Si en lugar de resistir asumimos el desafío de aprender a mirar, sería menos exigente el camino hacia la sostenibilidad del desarrollo.
Hitos que hicieron historia y nos permitieron comprender
En la década del sesenta la humanidad dio grandes pasos en la comprensión de la relación del hombre con la naturaleza. En 1972 Estocolmo fue sede de la primera conferencia sobre el medio ambiente humano, convocada por la Organización de las Naciones Unidas (CNUMAH). Este fue un paso determinante en la comprensión de la necesidad de conservar los recursos naturales, considerando el tema ambiental dentro de la economía. Todo afirmaba que la conservación es indisociable del desarrollo. Un mes y medio después, imágenes del satélite Landsat fueron determinantes en el cambio de las actitudes humanas hacia el estado del medio ambiente mundial.
En 1974 la declaración de Cocoyoc en México dio un mensaje de esperanza en relación con el descubrimiento de fórmulas para equilibrar el uso, la preservación de los recursos naturales y asegurar un crecimiento socioeconómico equitativo: se llamó Ecodesarrollo, un concepto que posteriormente fue traducido por los anglosajones como sustainable development o desarrollo sostenible. En 1989 recién entró en vigor con la difusión del documento “Nuestro Futuro Común” (Comisión Mundial del Medio Ambiente y el Desarrollo) y es asumido por diversos sectores, consolidándose en la Conferencia de Río ‘92, la Cumbre de la Tierra, que instaló el concepto y dejó como resultado un programa de trabajo: la “Agenda 21”, una herramienta clave para actores en desarrollo.
Un insumo importante para esta cumbre fue el documento “Cuidar la Tierra” (1), que define el desarrollo sostenible como “mejorar la calidad de vida humana sin rebasar la capacidad de carga de los ecosistemas que la sustentan”, y se plantean estrategias para lograr el desarrollo sostenible.
Con la llegada del nuevo milenio los 8 Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) instalaron un plan de trabajo como comunidad global. Si bien con logros escasos, en la actualidad los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) nos marcan la hoja de ruta en el camino hacia 2030. Esta nueva agenda consiste en un plan de acción para las personas, el planeta, la prosperidad, la paz y el trabajo conjunto. Cierro este marco con dos grandes pasos: la Laudato Si’ y el “Acuerdo de París” dentro de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 21).
¿Cómo actuar?
Si bien es necesario este relato cronológico de algunos pasos determinantes en la humanidad, lo más valioso es poder comprender cómo actuar. Para ello comparto algunas comprensiones que me regaló la experiencia de trabajo en desarrollo sostenible.
El punto de partida es personal y nos exige construir el “Ser”, adoptar una coherencia de vida sostenible, asumir prácticas y actitudes que aseguren un comportamiento de cuidado, desechando aquello que es incompatible. Este primer paso garantizará la sostenibilidad del desarrollo.
El primer aprendizaje en cambio fue identificar dónde estaba ubicada para observar. “Aprender a mirar” me permitió comprender que, para asegurar un desarrollo sostenible, era necesario que el aumento de bienestar que se daba individualmente debía asegurarse proporcionalmente en el colectivo, y debía además comprobarse un impacto positivo en el entorno. Cuando ese resultado no se da se presenta el riesgo de no contemplar algunas variables vinculadas con lo comunitario y que antes o después condicionarán la calidad de vida.
El modo de mirar debe asegurar un enfoque multidimensional y actuar sistémicamente. Esta manera de mirar requiere de mecanismos de gestión que contengan una actitud inclusiva, abierta a todos, promoviendo la participación de diversas voces y actores, en continua escucha y ejercicio de diálogo y, ante todo, de mucha paciencia.
Podríamos pensar que para actuar y asegurar el desarrollo sostenible, nuestra tarea está en “hacer” y, muy por el contrario, depende de “estar”. Nuestro tiempo es lo más valioso que tenemos para ofrecer. Un tiempo necesario para observar, que nos permita ante todo acrecentar una mirada compasiva con nosotros mismos, para poder tenerla con los demás. Allí está la clave para comprender la necesidad de la solidaridad hacia las actuales y futuras generaciones.
“Estar” nos regala el tesoro más preciado que tiene el desarrollo sostenible y el hecho de trabajar por el bien común: “los vínculos que se generan”, el encuentro con un otro, la construcción de un nosotros. Cuando se establece ese vínculo y se da la comunión se crea reciprocidad y la posibilidad de intercambiar siendo personas de igual dignidad. En este intercambio logramos comprender cuál es la medida de desarrollo de esa persona y esa comunidad. Es en esa mirada compartida que encontramos la armonía con la naturaleza y la identidad comunitaria, que asegura un desarrollo equilibrado y sostenible.
“No se trata de dar sino de asegurar que nuestra participación refuerce las posibilidades de justicia para alcanzar o estar más cerca de la equidad”. Edgar Morin
Me encontré con esta frase hace más de 20 años. Fue una luz en el camino. Siendo hija de una generación donde el desarrollo privilegiaba lo económico, si bien ya desde los setenta se buscaba integrar la dimensión social, la resistencia a incorporar las otras dimensiones ganaba. La última década me encontró trabajando codo a codo con comunidades rurales e indígenas y puedo decir que esta frase me ayudó a comprender en muchos momentos cuál era mi rol en la promoción del desarrollo, buscando asegurar un progreso equilibrado en lo económico, social y cultural como así también en lo ambiental. Y paso a paso, me encontré con el mismo interrogante: ¿Qué significa desarrollo en este contexto, en esta cultura, con esta historia, con esta gente? ¿Cómo es posible participar y aprender a “estar”?
Para conocer más:
www.turismosustentablenoa.org / www.turismosolidario.com.ar
En las redes: @turismo.solidario
1- Elaborado por (UICN, PNUMA y WWF, 1991).
Artículo publicado en la edición Nº 632 de la revista Ciudad Nueva