Con el oído puesto en el Evangelio y en el pueblo

Con el oído puesto en el Evangelio y en el pueblo

A 40 años de la muerte de Monseñor Enrique Angelelli.

Un brevísimo resumen de los hechos nos dice que el 4 de agosto de 1976, Mons. Enrique Angelelli, junto al P. Arturo Pinto, retornaba a la capital riojana, luego del novenario a los sacerdotes de Chamical (ciudad riojana) que habían sido asesinados por sicarios de la dictadura militar, cuando a la altura de Punta de Los Llanos, su camioneta fue obstruida por un Peugeot 404, lo que le provocó el vuelco. El cuerpo del Obispo fue sacado contra el asfalto y quedó tirado en el suelo durante seis horas; la camioneta desapareció y la única lesión que presentaba el cadáver de Monseñor Angelelli fue la nuca destrozada tal como si lo hubiesen molido a golpes. La carpeta que llevaba el Obispo jamás pudo ser encontrada.

Aunque se intentó ocultar el crimen como “accidente automovilístico” y la causa judicial iniciada fue enseguida archivada, en 1983, con el retorno de la democracia, se reabrió y en 1986 el Juez Aldo F. Morales dictaminó que la muerte de Mons. Angelelli fue un “homicidio fríamente premeditado”.

40 años más tarde, como reparación a lo que “la justicia” había calificado de “accidente” con el obvio consentimiento de las autoridades militares y el silencio de la cúpula eclesiástica de ese entonces, en el palacio de la función judicial de La Rioja se inauguró un mural con la inscripción: “A 40 años del martirio de monseñor Angelelli, los riojanos celebramos su vida poniendo un oído atento a nuestro pueblo y otro en el evangelio.  JUSTICIA Y PAZ”.

Hubo que esperar mucho, demasiado quizás, pero en el mismo lugar donde se pretendió ignorar alevosamente la verdad de los hechos, se proclama a la vista de todos, el testimonio de una vida entregada sin claudicaciones ni cobardías a la causa de la justicia social, en nombre del Evangelio.

La frase es una síntesis de lo que en 1975 había escrito Monseñor Angelelli: “Hay que descubrir dos cosas: que para servir hay que tener el oído atento, siempre puesto a lo que dice el Evangelio y a lo que dice el pueblo. Y guardar fidelidad a ambas cosas.”

Cuando en 1968 asumió la conducción del Obispado en esa provincia, había afirmado: “No vengo a ser servido sino a servir. Servir a todos, sin distinción alguna, clases sociales, modos de pensar o de creer; como Jesús, quiero ser servidor de nuestros hermanos los pobres”.

Quienes participaron de la celebración eucarística realizada el jueves a la noche en la catedral riojana, hablan de una multitud de personas, creyentes y no creyentes, miembros del clero y del episcopado, organizaciones sociales y populares. Todos presentes para dar testimonio de la coherencia de vida de este “padre obispo” con lo que en su momento había proclamado con su palabra.

Seguramente todavía debían resonar los ecos de la misa del domingo pasado, en Capital Federal, en ocasión del recuerdo del martirio de los padres palotinos, que también convocó  a obispos, fieles, y ciudadanos en general, más allá de creencias o confesiones religiosas.

Es imposible desconocer la necesidad de una reflexión hacia adentro del Pueblo de Dios con respecto a ese período. Sobre todo con el papel de la Iglesia. Una posible reflexión es que tal y como se puede advertir en distintos períodos de la historia, constatamos una vez más que en forma simultánea existieron luces y sombras, contradicciones profundas, gravísimos pecados por acción y omisión, pero al mismo tiempo, verdaderos testimonios de virtudes en grado heroico, martirios en muchos cristianos que no titubearon en vivir coherentemente su fe, hasta las últimas consecuencias, ya sea como miembros de la jerarquía, referentes pastorales o simples creyentes comprometidos.

Sin duda, hubo quienes desde lugares de conducción avalaron y apoyaron el accionar represivo, llegando en algunos casos a justificar la tortura como método lícito, o se negaron públicamente a reconocer la existencia de personas desaparecidas, secuestros de recién nacidos, campos clandestinos donde se vejaban y aplicaban tormentos de una crueldad reñida con los principios más elementales de humanidad.

Pero, también es justo reconocer que con una mirada totalmente opuesta, hubo quienes no titubearon en denunciar y condenar esas conductas, brindaron su apoyo de distintas maneras a quienes resultaron sus víctimas o los familiares de las mismas, llegando en algunos casos a pagar ellos mismos con sus vidas su compromiso evangélico. Sin duda, como Pueblo de Dios, debemos aún rescatar y dilucidar estas conductas. Esta realidad se puede extender con sus matices, a América latina y a otros escenarios mundiales, pasados y presentes.

Hoy es la figura de monseñor Angelelli quien provoca esta reflexión. Afortunadamente no es el único. Y todos, los que como él, han entregado y entregan sus vidas cotidianamente, y siguen planteando el desafío de construir en el más acá, lo que alguna vez, y quizás todavía hoy, en algunos casos, se pretendió presentar como el más allá de los Cielos y Tierras nuevas de los que nos habla el Nuevo Testamento.

  1. Excelente.Compartí actos con Monseñor, nuestro querido ” pelado” como le llamábamos los jóvenes amigos.

    Reply

Deja un comentario

No publicaremos tu direcci贸n de correo.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.