La región rechaza la mera hipótesis de una intervención militar en Venezuela y resalta el rol de la política y la diplomacia en situaciones de crisis.
Las expresiones desafortunadas del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se siguen repitiendo generando malestar, dudas, rechazos y distanciamientos dentro y fuera de su país.
La reciente postura tibia del presidente, respecto de los disturbios ocurridos en Charlottesville, a partir de manifestaciones de grupos de supremacía blanca, neonazis y racistas, que desembocaron en el gesto de un neonazi que lanzó su auto contra un grupo de ciudadanos provocando la muerte de una mujer y una quincena de heridos, le han valido críticas y el distanciamiento de importantes grupos empresariales de organismos asesores de la Casa Blanca.
La semana pasada, mientras seguía el duelo verbal con Corea del Norte en una imprevista cuan peligrosa escalada de tensión con un líder que, además, no parece caracterizarse por su estabilidad, Trump no pudo evitar manifestar que la Casa Blanca no descartaba la hipótesis de una intervención militar en Venezuela.
En América latina un importante grupo de países acababa de rechazar la decisión del gobierno de Caracas de avanzar hacia una nueva fase constituyente, que ha implicado la destitución del Poder Legislativo reemplazado por una Asamblea Nacional Constituyente enteramente formada por representantes del oficialismo, cuya legitimidad es cuestionada, por considerarla una ruptura del orden democrático.
Sin embargo, en ningún momento se contempló la mera hipótesis de una intervención armada. La idea de aplicar la fuerza para afrontar una crisis política y diplomática es tan peregrina que ha tomado por sorpresa a la región. Sin embargo, con rapidez de reflejos, los gobiernos han reaccionado rechazando tal posibilidad. Y lo han hecho en primer lugar los propios críticos del Gobierno de Caracas: desde Colombia, a la Argentina, Chile, Brasil, Perú, pasando por los más afines al chavismo.
En las declaraciones, sin mencionar al presidente norteamericano ni a los Estados Unidos, se ha hecho hincapié en la prioridad absoluta que tienen las herramientas políticas y diplomáticas en estos casos, en el rechazo al uso de la fuerza y en la preservación de la región como ámbito de paz. Este aspecto, lo ha recalcado precisamente el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, quien ha protagonizado el proceso de paz que ha puesto fin al conflicto con la guerrilla de las Farc. Sería por lo menos incoherente acariciar, aunque sea, la idea de una intervención armada en el vecino territorio de Venezuela.
Una vez más, el presidente Trump demuestra un pensamiento escasamente elaborado, apto más para recabar apoyos en las redes sociales o entre votantes radicalizados, que para afrontar cuestiones complejas.
Hay dos aspectos en los que el mandatario de Estados Unidos no parece haber reparado. Que la comunidad internacional pueda presionar para evitar que la violación de derechos fundamentales, y el ejercicio de los derechos democráticos lo son, se transforme en un mero asunto interno, es una cosa. Otra cosa, es transformarse en un gendarme, lo mismo que un gobierno supranacional que todavía no ha sido constituido, con el poder de utilizar cualquier medio para hacer respetar la democracia.
El segundo aspecto, en caso de aceptarse este método para garantizar la democracia, es que debería aplicarse en todos los casos y no sólo en base a una selección establecida por los intereses de Washington. Lo que se transformaría en una situación embarazosa en caso de aliados de la Casa Blanca, como lo es Arabia Saudita, cuya situación interna es más preocupante que la de Venezuela.
Es de destacar la rapidez de reflejos de la región que, una vez más, ha indicado que los tiempos de la doctrina Monroe han sido archivados para el estudio de la historia.
basta ee uu de creerse la policía del mundo basta de matar y asesinar