¿Crisis terminal o lenta gestación de un mundo nuevo?

¿Crisis terminal o lenta gestación de un mundo nuevo?

Chiara Lubich – La novedad de un carisma.

En la historia de Occidente la concepción cristiana del mundo fue sustituyendo gradualmente la visión mitológica, pero quedó marcada por esa crisis cultural que, en nuestro tiempo, ha dado origen a distintos fenómenos, como la secularización, el secularismo y la postmodernidad (o modernidad líquida).

A causa de esto se ha dejado de entender cómo Dios podría colmar de sí mismo el mundo. Para el hombre occidental el mundo se ha ido vaciando lentamente de sentido. 

Una racionalidad escéptica y fría, que se mueve entre las cosas sin alcanzarlas en su origen profundo, ha sustituido a la inteligencia de amor con la cual se podía captar en su raíz, es decir, en Dios –que contiene en sí y alimenta de sí a la Creación–, la verdad y la belleza de las realidades creadas.

El gemido de las criaturas, del que habla san Pablo (cf. Rom 8, 22), parece dejar de oírse. ¿Estamos ante una crisis irreversible? ¿O más bien ante la lenta gestación de un mundo nuevo?

Jesús crucificado y abandonado es luz para comprender y vivir el sentido de esta crisis de sentido (como una oportunidad de crecimiento). Él experimentó y asumió en sí mismo el no-ser (el despojo o desnudez) de las criaturas separadas de la fuente del ser: cargó con la “vanidad (o vaciedad), la pura vanidad (o frustración)” (Ecl 1, 2).

Él asumió por amor este no-ser, que podemos llamar negativo, y lo transformó en sí mismo, ese no-ser positivo que es el Amor, como revela la resurrección. Jesús abandonado inundó de Espíritu Santo la creación, convirtiéndose así en “madre” de la nueva creación. Ciertamente, este acontecimiento está todavía en gestación: pero en Cristo resucitado y en María asunta con Él ya se ha cumplido y, en cierto modo, ya es realidad para su Cuerpo místico, que es la Iglesia.

Si vivimos en el amor recíproco, que trae a Cristo entre nosotros y nos nutrimos de la Eucaristía, que nos transforma en Cristo individual y comunitariamente, y por lo tanto en Iglesia, podemos percibir, advertir cómo el Espíritu de Dios penetra en el corazón de todos los seres, en cada uno y en el cosmos entero.

Y por el Espíritu Santo podemos intuir que existe una relación esponsalicia entre el Increado y la Creación, porque al encarnarse el Verbo se puso de parte de la Creación, divinizándola y recapitulándola en sí. Es una visión amplia y majestuosa que nos lleva a pensar en la entrada, un día, de toda la Creación en el seno del Padre.

Al concluir la lectura de estas reflexiones de Chiara Lubich podríamos hacer nuestra esta oración suya: “Señor, dame a todos los que están solos… He sentido en mi corazón la pasión que invade al tuyo por todo el abandono en que está sumido el mundo entero. Amo a todo ser enfermo y solo: también las plantas que sufren me dan pena… también los animales solos. ¿Quién se compadece de su muerte lenta? Haz, Dios mío, que sea en el mundo el sacramento tangible de tu amor, de tu ser Amor: ser tus brazos que abrazan y transforman en amor toda la soledad del mundo” ·

Recopilación de algunos textos tomados de: Lubich, C. (2005). La Doctrina espiritual. Buenos Aires: Ciudad Nueva, pp 118 y 262-264.

Artículo publicado en la edición Nº 615 de la revista Ciudad Nueva.

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