Escuela, familia y niños – La cuarentena y una oportunidad para resignificar la relación de una tríada clave para el desarrollo y crecimiento de las nuevas generaciones.
Estamos viviendo una experiencia particular donde nos vemos “obligados” a estar en confinamiento para cuidarnos y cuidar a los demás. Ante esta sensación de estar encarcelados valen las palabras del psiquiatra austríaco Viktor Frankl, preso en un campo de concentración nazi: “Las circunstancias externas pueden despojarnos de todo, menos de una cosa: la libertad de elegir cómo responder a esas circunstancias”.
Frente a la mirada de nuestros niños y niñas se nos plantea cómo vamos a responder a estas circunstancias como docentes y como familia. Con mayor nitidez, hoy resurge la pregunta sobre qué lugar ocupa la escuela en el aprendizaje de nuestros chicos, aspecto que ya nos veníamos cuestionando mucho antes de la pandemia. ¿Cubre actualmente las necesidades de aprendizaje? ¿Es la escuela el único lugar de aprendizaje?
El contexto nos ayuda a darnos cuenta de la importancia que tiene la socialización en la escuela, el vínculo educativo, las relaciones del docente con los niños y de los niños entre sí. Una fuente muy importante de aprendizaje. Sin embargo, la pandemia también nos vino a decir otras cosas que quizás no estamos teniendo muy en consideración: el rol y lugar de la familia en la salud y en el desarrollo de nuestros niños.
Dónde y cómo estamos los adultos
Los adultos estamos preocupados o súperocupados mucho tiempo en diversas tareas relacionadas con el aspecto laboral, la realización personal, el vínculo con las amistades, las exigencias que implica la economía y los intereses que despiertan los medios de comunicación. La híperconexión y las posibilidades que nos brindan ejercen fascinación. Podemos acceder a un montón de conocimientos y de formación que tiene que ver con nuestras profesiones o nuestros roles en la sociedad, con nuestros trabajos, o para enriquecer nuestros gustos o intereses para el desarrollo de nuestra creatividad o para el entretenimiento. La tecnología nos da tantas alternativas que ha hecho que quizás miremos menos a nuestros niños. Nos hemos alejado de lo que necesitan y hemos centrado la mirada en el adulto. Lo mismo sucede con la escuela, donde se han adelantado los programas, haciendo que incluso en el jardín ya no se juegue porque los alumnos tienen que estar sentados detrás de un cuaderno haciendo actividades.
En reiteradas ocasiones pareciera que los niños no saben jugar. O no se mueven tanto o se mueven demasiado. Pasivos o hiperactivos, no tienen conciencia de su cuerpo, están desatentos. Y buena parte de la responsabilidad es del uso de la tecnología. Se trata de niños que están mucho tiempo frente a una pantalla ya desde muy temprana edad.
Éste puede ser un momento para aprovechar. La función que hoy podemos pedir a la escuela es la de motivar a las familias. La escuela siempre ha querido que los padres se ocupen de los niños y que se hagan cargo de todas las responsabilidades pertinentes, y ahora surge la oportunidad para que la escuela pueda ser un motivo y una forma de ayudar a la familia a crear vínculos amorosos con sus hijos.
Los niños y las niñas tienen en su casa todo lo que necesitan para su desarrollo. La familia es la primera fuente de socialización, donde aprenden a conocerse, dialogar, aceptar las diferencias, reconocer sus emociones y escuchar las de los demás, ser solidarios y responsables. Lo valioso y lo importante es generar en ellos un espacio y un lugar seguro y agradable, donde son clave el buen trato, las palabras y los tonos que utilizamos para generar un buen clima.
Los adultos estamos muy estresados pero por nuestros niños necesitamos crear lugares de paz. ¿De qué sirve llenarlos de actividades cuando esto nos genera nerviosismo, peleas, exigencias y maltrato? Toda la familia puede convertirse en ese espacio seguro donde los niños pueden jugar, compartir o simplemente estar. Si bien las circunstancias pueden hacer que no tengan contacto con otros niños, sí lo tienen con sus hermanos.
Y el juego puede ser intergeneracional, con padres y abuelos –en el caso que el confinamiento lo permita– donde se cuenten historias de familia. Con la falsa idea de progreso, muchas veces sentimos que perdemos el tiempo si no le damos a nuestros niños conocimientos o aprendizajes académicos, mientras dejamos pasar la posibilidad de construir bases sólidas para un sano desarrollo del Yo del niño, apoyado en la familia y sus raíces.
En casa no necesitamos ser estimuladores, sino tranquilizadores y contenedores. Para ello, los adultos primero tenemos que mirarnos a nosotros mismos y comprender cómo estamos viviendo esta cuarentena, dónde compartimos nuestras angustias. ¿Tenemos un lugar continente donde sentirnos seguros, como amigos o la familia más grande? ¿Grupos de pertenencia? No esperemos estar “normales” en una situación que no es “normal”. Si lo vivimos como una carencia, lógicamente buscaremos cómo llenar ese vacío con actividades extras. Pero si lo afrontamos como una oportunidad de nutrirnos hacia dentro, para conocernos, dialogar, descubrirnos y disfrutarnos, entonces será una experiencia de resiliencia que será un puntal para nuestros hijos.
Escuela y familia
Que la familia conozca qué es lo mejor para sus hijos es una pieza importante en el rol de los aprendizajes que propone la escuela. En este momento es fundamental un vínculo estrecho entre el docente y la familia. Es preciso un diálogo cercano en el que los padres puedan filtrar lo que necesitan de la escuela y viceversa. Que las familias puedan acompañar con entusiasmo en las tareas que lleguen desde la institución educativa. De lo contrario no sirve de nada. ¿Qué sentido tendrá mirar a la escuela cuando existe muchísimo contenido difícil de procesar? ¿Qué aprendizajes pueden ser valiosos en este momento? Son muchas las herramientas cotidianas que los niños pueden incorporar teniendo acceso a la lectura y a la escritura, a través de poesías y cuentos que puedan disfrutar junto a los padres día a día. Todos los cuentos tienen un potencial terapéutico. No importa si son historias alegres o tristes, tanto la risa como el llanto pueden ser curativos.
Compartir cuentos y canciones de la niñez de los padres, enseñarles los juegos que jugaban a la misma edad que hoy tienen los hijos, cocinar, leer y escribir recetas juntos, armar la lista del supermercado, pueden conformar un hermoso acceso a un vínculo cada vez más fuerte.
Pero también hay un sinfín de tareas del hogar, que a veces no se tienen en cuenta en la escuela, que pueden convertirse en ladrillos para construir su propia autonomía: cooperar en el orden, poner la mesa, ayudar en la limpieza, guardar y doblar la ropa (tan necesario incluso para el desarrollo de la motricidad), alentar el juego libre, espontáneo, creativo, sin pantallas, aprender alguna habilidad manual como tejer, coser, tocar un instrumento, saber cómo son las cuentas en casa, cómo nos alcanza o no el dinero, qué hacemos con el dinero, el pago de los impuestos, de la comida, del alquiler. Cuántas cosas los chicos “no ven” cuando están en la escuela y que forman parte también del desarrollo de su creatividad, psicomotricidad y del aprendizaje de la responsabilidad y de la autonomía. La escuela puede acompañar en este aspecto proponiendo objetivos de independencia y de autocuidado.
A cada cosa su momento
En este momento que nuestras rutinas se ven alteradas es fundamental establecer nuevos tiempos. Y que sean saludables, como los ritmos de la naturaleza, de la respiración. Es un aspecto que a los niños les proporciona confianza en su mundo e incorporan la dinámica de “a cada cosa su momento”. Momento para jugar, para hacer una tarea, para comer, para la ducha o para dormir. Ya llegará el momento para salir a la calle. Las actividades que se llevan a cabo con regularidad y con ritmo conducen a la creación de hábitos y estos conforman a su vez el armazón para la formación de la personalidad y el carácter.
Para muchos es una preocupación estar un año sin escuela. No obstante, es un año que implica una mirada hacia adentro, una mirada de cómo estamos nosotros como familia, cómo colaboramos entre todos.
En el caso de los adolescentes, es maravilloso ver cómo ellos van descubriendo cómo nos manejamos los adultos, lo que implica estar en casa todos los días. Es una nueva dinámica para ellos ver las necesidades que tenemos y los ayuda a estar más atentos.
Es una oportunidad también de sumar en los adolescentes una mirada social que los interpele: ¿Qué puedo hacer yo por quienes me rodean, cómo puedo colaborar desde mi lugar con los que están teniendo necesidad? Entonces surgen respuestas como la de aprovechar los conocimientos tecnológicos y ayudar escolarmente a algún niño que está en algún problema; muchos se están ocupando de hacer las compras a los ancianos que están solos, hacen llamadas telefónicas y están “más cerca de sus abuelos”. Les hace muy bien asumir el compromiso y sentirse protagonistas de cambios en la sociedad. En este sentido, la escuela también puede ser motivadora para que esa mirada crítica y cuestionadora se transforme en proactiva.
La pandemia ha puesto en revisión algunos roles. Hemos escuchado en este tiempo muchas quejas entendibles de la familia hacia la escuela: “No somos docentes, no tengo el tiempo para acompañar en la tarea”. Y la escuela no puede seguir igual. En el ámbito docente también hubo una gran revolución para entender cómo hacer para enseñar todo lo que hay que enseñar. Pero hoy la institución se plantea qué es lo más importante, qué contenidos son más esenciales. Y luego de las primeras semanas de cuarentena las familias se dan cuenta y valoran el rol del docente, considerándolo fundamental para la enseñanza de sus hijos.
Por eso es tiempo de cuidarnos entre nosotros y cuidar a los más próximos. Debemos escuchar profundamente qué es lo que necesitamos realmente. Que este detenerse no sea un tiempo perdido sino ganado en el fortalecimiento de los vínculos, en encontrarnos nuevamente con nuestros niños y con el niño que cada adulto lleva adentro.
Que el coronavirus no pase en vano. El desafío es lograr el cambio de conciencia que nos ayude a retornar a lo esencial para nuestro desarrollo como personas, y que la mirada hacia adentro enriquezca la mirada hacia afuera, donde podamos reconocer el amor que nos une con quienes vivimos día a día.
Artículo publicado en la edición Nº 621 de la revista Ciudad Nueva.