Iglesia y pedofilia, cambios y resistencias

Iglesia y pedofilia, cambios y resistencias

La renuncia de Marie Collins a la Comisión para la protección de menores, señala la presencia de inercias y ambigüedades, pese a los avances logrados.

La noticia ha golpeado duramente en el Vaticano. Marie Collins (foto), miembro de la Comisión para la protección de menores, instituida por el Papa en 2014 para proceder contra los actos de pedofilia cometidos por miembros de la Iglesia, renunció a su puesto. Es el segundo integrante de la Comisión que decide apartarse debido a la persistencia de frenos internos a las instituciones eclesiales y falta de cooperación. El Papa ha manifestado su aprecio por la labor educativa de Collins en materia de pedofilia. Algo que conoce muy bien, habiendo sido víctima de un sacerdote que abusó de ella siendo niña.

Con serenidad, Collins explica que más que una oposición directa, encuentra una inercia y la percepción de que el trabajo de la comisión es visto como una intromisión. La gota que hizo desbordar el vaso ha sido el silencio de la Congregación de la doctrina de la fe, a la que solicitaron responder a las cartas de las víctimas que piden apoyo y ayuda. Collins cita el propio Papa, quien se ha reunido con las víctimas en Roma y en sus viajes, se ha puesto en contacto y respondió a sus cartas. “Ver que no te atienden, te hiere nuevamente”, comenta Collins al medio digital Vatican Insider. Y añade que el Papa estaba de acuerdo con que se le respondiera, pero la Congregación tiene su modo de encarar la correspondencia y no contestó a las cartas. “Me parece una falta de respeto y yo no me puedo quedar. La gente debe saber que hay personas que provocan estas dificultades”, agrega.

El padre Zollner, presidente del Centre for child protection, de la universidad Gregoriana y miembro de la misma comisión manifestó respeto y comprensión por la decisión de Collins, confirmando la presencia de inercias, aunque no en la Curia sino en la Iglesia en general. Zollner considera que se trata de resistencias más pasivas que activas y que revelan el miedo a enfrentar un tema muy incómodo.

No todo es negativo. Collins hace un balance generalmente positivo de la acción contra la pedofilia. “Pese a las resistencias, en la Curia me encontré con personas realmente disponibles a escuchar, comprometidas en el cambio para proteger cada vez mejor a los niños… No hay sólo señales negativas” y destaca los avances en la formación de los seminaristas y el trabajo de la Congregación del clero. Resalta los cursos formativos de la Gregoriana. “Por tanto el compromiso sigue, la tolerancia cero hacia los abusadores no está en discusión”, cierra Collins.

En sus varios niveles (instituciones, movimientos, diócesis, curia), la Iglesia católica ha puesto en marcha un proceso de cambio para erradicar estos actos abominables, haciendo tierra quemada alrededor de los que los cometieron. Es una tarea que sigue, pues sigue habiendo situaciones ambiguas. Por ello no se puede perder de vista la indicación del Papa sobre tolerancia cero. La vieja tradición eclesial (y no sólo eclesial) de silenciar estos episodios siguiendo un mal entendido criterio de comprensión de quien “se ha equivocado, acaso en un momento de debilidad”, como se decía tiempo atrás, no puede admitirse de ninguna manera.

Hay una profunda diferencia entre una falta moral en un momento de debilidad y un delito (abuso o violación de menor) que exige la acción legal para ser castigado. Y de ninguna manera puede cercenarse el legítimo derecho a la acción penal de la víctima, pues es una actitud contradictoria y una ofensa a la propia enseñanza de la Iglesia en materia de doctrina social.

La respuesta moral a la renuncia de Collins debe ser la continuación del proceso de cambio puesto en marcha, la persecución de los crímenes, la reparación de lo acontecido en el pasado, el acompañamiento espiritual de las víctimas y, en primer lugar, la obra de prevención.

 

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