El objetivo es el de aplicar pautas comunes para afrontar tales situaciones y prevenirlas. La reunión se llevará a cabo en febrero.
No amaina la tormenta desatada por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes y religiosos, en la gran parte de los casos, contra menores y, dada la gravedad de los hechos, no podría hacerlo. Luego del informe sobre lo ocurrido en la iglesia en Pensilvania (Estados Unidos), un informe ha sido publicado en Alemania y sintetiza en no menos de 3.600 menores los abusados desde 1946 en adelante, la mitad con menos de 13 años. Sin embargo, se señala que el fenómeno podría haber sido mucho más amplio al punto que hay quien lo define como la punta de un iceberg. El documento aparece mientras en Chile siguen investigando los encubrimientos de casos de abusos por parte de las autoridades episcopales. Cuatro obispados fueron allanados esta semana por los fiscales que realizan dichas tareas. Se estima que, en varios países, todavía no ha aparecido el fenómeno en sus dimensiones reales.
Por su parte, siguiendo su política de tolerancia cero, el Papa Francisco ha tomado la iniciativa de convocar para el mes de febrero, del 21 al 24, a los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo. La decisión ha sido tomada con el apoyo del grupo de cardenales que aconseja al Papa sobre los temas de gobierno más importantes. La iniciativa tiene como objetivo aplicar una política común con criterios más definidos acerca de cómo afrontar tales situaciones y, por supuesto, prevenirlas. Una de las mayores dificultades ha sido precisamente la poca preparación para afrontar tales casos, la protección de las víctimas, la diferenciación entre delitos penados por la ley y las faltas de tipo moral cometidas por los sacerdotes y religiosos, y la poca frecuencia con la que las autoridades episcopales han tomado la iniciativa de promover investigaciones y acciones penales contra los culpables. En varios casos, directamente, hubo encubrimientos.
La iniciativa del Papa es sin duda oportuna. El cuadro que emerge de varios países del mundo es cuanto menos tenebroso: miles de menores han sufrido abusos sexuales y con frecuencia violaciones con secuelas que todavía perduran por parte de sacerdotes y religiosos en los que – con frecuencia – las víctimas y sus familias habían depositado su confianza. Si bien entre los responsables de estas aberraciones hay pedófilos, en muchos otros casos la selección de las víctimas se debió a la necesidad de controlarlas y evitar que hablaran aprovechando de su estado de vulnerabilidad. Tales actos son incompatibles con el celibato sacerdotal y es inevitable que tarde o temprano este tema sea afrontado nuevamente por las autoridades eclesiales junto con el rol del sacerdote dentro de la comunidad cristiana.
Es una oportunidad para volver a analizar el clericalismo y sus efectos, la centralidad de una vida cristiana con base en el amor a los demás y en el servicio y erradicar de la Iglesia las aspiraciones a una “carrera” que asegure prestigio social entre quienes se postulan para el sacerdocio.