El título corresponde a una de las frases de la respuesta de Neil Armstrong a Richard Nixon, desde la Base Tranquilidad, Luna, 20 de julio de 1969.
Hay pocos recuerdos tan fascinantes como para emerger, nítidos, desde la oscura profundidad de una infancia dolorosa y presentarse a la memoria intactos, aún maravillosos. Uno es aquella imagen borrosa, grisácea y frágil de Neil Armstrong caminando sobre la luna. Nada pudo borrarla ni pudo impedir el deseo profundo de emprender también el soñado viaje a las estrellas. El deseo de conocer y comprender todo floreció, lento pero decidido, y la tecnología, las computadoras, las matemáticas y la física, se volvieron compañeras íntimas en el camino. ¿Qué otra cosa podía sucederle a un niño de cinco años que presenció aquella escena mirando, muy hacia arriba, aquel televisor gigantesco sobre el mueble del comedor?
Muchos años después, le pareció comprender al astronauta que, en aquella primera noche insomne, decía sentirse representante de los seres humanos “de naciones pacíficas”, de los seres humanos “curiosos” y “con una visión para el futuro”.
Dentro de muchísimos años, tendremos que mudarnos muy lejos. El Sol se expandirá y la Tierra se volverá inhabitable. Si para entonces los seres humanos seguimos existiendo –cosa que espero– tendremos que irnos muy lejos. Tal vez hacia alguno de los miles de planetas que ahora estamos descubriendo, y que orbitan otras estrellas.
En algún momento teníamos que empezar a prepararnos para el viaje. Nos ha tocado vivir en esa época. Dentro de muchos, muchos años, cuando de nuestra civilización actual no quede más que un vaguísimo recuerdo, es posible que ese recuerdo sea éste, el de la época en que los seres humanos comenzaron a viajar por el espacio.
Personalmente, hubiera preferido que comenzáramos los preparativos del viaje con nuestro planeta natal mejor cuidado, con una sociedad sin tanta pobreza ni tanto sufrimiento y con una experiencia global y personal de lo que somos: hermanos. No fue así, y es muy penoso, pero ese gran viaje en algún momento había que comenzarlo y en realidad no sabemos si otros momentos serán mejores, aunque lo esperamos.
Tal como lo demostró el programa Apollo, y la carrera espacial en general lo sigue mostrando, la humanidad ya posee los conocimientos científicos, los recursos, la tecnología y la capacidad organizacional para afrontar con éxito empresas enormes. Nos falta cambiar el corazón… pero eso es algo que siempre podemos hacer si queremos. También en este instante.