Tras las huellas de Chiara.
Un gran psicólogo de nuestro tiempo afirma: “nuestra civilización en muy pocos casos trata de aprender el arte de amar y, a pesar de la búsqueda desesperada de amor, todo lo demás es considerado más importante” (1). En el carisma de Chiara Lubich el arte de amar tiene su centro culminante en el amor recíproco. El arte de la dinámica de la reciprocidad es descubrir al amor en su expresión más exquisita, pues este me realiza como persona. Es una dinámica que me deconstruye y me construye a la vez, es el sana totum si es expresión viva de mi relación con Dios:
Nosotros tenemos una vida íntima y una vida externa. Una con respecto a la otra es la flor; la una es de la otra, la raíz; una con respecto a la otra es la copa del árbol de nuestra vida. La vida interior se alimenta de la vida externa. En la misma medida en que penetro en el alma del hermano, así penetro en Dios dentro de mí; tanto en cuanto en mi interior penetro en Dios, así penetro en el hermano.
Dios-yo-el hermano: “es todo un mundo, todo un reino…”. Pero vayamos por orden, tratando de comprenderlo bien. “Nosotros tenemos una vida íntima (Jesús dentro de nosotros) y una externa (Jesús en el hermano)”. “Una con respecto a la otra es la flor, la una es de la otra, la raíz”. La vida interior –se afirma– hace florecer la vida exterior. La vida externa (con Jesús en el hermano) hace que la vida interior florezca. Pero, ¿por qué comparar la vida íntima con Jesús a un florecimiento, a la copa de un árbol? La vida interior ¿no es la unión con Dios, y nada más? Es así, pero hay unión y unión. Y esto todos lo sabemos, porque cada uno posee y experimenta, poco o mucho, una especial unión con Dios. Pero, ¿cuándo se puede definir esta vida íntima como un árbol en flor o como su copa y, por consiguiente, algo rico y compacto? Cuando alcanza su completo desarrollo, su máximo esplendor (2).
Al tratar de amar a Dios y los hermanos, he comprendido que (…) somos verdaderamente nosotros mismos si amamos, y, por lo tanto, si no pensamos en nosotros sino en Dios, en su voluntad, que es sobre todo esta: amar al prójimo.
Dios nos pide esto: para ser verdaderamente nosotros mismos, para “realizarnos” (…), debemos no ser, vivir fuera de nosotros… No vivir nuestra voluntad, sino la de Dios. Vivir el hermano. Entonces somos realmente nosotros mismos (3).
Artículo publicado en la edición Nº 629 de la revista Ciudad Nueva.
[1] Fromm, E. citado en Lubich, Ch. (20072). El arte de amar. Buenos Aires: Ciudad Nueva, p. 23.
[2] Id., “El primer paso: el amor a Jesús en el hermano”, Conexión telefónica – Pensamiento espiritual, 18/05/1996.
[3] Id. (19942). La vida, un viaje. Madrid: Ciudad Nueva, p. 59.