Conservar y gestionar los bosques

Conservar y gestionar los bosques

El clima, la biodiversidad y la salud están en peligro y los riesgos surgen de nuestra relación con el planeta. El papel de los bosques en la lucha contra el cambio climático.

por Prof. Giorgio Vacchiano*

La humanidad vive tres crisis: la del clima, debido a las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan que las temperaturas, el nivel del mar y los eventos extremos aumenten a un ritmo sin precedentes en la historia de nuestra especie; la de la biodiversidad, por la destrucción de muchos hábitats que está provocando la sexta extinción masiva en la historia de nuestro planeta; y la de la salud, con la propagación de la pandemia covid-19 y la aparición de nuevas zoonosis que ponen en grave peligro nuestra salud y nuestra economía.

Pero las tres crisis no están separadas. Todas tienen su origen en nuestra relación con los ecosistemas de la Tierra. Entre estos, los árboles y los bosques juegan un papel fundamental: secuestran parte de los gases de efecto invernadero que emitimos, albergan las cuatro quintas partes de la biodiversidad terrestre y actúan como una barrera “antivirus” contra los animales vectores de zoonosis. Además, protegen el suelo, nos protegen de los peligros naturales, purifican nuestro aire. Como otros ecosistemas, los bosques del mundo están amenazados por la acción humana y en muchos lugares de la Tierra están desapareciendo debido a los cambios en el uso de la tierra, la producción de ciertos bienes de consumo y el cambio climático. Pero conservar y gestionar los bosques no es solo una cuestión de respeto por el ambiente, sino una acción clave para asegurar nuestra propia supervivencia en este planeta.

La deforestación se genera mediante la tala de árboles, pero la tala de árboles no siempre es deforestación. Para entenderlo mejor, primero debemos definir qué es un bosque.

Según la FAO, el bosque es un área de al menos 0,5 hectáreas con árboles capaces de alcanzar al menos 5 metros de altura que con su follaje “cubren” al menos el 10 % de la tierra. Los parques urbanos, los jardines y las formaciones de árboles en la agricultura están excluidos de esta definición (un huerto o un olivar no es un bosque).

Habiendo aclarado qué es un bosque, volvamos a la deforestación. Según la FAO, la deforestación es un cambio permanente en el uso de la tierra, por ejemplo, cuando un bosque se transforma en tierra agrícola, de pastoreo o artificial. Por lo tanto, la deforestación no solo significa cortar el bosque, sino evitar que el bosque vuelva a crecer.

Las áreas de bosque que han sido taladas, cubiertas por incendios o destruidas por eventos climáticos extremos se definen como “áreas temporalmente desprovistas de vegetación”. No es solo una distinción del vocabulario: aquí, los árboles volverán a crecer.

El papel de los bosques en la lucha contra el cambio climático es evidente: los bosques del mundo contienen 296 mil millones de toneladas de carbono, incluidos el tronco, las ramas y las raíces; en promedio, 74 toneladas de carbono por hectárea de bosque. Debido a la deforestación, ya hemos reducido la reserva de carbono en los bosques del mundo en más de 11 mil millones de toneladas en los últimos 25 años, una cifra equivalente a las emisiones mundiales de CO2 en un año.

La principal razón de la deforestación es el estilo de vida consumista con dietas desequilibradas, así como el aumento de la población mundial y la consiguiente necesidad de tierras agrícolas para producir cantidades cada vez mayores de alimentos a través de la agricultura y la ganadería de tipo industrial. Al quemar árboles y eliminar cualquier posibilidad futura de fotosíntesis, la deforestación genera enormes emisiones de CO2 (equivalentes al 10-15 % de las emisiones antropogénicas), que en los ecosistemas tropicales corren el riesgo de desencadenar un círculo vicioso: más emisiones significan un clima más cálido, sequías e incendios más frecuentes, los que a su vez aumentan el número de árboles que sufren o mueren por los extremos climáticos. Y menos árboles significa menos fotosíntesis: si la tendencia actual continúa así, los bosques tropicales dejarán de absorber carbono alrededor del año 2030.

En el continente europeo, los bosques eliminan 372 millones de toneladas de CO2 al año de la atmósfera (el 7 % de las emisiones) y aportan el 0,8 % del PIB europeo (unos 103.000 millones de euros). Este resultado se debió principalmente al abandono de los espacios rurales, donde el bosque ha “vuelto” para ocupar su hábitat original. Las semillas de las plantas “pioneras”, transportadas por el viento o por los animales, llegan a los campos, que a menudo ya no se aran. Al estar en un suelo fértil y con mucha luz disponible, las semillas germinan y comienzan a crecer, emergen de la capa de hierbas y arbustos, primero forman núcleos aislados, luego un bosque verdadero.

Después de veinte o treinta años, cuando el nuevo bosque ha desarrollado su follaje, llegan las semillas de otras plantas, más aptas para crecer a la sombra, mientras las especies pioneras envejecen sin encontrar las condiciones adecuadas para reproducirse. Aquí, un nuevo bosque, formado por plantas más adecuadas al clima y al sustrato de la zona, se ha asentado en lo que ha sido un campo cultivado durante cientos o miles de años. Es el proceso que en ecología se llama sucesión.

¿Cómo es posible entonces que los bosques aumenten en superficie y también en volumen? El manejo es sostenible porque se utiliza solo una parte de la madera que producen los árboles cada año como resultado de su crecimiento (en diámetro y altura).

En la actualidad, los bosques se enfrentan a nuevos desafíos: mitigar el cambio climático mediante la fijación de CO2 en la madera y en el suelo; resistir a los eventos extremos generados por el calentamiento global; contribuir a la descarbonización de la economía gracias a la madera y sus derivados, como bioplásticos, productos biotextiles, biomédicos o biomasa, que se utilizan como sustitutos de productos no renovables (como el cemento y el acero en la construcción, o de los combustibles fósiles para la producción de energía); proteger la biodiversidad; oponerse a la inestabilidad hidrogeológica y contribuir a la regulación del ciclo del agua. Si queremos que cada bosque nos ayude de todas estas formas, necesitamos predecir científicamente su evolución y planificar su manejo y su tiempo, porque los bosques crecen y responden lentamente ·

(Extraído del artículo de Gherardo Chirici, Piermaria Corona, Raffaella Lovreglio, Marco Marchetti, Paolo Mori, Renzo Motta, Davide Pettenella, Raoul Romano, Luigi Torreggiani y Giorgio Vacchiano, publicado en www.lifegate.it)

Artículo publicado en la edición Nº 626 de la revista Ciudad Nueva

*Profesor de Gestión y Planificación Forestal en la Universidad Estatal de Milán (Italia). Su investigación tiene como objetivo comprender cómo los árboles y los bosques responden al cambio climático. Hace dos años, por su investigación, fue incluido por la revista Nature como uno de los 11 científicos emergentes del mundo. 

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