La experiencia de Daniel Pittet, abusado por un sacerdote pedófilo siendo niño. El perdón no es impunidad. Es un gesto voluntario, que beneficia a quien es perdonado y a quien perdona.
Nadie puede ser obligado a perdonar, pues es un gesto voluntario y gratuito. Pero siempre podremos admirar a quien tiene la altura y la valentía de hacerlo.
Suscita mucha admiración el gesto de Daniel Pittet, suizo de Friburgo, 57 años y padre de seis hijos, quien ha decidido perdonar al sacerdote pedófilo que abusó de él cuando era niño y cuya historia será dada a conocer al público televisivo por Tv2000, en Italia, el próximo domingo.
“Jamás pensé que volvería a ver a mi verdugo antes de morir. Era realmente un pobre hombre, un enfermo, seguramente un hombre más pobre que yo. Ha violado a más de 200 niños, arruinó mi vida pero decidí ir a visitarlo junto con mi obispo. Fue uno de los días más hermosos de mi vida”, manifiesta Pittet en la entrevista televisiva resumida en un comunicado emitido por Tv2000.
Recientemente, Pittet contó su historia al Papa Bergoglio quien lo escuchó llorando. Al despedirse, el Papa lo invitó a escribir su historia que acaba de ser publicada bajo el título: “Lo perdono, padre”.
Los abusos cometidos fueron tantos que, al verlo, el sacerdote ni siquiera lo reconoció. “En sus ojos no había más nada, sólo tinieblas. Le regalé unos chocolates, lo abracé y me fui. Después de ese encuentro me sentí mucho más fuerte”.
Pittet está convencido de que hay que impedir a los pedófilos cometer sus delitos que, posiblemente, ni siquiera saben que están enfermos. Se estima que tres de cada mil personas sean pedófilos. La gran parte de esos delitos se consuman en el ámbito familiar, en medio de un silencio culpable. Eso marca una diferencia importante entre el perdón, que es personal y se enmarca en la relación entre ofensor y ofendido, de la acción de la justicia que en todo caso deberá avanzar, precisamente para no transformar un gesto caritativo que va hacia la persona en impunidad, que se transforma en una herida a toda la comunidad.
Para Pittet no ha sido fácil transitar el trance que le tocó vivir. Incluso entre sus familiares no había acuerdo acerca de publicar en un libro su experiencia. “Una noche –cuenta– tiré algunas páginas de mi libro en el inodoro. Pero mi hijo las recuperó y me dijo ‘he leído el texto durante toda la noche (…). Papá soy tu hijo, creo en ti y nunca te abandonaré. Siempre serás mi padre”.
En el secreto de muchas conciencias hay historias similares, marcadas por la angustia, el horror, la injusticia, a menudo por la soledad, en todos los caso por un profundo malestar espiritual. Para Daniel Pittet la fe ha sido un ancla: “Me salvó la oración. Durante horas estuve solo en una iglesia rezando ante Jesús. Pese a todo, nunca dejé a Dios y la oración”. Puede que tanto la oración como el perdón podrán ser el alivio para muchos. No por nada Shakespeare nos recuerda siempre que la misericordia es como una dulce lluvia, dos veces bendecida, porque beneficia tanto a quien la recibe como a quien la concede.
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¡Que regalo del amor de Dios que sana!