Testimonios de la vida cotidiana – Cuando la necesidad de alguien se hace presente y nos exige “frenar”. Estar dispuestos a lo que Dios quiere en cualquier etapa de la vida.
Lo encontré en el camino
En nuestra ciudad –y con más frecuencia en este tiempo de pandemia– encuentro a menudo personas que piden alguna monedita para comprarse algo de comer… Siempre les digo que no doy dinero, pero sí les compro lo que deseen. Días atrás, se repitió esto con un joven, con el que me crucé en la calle. Como era domingo de tardecita, estaba casi todo cerrado; así que le pregunté dónde había cerca algún expendio. Me dijo que a media cuadra había un local de comidas, aunque era en sentido contrario a la iglesia donde estaba yendo. Di media vuelta y nos dirigimos allí. Conversando en el trayecto empezó a contarme que se sentía muy solo; que se había ido de su casa porque, al ser esquizofrénico, sus padres ya no lo toleraban más y sus hermanos le habían dado la espalda.
Caminábamos y no aparecía el local, hasta que a las tres cuadras llegamos. Él prefirió esperar afuera; vendían únicamente croissants. La chica que atendía a toda costa quería venderme sus productos mientras que su compañera me indicó que a dos cuadras podía conseguir lo que buscaba…
Para mi sorpresa, a solo 20 metros había un comercio más surtido y tenían una súper milanesa en una baguette. Cuando salí y se la entregué se le iluminó el rostro. Era justo lo necesario para compensar las horas que hacía que no comía. Le pregunté el nombre y le aseguré que rezaría por él. Rehíce el tramo caminado y llegué cuando la misa estaba recién iniciando, así que estaba doblemente agradecida a Dios, porque antes lo había reconocido en ese joven que me puso en el camino.
Sylvia (Montevideo, Uruguay)
Atento a la voluntad de Dios
Tenía que buscar a mi esposa, antes del mediodía, en Federal (Entre Ríos), ciudad que dista a unos 96 km por asfalto, pero ese día decidí tomar un camino de ripio, poco transitable por su estado.
Como tenía tiempo, vería lo hermoso del paisaje, ya que es una zona de monte y con mucha fauna. De pronto, por el retrovisor del auto vi una moto que se acercaba a gran velocidad y me pasó con un cierto grado de imprudencia por el estado del camino. Disminuí la velocidad y vi que era un joven con ropa de gimnasia, raro para la zona. Seguí manejando y me quedé pensando quién podría haber sido.
Unos kilómetros más adelante esta misma persona volvió a pasarme y mi sorpresa fue tratar de saber de dónde había salido, ya que yo no lo había vuelto a cruzar en la ruta. Lo hacía con la misma imprudencia, como si estuviera apurado.
Luego de unos 5 km me fui acercando a un cruce de ruta y vi que este joven estaba parado al lado de su moto, en medio del camino. La primera impresión que tuve es que tal vez quería asaltarme, y con precaución me fui acercando. Vi que estaba mirando el motor de su moto y en ese instante me acordé de un pasapalabra: “Ser los primeros en amar”. En ese momento no tuve el coraje de detenerme y seguí, pero a poca velocidad, y al ver que él seguía mirando su moto, me detuve y empecé a retroceder. Cuando llegué hasta donde estaba me dijo que se había quedado sin nafta, un caño se había roto y había perdido todo el combustible.
Me pregunté qué hacer, porque no podía llevar la moto y no lo iba a dejar en medio del campo. Me dijo que varios kilómetros adelante había un puesto de policía, que tal vez la podía dejar allí. Inmediatamente pensé cuánto iba a tardar en llegar con su moto caminando. Recordé que hay que amar hasta el final y le dije que iría muy despacio con el auto y lo esperaría en ese lugar.
Luego de un largo rato llegó este joven y lo acerqué hasta Federal, su ciudad. Me contó que era policía, estaba de franco por dos días y quería estar con su familia.
Finalmente llegamos a la estación, él se bajó y yo llegué a tiempo a buscar a mi esposa.
Francisco Alfaro (San José de Feliciano)
Artículo publicado en la edición Nº 638 de la revista Ciudad Nueva.