Fiel a la lógica empresarial de maximizar las ganancias, el presidente estadounidense busca complacer a sus votantes/accionistas, no a la mayoría.
Creo que es un error analizar la gestión del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, desde una lógica política. El mandatario norteamericano no está aplicando la lógica de un estadista sino la del empresario capitalista cuyo objetivo es maximizar las ganancias y conformar por tanto a sus accionistas.
Para el análisis político, el metro es el beneficio en términos de acrecentar el bien común al que se pretende servir, y para medir la popularidad de una gestión se utiliza el metro del sondeo de opinión sobre una muestra de toda la ciudadanía. En el caso de Trump eso es irrelevante, porque tiene claro que ha sido elegido presidente no por la mayoría de los votos –Hillary Clinton lo superó por más de 2 millones de preferencias–, sino por haber conquistado la mayoría de los delegados. Los sondeos que le interesan a Trump son los de sus electores, es decir sus accionistas.
Es a ellos a quienes les habla y para ellos que toma las decisiones que toma, incluso las de política exterior. Y sus electores (accionistas) están bien contentos con su gestión. El sistema económico estadounidense que comparte esta lógica económica, está de parabienes: la bolsa de Wall Street quiebra un record tras otro, se incrementan las inversiones, llegan capitales del exterior, la economía crece. ¿Crece para todos? ¿Son beneficios que recaen sobre la gran mayoría de ciudadanos? No. Pero, sí benefician a sus votantes. Es la razón por la que Trump puede cometer la torpeza de humillar a México, a sus autoridades y sus ciudadanos y patear el tablero de las relaciones con el mundo latino sin temor al papelón, pues es lo que sus electores creen que es lo que hay que hacer. Del mismo modo puede humillar a un veterano de guerra y espetarle a una viuda de un militar muerto en acción que su marido sabía que eso podía pasar, o puede tranquilamente poner sobre el mismo plato de la balanza grescas entre ciudadanos y grupos de derecha extrema con el gesto de un neonazi que lanzó su camioneta contra la gente matando a una mujer, puede extremar medidas migratorias contra árabes y musulmanes y ante matanzas multitudinarias como la ocurrida en Las Vegas ni poner en dudas el mercado de armas de guerra que llegan a manos de desequilibrados. Del mismo modo, puede decidir rebajar los impuestos a los más ricos, pese a que cientos de millonarios le pidan no hacerlo. La mayoría de los estadounidenses rechaza y condena esas posturas por vejatorias o injustas. Pero su electorado las comporte y lo aplaude. En el análisis de costos beneficios, sus cuentas son en activo. El empresario del modelo capitalista no mira al país sino a su empresa y a sus accionistas, mira a sus beneficios no al bien común.
La decisión de Trump de reconocer Jerusalén como capital del Estado de Israel responde, una vez más, a su lógica empresaria. El mundo árabe la considera una afrenta, la Unión Europea, el presidente de Francia, el Papa Francisco lo consideran un gesto imprudente e inoportuno que puede incendiar una región que desde hace años es un polvorín. El presidente de los Estados Unidos no entiende ni de Medio Oriente ni de política exterior. Pero su gesto complace a sus accionistas y eso es suficiente.
El verdadero balance de la gestión de Trump será a más largo plazo, cuando se habrán incluido también los efectos colaterales (las externalidades negativas, utilizando el lenguaje económico). Un poco como ocurre hoy, cuando el mundo constata azorado los efectos del capitalismo en términos de desigualdad, de exclusión social, y de cambio climático por efecto del sistema productivo y de consumo. Lo limitado de esta lógica (América primero) es evidente y lo más probable es que Trump quedará en la historia como un paréntesis de decadencia política. Lo más lamentable es que para mucha gente será tarde.