El sábado 25 de septiembre tendrá lugar un nuevo encuentro del Cine Debate Cuarenténico, tal como anunciáramos e invitáramos profusamente a las personas de buena voluntad.
Queremos dar un pantallazo para comprender parte de los frutos que siguen dando estos religiosos que tuvieron su Pascua. Su paso por la tierra, es un regalo, aún a 25 años de su partida. Veamos por qué.
Sobre el Monasterio Nuestra Señora del Atlas
En la conflictiva década del 90’, Argelia fue una tierra donde se persiguió y masacró a infinidad de personas consagradas a la vida religiosa.
En marzo de 1938, los trapenses fundaron el Monasterio Nuestra Sra. del Atlas en Tibhirine. Los monjes de esta comunidad eran franceses en su mayoría. Se dedicaban a la oración, al trabajo de la tierra, y a una profunda inculturación por ser orantes en tierra de orantes, aludiendo a la religiosidad de sus hermanos musulmanes.
La comunidad de Tibhirine practicaba una vida de oración y de trabajo, como en todos los monasterios del mundo que siguen la Regla de San Benito y su lema «Ora et Labora». Por otra parte, algunos monjes de la Comunidad habían creado un Vínculo de Paz o «Ribat el Salam», allá por 1979. Este «Vínculo de Paz» promovía el encuentro entre cristianos y musulmanes en aquellas tierras.
Cuando los grupos extremistas de la guerrilla exigieron que todos los extranjeros salieran del país, allá por 1993, los monjes se negaron por fidelidad a la gente del lugar, que los apreciaba y los quería. La casi totalidad de las misioneras y misioneros extranjeros presentes en Argelia hicieron lo mismo. Los monjes de Tibhirine fueron los chivos expiatorios. El más joven de los monjes tenía 45 años y el más anciano 82; fueron secuestrados el 27 de marzo de 1996. Exactamente dos meses después del secuestro, se supo la terrible noticia: los monjes del Atlas habían sido asesinados.
Días más tarde fueron sepultados en el pequeño cementerio del monasterio de Tibhrine, ya sin. Fue para respetar la voluntad de los mártires porque ellos habían querido quedarse para siempre en esa tierra.
En Francia, por primera vez desde la muerte del Papa Juan XXIII, todos los templos católicos hicieron repicar las campanas al mismo tiempo como signo de luto. En París, en la plaza de los Derechos Humanos, se reunieron más de 10 mil personas, todos con una flor blanca en las manos. En la catedral de París el arzobispo Lustiger apagó siete grandes cirios, uno por cada monje.
Nuestros monjes, desde las montañas de la cadena del Atlas, en su silencio y servicio a los humildes, habían optado por la no violencia y el diálogo con los hermanos musulmanes.
El monasterio se había ido despojando de sus 400 hectáreas, quedando con menos de 30, donando casi toda su tierra al Estado, compartiendo su jardín con el pueblo vecino.
Fueron un ejemplo frente a lo que hoy es el dramático choque entre opuestos fundamentalismos sea del Islam como de occidente.
El ejército les había ofrecido protección; no la quisieron. El Nuncio, frente a las repetidas amenazas, les había ofrecido su casa en Túnez; pero ellos optaron por quedarse en su Monasterio.
En su testamento espiritual, el prior de los trapenses Christian de Chergé, ya en 1993 había previsto el martirio y dejaba constancia de su respeto a la fe islámica, de su amor al pueblo argelino, de su perdón “al amigo del último momento que no habrá sabido lo que hacía” augurándole poder reencontrarlo un día cerca de Dios, “padre de ambos”.
Testamento de Christian de Chergé
“Si un día me aconteciera -y podría ser hoy- ser víctima del terrorismo que actualmente parece querer alcanzar a todos los extranjeros que viven en Argelia, quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recordaran que mi vida ha sido donada a Dios y a este país.
Que aceptaran que el único Señor de todas las vidas no podría permanecer ajeno a esta muerte brutal.
Que rezaran por mí: ¿cómo ser digno de semejante ofrenda?
Que supieran asociar esta muerte a muchas otras, igualmente violentas, abandonadas a la indiferencia y el anonimato.
Mi vida no vale más que otra. Tampoco vale menos. De todos modos, no tengo la inocencia de la infancia. He vivido lo suficiente como para saber que soy cómplice del mal que ¡desgraciadamente! parece prevalecer en el mundo y también del que podría golpearme a ciegas.
Al llegar el momento, querría poder tener ese instante de lucidez que me permita pedir perdón a Dios y a mis hermanos en la humanidad, perdonando al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiere golpeado. No podría desear una muerte semejante. Me parece importante declararlo.
En efecto, no veo cómo podría alegrarme del hecho de que este pueblo que amo fuera acusado indiscriminadamente de mi asesinato.
Sería un precio demasiado alto para la que, quizá, sería llamada la gracia del martirio, que se debiera a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si dice que actúa por fidelidad a lo que supone que es el Islam.
Sé de cuánto desprecio han podido ser tachados los argelinos en su conjunto y conozco también qué caricaturas del Islam promueve cierto islamismo.
Es demasiado fácil poner en paz la conciencia identificando esta vía religiosa con los integralismos de sus extremismos.
Argelia y el Islam, para mí, son otra cosa, son un cuerpo y un alma.
Me parece haberlo proclamado bastante sobre la base de lo que he visto y aprendido por experiencia, volviendo a encontrar tan a menudo ese hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primera Iglesia inicial, justamente en Argelia, y ya entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes.
Evidentemente, mi muerte parecerá darles razón a quienes me han tratado sin reflexionar como ingenuo o idealista. Pero estas personas deben saber que, por fin, quedará satisfecha la curiosidad que más me atormenta.
Si Dios quiere podré, pues, sumergir mi mirada en la del Padre para contemplar junto con Él a sus hijos del Islam, así como Él los ve, iluminados todos por la gloria de Cristo, fruto de su Pasión, colmados por el don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.
De esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios porque parece haberla querido por entero para esta alegría, por encima de todo y a pesar de todo. En este “gracias”, en el que ya está dicho todo de mi vida, los incluyo a ustedes, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y a ustedes, amigos de aquí, junto con mi madre y mi padre, mis hermanas y mis hermanos y a ellos, ¡céntuplo regalado como había sido prometido!
Y a ti también, amigo del último instante, que no sabrás lo que estés haciendo, sí, porque también por ti quiero decir este gracias y este a-Dios en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea dado volvernos a encontrar, ladrones colmados de gozo, en el paraíso, si así le place a Dios, Padre nuestro, Padre de ambos. Amén. Insha’Allah!”
Muy buena nota.!!!!!
Que contenido la película. Dieron la vida por su propia gente