Abelardo Castillo, el escritor “inmoderado”

Abelardo Castillo, el escritor “inmoderado”

Murió a los 82 años en Buenos Aires, ciudad donde había nacido.

Cuando, hace ya muchos años, siendo una adolescente, leí La casa de ceniza (1968), la primera novela de Castillo, supe que había descubierto, junto con Borges y Cortázar, a una figura imprescindible de las letras argentinas.

Tenía apenas 21 años cuando publicó esta obra, que revelaba ya los temas favoritos que desarrollará posteriormente en sus cuentos y novelas, y rinde tributo a sus escritores preferidos: en la novela se respira a Edgar Allan Poe y su inolvidable relato sobre la casa Usher; sobrevuelan las temáticas de la fatalidad inexorable (un tema recurrente también en Borges), el castigo y la culpa; el fantasma del alcoholismo (presente, sobre todo, en su novela El que tiene sed), los mundos opresivos y oscuros.

“El secreto en literatura está en el cómo contarlo. Todo el mundo tiene algo que contar. Cada uno, si pudiera relatar su propia vida, pero de verdad y bien, haría un gran libro”, decía Castillo en una entrevista para Página/12, a principios de este año. Y él sabía cómo contar: sus cuentos, género en donde se destacó especialmente, son relatos contundentes, escritos con una prosa limpia y directa, que no se sirve de adornos superfluos pero cuyo hechizo atrapa al lector de inmediato. En ellos no importa tanto, en efecto, qué se cuenta (el argumento) sino el desarrollo de los personajes, el “clima psicológico” en el cual nos sumergimos de inmediato.

Nacido en Buenos Aires en 1935, fue un apasionado del ajedrez y el boxeo, lector “desaforado” desde niño, como él mismo explica, y admirador de Bioy Casares, Borges, Marechal y Sartre.

Castillo, como muchos escritores de los sesenta (cuando alcanza su máximo renombre) se compromete desde lo político con el socialismo y la izquierda. En 1959 funda la revista literaria El grillo de papel, prohibida al año siguiente por Frondizi; en 1961 funda El Escarabajo de Oro, considerada una de las revistas más prestigiosas de aquella década (su último número apareció en 1974) y en 1977 da vida a El ornitorrinco, que se publica hasta 1986.

Y como, según sus palabras, el escritor es un “inmoderado por naturaleza”, su pasión por la escritura lo llevó a probarse en distintos géneros: la novela, el cuento (Los mundos reales, editado en 1997, contiene sus cuentos completos), el teatro (El otro Judas e Israfel son sus dramas más renombrados) y el ensayo (Las palabras y los días, Ser escritor). Fue premiado por la UNESCO en 1963 por su obra Israfel, recibió cuatro veces el Premio Konex y también fue galardonado por la SADE con su Gran Premio de Honor, en 2011.

Este “escritor inmoderado”, talento “rebelde por naturaleza”, falleció el pasado 2 de mayo y nos deja sus obras imprescindibles, esas que perduran por siempre. Como toda buena literatura.

 

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