Es la frase que identifica la vida de Dante Di Stéfano, un joven salesiano, enamorado de la espiritualidad de la Unidad y que, padeciendo una rara enfermedad, no claudicó en su entusiasmo para acercar a cientos de jóvenes a Dios.
Ciudad Nueva dialogó con Pablo Toledo, miembro de la Comisión por la Causa de Beatificación de Dante Di Stéfano, para conocer más sobre su vida.