El cierre de un Concilio

El cierre de un Concilio

El Concilio Vaticano II tuvo entre sus objetivos afianzar la relación entre la Iglesia y el mundo moderno. Fue convocado por el papa Juan XXIII, quien lo anunció el 25 de enero de 1959, cuando su papado apenas contaba con incipientes tres meses. Su realización fue uno de los eventos históricos que marcaron el siglo XX.

Constó de cuatro sesiones: la primera de ellas fue en octubre de 1962. Las restantes fueron convocadas y presididas por el papa Pablo VI. Fue el Concilio que contó con mayor y más diversa representación de lenguas y etnias, con una media de asistencia de unos dos mil padres conciliares procedentes de todas las partes del mundo. Contó con la participación de miembros de otras confesiones religiosas cristianas. 

Compartimos un mensaje significativo por sus destinatarios. El mismo está fechado el miércoles 8 de diciembre de 1965, el mismo día de la clausura. No es una casualidad, sino que pone de manifiesto, uno de los pasos que pretendió dar este Concilio: el acercamiento entre Ciencia y Fe.   

Mensaje a las personas de la ciencia

Un saludo especial para ustedes, los buscadores de la verdad; a ustedes, los hombres del pensamiento y de la ciencia, los exploradores del hombre, del universo y de la historia; a todos ustedes, los peregrinos en marcha hacia la luz, y a todos aquellos que se han parado en el camino, fatigados y decepcionados por una vana búsqueda.

¿Por qué un saludo especial para ustedes? Porque todos nosotros aquí, Obispos, Padres conciliares, estamos a la escucha de la verdad. Nuestros esfuerzo durante estos cuatro años, ¿qué ha sido sino una búsqueda más atenta y una profundización del mensaje de verdad confiado a la Iglesia y un esfuerzo de docilidad más perfecta al Espíritu de la verdad?

No podíamos, por tanto, dejar de encontraros. Vuestro camino es el nuestro. Vuestros senderos no son nunca extraños a los nuestros. Somos los amigos de vuestra vocación de investigadores, aliados de vuestras fatigas, admiradores de vuestras conquistas y, si es necesario, consoladores de vuestros desalientos y fracasos.

También, pues, para ustedes tenemos un mensaje, y es éste: Continúen buscando sin cansarse, sin desesperar jamás de la verdad. Recuerden la palabra de uno de sus grandes amigos, san Agustín: «Busquemos con afán de encontrar y encontraremos con el deseo de buscar aún más». Felices los que, poseyendo la verdad, la buscan más todavía a fin de renovarla, profundizar en ella y ofrecerla a los demás. Felices los que, no habiéndola encontrado, caminan hacia ella con un corazón sincero: que busquen la luz de mañana con la luz de hoy, hasta la plenitud de la luz.

Pero no lo olviden: si pensar es una gran cosa, pensar ante todo es un deber; desgraciado de aquel que cierra voluntariamente los ojos a la luz. Pensar es también una responsabilidad: ¡Ay de aquellos que oscurecen el espíritu por miles de artificios que le deprimen, le ensoberbecen, le engañan , le deforman! ¿Cuál es el principio básico para los hombres de ciencia sino esforzarse por pensar bien? Para ello, sin turbar sus pasos, sin ofuscar sus miradas, queremos ofrecerles la luz de nuestra lámpara misteriosa: la fe. El que nos la confió es el Maestro soberano del pensamiento, del cual nosotros somos los humildes discípulos; el único que dijo y puedo decir: Yo soy la luz del mundo, yo soy el camino y la verdad y la vida.

Esta palabra se aplica a ustedes. Nunca, quizá, gracias a Dios, ha aparecido tan clara como hoy la posibilidad de un profundo acuerdo entre la verdadera ciencia y la verdadera fe, una y otra al servicio de la única verdad. No impidan este preciado encuentro. Tengan confianza en la fe, esa gran amiga de la inteligencia. Alúmbrense en su luz para descubrir la verdad, toda la verdad. Tal es el deseo, el aliento, la esperanza que les expresan, antes de separarse, los Padres del mundo entero, reunidos en Roma en Concilio.

El buen Pablo VI y todos los padres conciliares, dieron este pequeño gran paso, que luego de cincuenta años, sigue dando que hablar. Abordaremos otra mirada de este tema, en futuras ediciones de Ciudad Nueva. Armemos el arbolito y abramos nuestros corazones.

Fuente: https://www.vatican.va/content/paul-vi/es/speeches/1965/documents/hf_p-vi_spe_19651208_epilogo-concilio-intelletuali.html

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