Un profundo análisis de la realidad política chilena.
Una de las opiniones extendidas hasta hace unos días en Chile es que la gente no estaba interesada en política; que se había vuelto individualista, quizás más egoísta, así como también desafectada de lo que a todos incumbe… aún con una participación en alza en movimientos sociales importantes (los Pingüinos en 2006, universitarios 2011, feministas 2018, otros tantos más transversales como los “no+AFP”, etc.). Efectivamente la participación en las elecciones tendía a la baja (alrededor de la mitad de las personas aptas para votar votaron en las elecciones presidenciales de 2017; en las anteriores (2013), incluso menos, alrededor de un 41%). El fenómeno de la desafección política parecía ser un fenómeno en extensión, el cual no se expresaba sólo en la participación en elecciones, sino también en otros distintos ámbitos de la vida ciudadana.
Pero lo que hoy pasa en Chile, o lo que viene pasando desde al menos el 2006 en adelante, demuestra algo distinto. A las personas sí les importa lo que les incumbe, y lo que a todos afecta. Entonces, quizás la desafección política no es de las personas, sino de la clase dirigente. No sólo de “políticos profesionales” que ocupan cargos públicos, sino también de las élites empresariales, de la academia, de los intelectuales y técnicos en economía, sociología, politología…; en pocas palabras, de las y los privilegiados que no se ven enfrentados directamente a lo que las grandes mayorías sí se ven enfrentadas: sobrevivir en condiciones materiales muy frágiles, en la sensación de injusticia permanente. No se trata sólo de problemas “materiales” (aunque también), sino también de dignidad, de amor propio, de la sensación necesaria de que con el propio esfuerzo y el de la sociedad las condiciones de vida digna son alcanzables. En Chile no lo son; hace mucho que ya no lo son.
Una expresión recurrente en el discurso de las elites dirigente ha sido “dejar que las instituciones funcionen”. Nadie quiso advertir que no han funcionado. El Estado no ha redistribuido ni velado por el bien común ni la justicia ni la igualdad. El mercado, incapaz de ello, tampoco ha sido simétrico en lo que respecta a la competencia, ni tampoco meritocrático, como se decía que lo era. Hoy todos hacen un mea culpa: el presidente pidió perdón por no haber podido leer bien la situación; un periodista conocido afirmó que “no sabíamos que les molestaba tanto” la desigualdad; la prensa, en particular la televisión, descubriendo que las desigualdades son estructurales; diputados, senadores, alcaldes (con muy excepcionales excepciones), todos diciendo que se equivocaron (y muchos echándose a culpa los unos a los otros). El poder ejecutivo despachando proyectos de leyes a velocidad crucero, la cámara de diputados legislando a una velocidad similar, aunque ninguno de esos proyectos legisla sobre los nudos estructurales del sistema. Pero las marchas, manifestaciones, expresiones de descontento siguen; y van tomando formas a veces no deseadas (saqueos, destrucción de espacios públicos). La violencia ha sido la tónica del actuar del gobierno instalando las fuerzas armadas en las calles; ello no sólo trae recuerdos nefastos para las personas que vivieron y sufrieron la dictadura, reactivando traumas, sino que reafirma un espacio de violencia ante toda la sociedad, también los más jóvenes.
Este viernes se convocó una marcha multitudinaria; la más grande de la historia de Chile. Al mediodía las carreteras que rodean Santiago, así como las interurbanas, estaban colapsadas por marchas de camioneros, automovilistas, motocilistas, taxistas… La afección política está en un grado máximo de expresión, pero aún desarticulada; aún no hay voces con autoridad suficiente para entretejer todo lo que hoy se requiere, todas las demandas y necesidades. Los males de la democracia se mejoran con más y más radical democracia. No sabemos aún cómo se articulará eso. Pero creemos que ésta es una oportunidad para la afección política; es una oportunidad para aquello que “mantiene unidas a las ciudades”, la amistad política, la fraternidad. Si lo logramos, quizás, sólo quizás, la patria devenga en fratria.
La clase dirigente personificada en Piñeira dijo virtualmente: “No sabíamos que les molestara tanto que los escupiéramos en la cara”, porque al fin y al cabo ustedes están para servirnos a nosotros; justamente la inversión de la ecuación democrática. Hacia falta un freno porque los potentados no tienen límites; y el pueblo chileno tenía cero herramienta para poner condiciones; entonces para que votar. Hoy el pueblo descubrió una herramienta potente surgida de la indignación y el amor por los suyos, el pueblo se reconoce comunidad, se apropió de la herramienta de la unidad, es un paso; es una historia con final abierto, María guié los pasos de este grito de liberación.