíproca? En primer lugar nos invita a conocer la religión del otro, que significa entrar en la piel del otro, ver el mundo como el otro lo ve, penetrar en el sentido que tiene, para el otro, ser hindú, musulmán, hebreo, budista”. A continuación se pregunta: ¿cómo entrar en la piel del otro? Y responde: “Esto lo puede hacer solo el amor, pero el amor verdadero” que no es otra cosa que Jesús mismo, que es el amor, al que experimentamos en medio de nosotros y damos al mundo. Con esta actitud de “amar a cada uno que tenemos al lado… uno después del otro” (Meditaciones, 1993). Es el amor que se vive en las relaciones personales. Por lo tanto no es solamente un conocimiento intelectual, sino el amor que involucra todas las capacidades de la persona.
En este sentido, Chiara propone el Arte de Amar (Aachen, 1998) para vincularnos con los miembros de diferentes tradiciones religiosas, entre otros. Consta de cuatro puntos, aunque me detendré en uno: “Hacerse uno con el otro”. Es decir, apropiarse de sus pesos, de sus pensamientos, de sus sufrimientos, de sus alegrías. Hacerse uno es válido, en primer lugar, en el diálogo interreligioso. No obstante, este “vivir el otro” abraza todos los aspectos de la vida y es la máxima expresión del amor, porque viviendo así, muriendo a nosotros mismos, al propio yo y a cualquier apego, se puede realizar esa “nada de sí” al que aspiran las grandes espiritualidades y a ese vacío de amor que se realiza en el acto de acoger al otro. Solo así es posible darle espacio al otro, que siempre encontrará un lugar en nuestro corazón. Significa ponerse delante de todos con la actitud de aprender, porque “realmente hay mucho que aprender” (Conferencia Mundial de las Religiones por la Paz, Amman, 1999). Esta forma de amar es hacer propia la experiencia de Jesús en la cruz, ese amor que se da completamente hasta vaciarse de uno mismo, hasta perder la propia identidad frente al otro, pero por amor. Chiara lo llama Jesús Abandonado, la llave para llevar adelante, entre otros, el diálogo interreligioso.
Según la propia Chiara, vivir de esta manera ejerce una fascinación muy especial en los fieles de las otras religiones porque también ellos quieren despojarse, perder, desprenderse y se encuentran cercanos a nuestra fe si les presentamos un cristianismo que ama de esta manera (Aachen, 1998). Esta forma de relacionarse se descubre como el camino al diálogo.
“Tenemos que ser nada… Antes entendía estas cosas con mi cabeza. Pero al participar en distintos simposios del Movimiento, entendí las cosas con mi alma. A través de la nada se provocará el diálogo entre religiones”, explica Nissho Takeuchi, monje budista de Japón. “Han quedado en mi alma las palabras de Chiara que dice que debemos perderlo todo, incluso cosas bellas. Hay una tradición que dice: ‘Hay Dios y no hay nada con Él’, como si dijera, quien quiera estar en Dios, debe ser nada… siento el llamado a vivir la misma experiencia de Chiara también yo como musulmán”, comenta el profesor Amer al Haafi, de Jordania.
Por otra parte, la presencia divina entre nosotros es otro aspecto para destacar. Lo remarca Ron Ramer, judío de los Estados Unidos: “Hay algo poderoso que sucede cuando nos reunimos. Es lo que dice Mateo 18, 20: ‘Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos’. Este mismo pensamiento se encuentra en el Talmud, Pirke Avot 3: ‘Si dos de ellos permanecen juntos y las palabras de la Torá están entre ellos, habita entre ellos la Presencia Divina’”.
Por último quiero rescatar otra experiencia de Chiara: “vivir a Jesús en su abandono hace el vínculo entre ellos y nosotros… alcanzando la unidad” (refiere Chiara a laicos y monjes budistas en Chiang Mai, en 1997). Luce Ardente, monje budista, decía: “Chiara habló de su fe cristiana, del Carisma de la Unidad y la oración de Jesús: que todos sean uno (Jn 17, 21). Ella también quería aprender sobre el budismo y lo que tenemos en común. Diría que hubo una profunda comunión espiritual que nunca había experimentado en mi vida”.
Esta unidad experimentada entre personas de distintas tradiciones religiosas impulsa a construirla con el resto de la humanidad. “En la unidad, la compasión y la hermandad trataremos de amarnos los unos a los otros, no solo para ser una familia del ideal de la unidad, sino para ser rayos de amor para la humanidad”, expresa Shahrzad Houshmand Zadeh, teóloga iraní.
Esta experiencia de diálogo que vivió Chiara es la que hace el Movimiento de los Focolares en todo el mundo, construyendo relaciones personales con miembros de distintas tradiciones religiosas. Con ellos, la Obra de María lleva adelante distintas iniciativas grupales tanto a nivel local como internacional. Una de las más visibles fue el encuentro que se realizó en Roma en 2014: “Chiara y las religiones del mundo” que reunió a más de 250 personas de 31 países y de diversas tradiciones religiosas en un clima muy fraterno y donde se experimentó la fiesta de esta gran familia.
El diálogo interreligioso es uno de los desafíos al que la Iglesia nos convoca en estos tiempos, y que la espiritualidad de la unidad nos presenta de una forma muy actual y posible ·
Ecumenismo
“Cada Iglesia en los siglos –constataba Chiara Lubich en1997, en Austria– de alguna manera se ha endurecido en sí misma por las oleadas de indiferencia, incomprensión, e incluso odio recíproco. Por lo tanto, hay que poner en cada una un suplemento de amor; sería necesario –más aún– que la cristiandad se viera invadida por un torrente de amor”. Cristianos de varias Iglesias, viviendo esta espiritualidad, donándose recíprocamente las experiencias de Evangelio vivido, descubren el gran patrimonio común, valorizando las fuentes de vida espiritual de cada una. Chiara Lubich define este diálogo como un “diálogo de la vida” que quiere sostener a los demás tipos de diálogo y “crear un pueblo ecuménicamente preparado”.
En la foto, vemos uno de los 25 encuentros de Chiara con el patriarca de Constantinopla Athenágoras I, que demuestra las relaciones fraternas entre el Movimiento de los Focolares y los ortodoxos. “Era el 13 de junio de 1967 –cuenta la misma Chiara–. Me recibió como si me hubiese conocido desde siempre”.
En los años nacieron “Escuelas ecuménicas” y cursos de formación ecuménica en distintas partes del mundo. Anualmente, obispos de varias Iglesias se dan cita para profundizar el conocimiento del Carisma de la Unidad y para incrementar la comunión en Cristo.
Fuente: Focolare.org
Artículo publicado en la edición Nº 622 de la revista Ciudad Nueva.