Charles de Foucauld: ya es santo el apóstol de los tuaregs

Charles de Foucauld: ya es santo el apóstol de los tuaregs

La Iglesia cuenta con la figura de Charles de Foucauld como santo desde el domingo 15 de mayo. Había sido beatificado por Benedicto XVI el 13 de noviembre de 2005. Militar y gran viajero, este bendito hermano que ha sido canonizado dejó su impronta en múltiples ciudades, desde Francia hasta Argelia, pasando por Siria, y Nazareth en Tierra Santa. 

Vivió en Argelia desde 1901 hasta su muerte, en 1916, donde reveló toda la profundidad de su vocación a la fraternidad universal. En el silencio y la austeridad de los paisajes desérticos, su presencia amistosa y orante fue un legado para los de cristianos de Argelia.

La trayectoria de Charles de Foucauld está signada por una conversión fulgurante a la edad de 27 años, que marcó el inicio de una profunda transformación interior de este militar. Educado en la fe cristiana, joven agnóstico, explorador, después de haber encontrado un Dios de Misericordia, fue trapense y finalmente ermitaño entregado a todo en el desierto del Sahara: la personalidad y el itinerario de este testigo del Evangelio son, cuando menos, ricos y no exentos de asperezas.

El padre Bernard Ardura, de la Orden de los Premonstratenses, subraya la actualidad del mensaje de aquel que escribía, en sus Consejos espirituales: “Uno hace el bien, no en la medida de lo que dice y hace, sino en la medida de lo que es”. 

Según Ardura, lo que los Papas Pablo VI y Francisco han sacado a la luz es que Foucauld es “el hombre de la fraternidad”. Charles de Foucauld nos viene a decir de nuevo que, si no existe esta fraternidad universal, nuestra vida no solo no tiene más sentido, sino que nuestra existencia está en gran peligro. El padre Bernard enfatiza que esta canonización es un beneficio para la Iglesia y para la sociedad, pues tiene lugar cuando estamos viviendo semanas en las que vemos precisamente lo contrario a la fraternidad.

Foucauld fue un hombre que durante toda su vida irradió un amor sin límites. Él es el reflejo del amor de Dios, afirma Ardura. Creo que él invita, a nosotros los cristianos en particular, a ser los testigos de este amor. En este sentido -agrega-, esta canonización llega en el momento oportuno. Pero es verdaderamente un gran mensaje de fraternidad, y de una fraternidad que no es solamente filantropía. Es una fraternidad basada en el amor con el que Dios nos ama, en el amor con el que Dios ama a todos los demás, a los que son diferentes de nosotros, y en los que encontramos hermanos.

Ardura comentó al Santo Padre, en una ocasión de augurios navideños a la Curia: “Creo que tenemos un milagro para la canonización de Charles de Foucauld”. El Papa respondió: “Trabajen, es interesante, yo quiero canonizarlo”. Luego, Arduras envió la edición italiana de la biografía de Charles de Foucauld a Francisco y el Pontífice quiso regalarla a los responsables de la Curia la Navidad siguiente.

El postulador comenta que también hay que recordar que la encíclica Fratelli tutti ya estaba terminada cuando el Papa añadió un número en el que hablaba explícitamente de Charles de Foucauld, “el hermano universal”. De hecho, en el punto 286 de la encíclica el Santo Padre dice que en este espacio de reflexión sobre la fraternidad universal se sintió motivado especialmente por san Francisco de Asís, “y también por otros hermanos que no son católicos: Martin Luther King, Desmond Tutu, el Mahatma Mohandas Gandhi y muchos más”. Pero quiero terminar -se lee en el bello texto- recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos. Se trata del beato Charles de Foucauld.

Y luego, en el punto 287, el Papa escribe: “Él fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese contexto expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano, y pedía a un amigo: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos». Quería ser, en definitiva, «el hermano universal». Pero sólo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén”

En el desierto, entre fraternidad y contemplación

En 1901, a la edad de 43 años, el religioso, recién ordenado, partió hacia Béni Abbés, en el centro-oeste de Argelia. Deseoso de vivir entre los más alejados de la fe cristiana, los más abandonados y descuidados, Charles de Foucauld quiso “gritar el Evangelio con toda su vida”, con gran respeto por la cultura y la fe de los habitantes entre los que vivía

«Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos e idólatras, a mirarme como su hermano, el hermano universal”, escribe a su prima en 1902, una frase conocida en el mundo entero, que será a menudo citada en relación con su vocación. A continuación, abandonó Béni Abbès para poner en marcha su progama de fraternidad con los tuaregs, pueblo nómada de Tamanrasset, en el Gran Sur argelino, donde permaneció hasta su asesinato el 1 de diciembre de 1916.

Una figura profética para el mundo y para el Papa Francisco

Así lo atestiguó el santo Padre en su discurso, pronunciado el  miércoles 18 de mayo de 2022, en el Vaticano:

Queridos hermanos y hermanas,

¡Bienvenidos! Me alegra encontraros y compartir con vosotros vuestra alegría por la canonización del hermano Charles. En él podemos ver a un profeta para nuestro tiempo, que supo sacar a la luz la esencialidad y la universalidad de la fe.

Esencialidad, condensando el significado de creer en dos simples palabras, en las que está todo: “Iesus – Caritas”; y sobre todo, volver al espíritu de los orígenes, el espíritu de Nazaret. Espero que también ustedes, como nuestro hermano, sigan imaginando a Jesús que camina en medio de la gente, que realiza con paciencia un trabajo laborioso, que vive la vida cotidiana de una familia y de una ciudad.

Charles de Foucauld, en el silencio de la vida del ermitaño, en el culto y en el servicio a sus hermanos, escribió que mientras “nos inclinamos a privilegiar las obras, cuyos efectos son visibles y tangibles, Dios da el primer lugar al amor y luego al sacrificio inspirado por el amor y a la obediencia derivada del amor” (Carta a Marie de Bondy, 20 de mayo de 1915). Como Iglesia tenemos que volver a lo esencial, ¡volver a lo esencial! – no perderse en tantas cosas secundarias, a riesgo de perder de vista la pureza sencilla del Evangelio.

Y la universalidad. El nuevo santo vivió su existencia cristiana como hermano de todos, empezando por los más pequeños. No tenía el objetivo de convertir a los demás, sino de vivir el amor gratuito de Dios, poniendo en práctica “el apostolado del bien”.

Escribió: “Quiero acostumbrar a todos los cristianos, musulmanes, judíos e idólatras a considerarme como su hermano, el hermano universal” (Carta a María de Bondy, 7 de enero de 1902). Y para ello abrió las puertas de su casa para que fuera “puerto” para todos, “refugio del Buen Pastor”.

Les doy las gracias por dar este testimonio, que hace tanto bien, sobre todo en un momento en que se corre el riesgo de cerrar los particularismos, de aumentar las distancias, de perder de vista al hermano. Desafortunadamente vemos esto en las noticias todos los días.

El hermano Charles, en las penurias y la pobreza del desierto, comenta: “Mi alma está siempre en alegría” (Carta al P. Huvelin, 1 de febrero de 1898).

Quiero agradecer también a san Charles de Foucauld porque me hizo tanto bien su espiritualidad cuando estudiaba teología, una época de maduración y también de crisis, y que me llegó a través del padre Paòli y de los libros de Boignot que leía constantemente, y me ayudó mucho a superar las crisis y a encontrar un camino de vida cristiana más sencillo, menos pelagiano, más cercano al Señor.

Doy gracias al Santo y doy testimonio de ello, porque me hizo tanto bien.

Oración del abandono de Charles de Foucauld

Padre mío me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas.

No deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en tus manos.
Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón.

Porque te amo y porque para mí amarte es darme, entregarme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque tú eres mi Padre.

Fuente: Vatican News

Libros de Ciudad Nueva en los que se pueden leer textos de Charles de Foucauld

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