La justicia ha declarado libre a la capitana del barco que ha desafiado el gobierno de Roma llevando a salvo 42 personas recogidas en el Mediterráneo.
Desde hace 15 días, los italianos no hablan de otro tema que de la capitana del barco Sea Watch, la alemana Carola Rackete, y de su decisión de forzar el bloqueo del puerto de la isla de Lampedusa, frente al norte de África, para socorrer a 42 náufragos recogidos con su barco. El ministro de interior de Italia, el derechista Mateo Salvini, que es también co-jefe de la alianza de gobierno entre su partido, la Lega, y el Movimiento 5 Estrellas, ha impuesto su visión respecto del tema de los migrantes. El partido de Salvini, y él mismo, en el pasado han manifestado sus ideas separatistas –literalmente inventando una región del norte, la Padania, que no tiene asidero geográfico ni cultural-, asegurando que no se sentían italianos y rechazando incluso el símbolo patrio de la bandera. Tales ideas se han acoplado a una visión xenófoba, y eso lo ha llevado, junto con sus compañeros de partido, a insultar reiteradamente a los italianos del sur que durante décadas han migrado al norte del país. Su llegada al gobierno coincide con un giro de sus dichos, esta vez dirigidos contra los migrantes. Siguiendo el estilo del presidente Trump, su última campaña electoral se ha centrado en la presencia de migrantes extranjeros en el país, acusados de generar inseguridad y de quitarle recursos a los residentes. “Primero los italianos”, ha sido su lema.
La realidad, es que muchos de los provenientes del norte de África son impulsados por la desesperante situación en la que están sumidos varios países. Se aprovechan de ello, tratantes de personas que cobran miles de dólares para conducirlos en embarcaciones precarias hasta las costas europeas. A menudo, hacen naufragio y de a cientos han muerto ahogados. A su vez, decenas de miles de migrantes viven en condiciones inhumanas en Libia, en centros donde son vejados y chantajeados.
En este contexto, ante la incapacidad de la Unión Europea de asumir una política unitaria para afrontar el tema, Salvini ha impuesto el bloqueo total de los puertos italianos, convencido que de este modo se frenará el flujo de ilegales al país. La realidad es que los desembarcos siguen igual, también porque la orden de cerrar los puertos no ha aparecido. Pero como ministro de las fuerzas de seguridad, Salvini ha impuesto la prohibición a los barcos italianos incluso de socorrer a los náufragos. Esto último contrasta con el derecho internacional y en especial el derecho del mar, que impone socorrer a quien corre peligro de vida.
Es lo que ha hecho la capitana del Sea Watch, quien ha aplicado las disposiciones internacionales socorriendo a 42 migrantes y dirigiéndose de inmediato hacia el “puerto seguro” más cercano, el de la isla de Lampedusa. En tales casos, los comandantes de barcos deben ir al puerto geográficamente cercano y seguro, es decir, donde las personas asistidas no corran riesgos. El cercano puerto de Túnez, no es considerado seguro, por lo que Carola Rackete ha avisado a las autoridades italianas que llevaba personas que necesitaban asistencia. La pulseada con el ministro Salvini ha durado 15 días, bajo el Sol de una ola de calor que está agobiando a toda Europa, llevando a condiciones extremas a los asistidos, hasta que la capitana ha decidido forzar el bloqueo del puerto. No bien el barco ha atracado la mujer ha sido arrestada con varias acusaciones que, sucesivamente, el magistrado interviniente no ha convalidado dejándola en libertad por no haber cometido ningún delito y, por el contrario, haber aplicado correctamente el derecho del mar.
El episodio, y el contexto, abren un debate que está desgarrando el país. Las redes sociales rebosan de información falsa, que se ha transformado en el modo de hacer política actualmente. Los italianos, creen que los migrantes en el país sean el triple de lo que realmente son, se cree en una oleada de millones de africanos que quieren ingresar, suponen que eso es un costo insoportable para el país. Los números y la realidad muestran otra cosa: hay una emergencia humanitaria en África, pero no la ola temida; los migrantes son un aporte para la economía italiana, superior al gasto necesario para recibirlos en un primer momento; además, suelen realizar los trabajos que ya los italianos no quieren hacer. Finalmente, aparece el dato de que los propios italianos siguen migrando al exterior (más de 120 mil en 2017), y en un número similar a la cantidad de los que ingresan cada año, lo cual no explica la aversión hacia quienes hacen lo mismo llegando a Italia.
La situación evidencia una involución cultural y la incapacidad de detectar una emergencia humanitaria que debería mover a la solidaridad más que al rechazo o al uso político del drama de los migrantes. Y es triste que muchos italianos, país de migrantes si los hay, compartan una política que contradice un espíritu solidario tan característico, al punto de ser el “alma” de su carta constitucional. En varias ocasiones, el Papa Bergoglio ha señalado que no es tiempo de muros ni de puertos cerrados, sino de abrir corazones. Es eso indispensable si no queremos que también la esencia de nuestra convivencia haga naufragio en el mar del egoísmo.