Mirar la democracia con ojos de fraternidad

Mirar la democracia con ojos de fraternidad

Las inquietudes y deseos de transformar el mundo motivaron a un grupo de Juventud Nueva a realizar una experiencia en la que surgió la importancia de elegir “con” y no “contra” el otro.

La democracia, en tanto forma de gobierno, es amplia y compleja. Su misma definición presenta grandes dificultades y debates. Sin ser demasiado rigurosos, podemos encontrar un núcleo básico en la bibliografía de los regímenes democráticos formado por dos elementos: por un lado un entramado de procedimientos por el que los ciudadanos adquieren el poder para elegir a sus gobernantes, y por el otro un conjunto de garantías y libertades que hacen posible la ejecución de ese derecho. Ahora bien, teniendo en cuenta que la democracia es el mejor sistema que hemos encontrado para organizar las sociedades, pero también que es necesariamente perfectible, queremos preguntarnos de qué manera, desde nuestro rol activo de ciudadanos, podemos mejorarla.

Esta pregunta es amplísima y tiene desde luego muchos abordajes, pero en esta oportunidad la propuesta es pensar la democracia desde el concepto de fraternidad. Es decir, ver de qué manera la vida vivida a partir del amor al prójimo puede construir un sistema democrático más auténtico y más humano. Este es el experimento que, a una escala mucho menor, hicimos con un grupo de Juventud Nueva, del Movimiento de los Focolares.

Se trata de un grupo de jóvenes que desea transformar el mundo hacia vínculos cada vez más fraternos. Para ello, entiende que es necesario comprender el mundo en el que vive y lo rodea para observar qué dinámicas nos ofrece, y ante ellas, de ser necesario, proponer otras que apunten a una sociedad basada en el amor recíproco. Fue así que en uno de los encuentros semanales del año pasado decidimos colocarnos los lentes de la fraternidad para mirar con ellos a la democracia que conocemos. Luego de preguntarnos qué entendemos por democracia, decidimos hacer un pequeño experimento: nos imaginamos en los preparativos de un viaje vacacional que haríamos entre todos, y debíamos elegir democráticamente un destino. Se nos presentaron distintas opciones, cada una diferente en cuanto a la experiencia que ofrecía, el lugar, la duración del viaje, los costes, etc. Frente a esto cada miembro del grupo votaba la alternativa que prefería y luego se computaban los votos. La opción más votada sería la ganadora.

Salvando las distancias, podemos decir que la decisión tomada fue democrática por varias razones. Las reglas de juego eran conocidas de antemano y se aceptaría el resultado; existía una oferta limitada de opciones, todos los participantes conocían aspectos básicos de cada una de ellas y tenían libertad para elegir la que preferían, y el destino ganador fue efectivamente el más votado por todos.

Las preguntas que nos hicimos a partir de esto fue: ¿Estamos conformes con cómo sucedió la elección? ¿Qué cosas podríamos haber hecho para mejorar el proceso decisorio? En ese momento surgieron de diferentes personas algunas inquietudes que antes el grupo desconocía. Había alguno que no podía afrontar los costos del viaje ganador, otro que ya había estado en ese destino y no tenía intención de volver, otra comentó que la manera en la que se presentó un lugar no lo favorecía para la elección, y que tenía cosas muy positivas para decir que quizá podrían haber cambiado el resultado. Pudimos percibir cómo la falta de diálogo entre nosotros, tanto para fortalecer la información de los lugares candidatos como para conocer las realidades personales de los miembros del grupo derivó en una experiencia democrática poco fraterna. Experimentamos en una escala pequeña que la democracia funciona mejor cuando se la asume como un proceso colectivo, donde la interacción y la mirada hacia el otro nutren no solo el momento de decidir sino nuestro ser ciudadano y persona en comunidad.

Fraternizar la democracia significa ir más allá de esas definiciones mínimas que mencionamos al inicio, y alcanzar una cultura del encuentro que celebre la oportunidad de decidir con, y no contra el resto. Implica no detenerse cuando se consiguen procesos democráticos (desde ya sumamente valiosos) que aunque pueden igualmente servir para alcanzar resultados y resolver contiendas electorales, sabemos que existe una forma de vivir la democracia que requiere de nosotros una experiencia colectiva verdadera. Las democracias egoístas pueden servir para elegir gobernantes, pero no para caminar hacia sociedades más fraternas que busquen prácticas comunitarias profundas y verdaderas ·

*El autor es estudiante de Ciencias Políticas.

Artículo publicado en la edición Nº 634 de la revista Ciudad Nueva.

Etiquetas

Deja un comentario

No publicaremos tu direcci贸n de correo.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.