En la catequesis del miércoles 9 de septiembre de 2020, el Papa Francisco aludió a la crisis global que estamos transitando. “Podemos salir mejores si buscamos todos juntos el bien común; al contrario, saldremos peores. Algunos aprovechan la situación para fomentar divisiones: para buscar ventajas. Otros simplemente no se interesan por el sufrimiento de los demás, pasan por encima y van por su camino (cfr. Lc 10, 30-32). Son los devotos de Poncio Pilato, se lavan las manos”.
La respuesta cristiana a la pandemia y a las consecuentes crisis se basa en el amor. Dios siempre nos precede en el amor y en las soluciones: nos ama incondicionalmente, y cuando acogemos este amor divino, entonces podemos responder de forma parecida. Queriendo a todos: a los que no conocemos, y también a los que consideramos enemigos. Es el desafío cristiano: el arte de amar (a todos).
El amor verdadero es siempre expansivo e inclusivo: cura, sana y hace bien.
Este amor no se limita a las relaciones entre dos o tres personas, o a los amigos, o a la familia, va más allá. Incluye las relaciones cívicas y políticas, la relación con la bendita naturaleza.
Como seres sociales y políticos, una de las más altas expresiones de amor es precisamente la social y política, decisiva para el desarrollo humano y para afrontar todo tipo de crisis. El amor sana familias y amistades, pero va mas allá, redime relaciones sociales, culturales, económicas y políticas, permitiéndonos erigir la “civilización del amor”, tal como proponía el buen Pablo VI. Sin este amor, prevalece el no te metás, el mirar al costado.
Las personas somos más humanas al compartir nuestros propios bienes, al abrirlos a la comunidad. La salud, además de individual, es también un bien público. Una sociedad sana es la que cuida de la salud de todos.
Un virus que no conoce barreras, fronteras o distinciones culturales y políticas debe ser afrontado con un amor sin barreras, fronteras o distinciones. Este amor puede generar estructuras sociales que nos animen a compartir más que a competir, que nos permitan incluir a los más vulnerables y no descartarlos, y que nos ayuden a expresar lo mejor de nuestra naturaleza humana y no lo peor.
El verdadero amor no conoce la cultura del descarte, no sabe qué es. De hecho, cuando amamos y generamos creatividad, cuando generamos confianza y solidaridad, emergen iniciativas concretas iluminadas por el bien común.
Esto vale tanto a nivel de las pequeñas y grandes comunidades, como a nivel internacional. Lo que se hace en familia, lo que se hace en el barrio, lo que se hace en el pueblo, lo que se hace en la gran ciudad e internacionalmente es lo mismo: es la misma semilla que crece y da fruto. Si en la propia familia o en el barrio, uno abre la puerta a la envidia, desembocaremos en enfrentamientos estériles. Pero si arrancamos con el amor, a compartir el amor, el perdón, entonces habrá amor y perdón para todos.
Para construir una sociedad san(t)a, justa y pacífica, debemos hacerlo tomando en cuenta el pilar del bien común. Esto es tarea de todos nosotros, no algo restringido a los iluminados o especialistas. El buen santo Tomás de Aquino decía que la promoción del bien común es un deber de justicia que recae sobre cada ciudadano. Cada ciudadano es responsable del bien común. Y para los creyentes es también una misión.
Lamentablemente, la política a menudo no goza de buena fama. No es bueno resignarse a esta visión negativa, sino reaccionar demostrando con los hechos que es posible, es más, que es necesaria una buena política, la que pone en el centro a la persona humana y el bien común. Muchos políticos santos transitaron este camino. Es posible en la medida en la que cada ciudadano, y de forma particular quien asume compromisos y encargos sociales y políticos, arraigue su actuación en los principios éticos y la anime con el amor social y político. Es tiempo de incrementar nuestro amor social, contribuyendo desde nuestro diminuto esfuerzo. El bien común requiere la participación de todos. Si cada uno pone de su parte, y si no se deja a nadie fuera, podremos regenerar buenas relaciones a nivel comunitario, nacional, internacional y también en armonía con el ambiente. Así en nuestros gestos, también en los más humildes, se hará visible algo de la imagen de Dios que llevamos en nosotros, porque Dios es Trinidad, Dios es amor, y con su ayuda, podemos sanar al mundo trabajando todos juntos por el bien común, no solo por el propio bien, sino por el bien común, de todos.