Causas y consecuencias sociales y económicas del covid-19 en la región.
“Se dice que la pandemia nos ha hecho tomar conciencia de que estamos todos en el mismo barco. No es así. La pandemia nos ha mostrado, una vez más, que unos están en el barco, mientras otros están tranquilos en la playa y otros ya cayeron al agua y se ahogaron porque nunca supieron nadar.” Esta frase textual fue escuchada en boca de una militante social brasileña, pero con términos similares fue expresada por muchos otros en muy diferentes contextos, llegando a la misma conclusión. El covid-19 mata, pero mata más entre los más vulnerables.
Al igual que sucede con las catástrofes naturales, la pandemia, al principio, parecía golpear a todos por igual. Sin embargo, rápidamente se pudo ver que los golpes más dramáticos estaban dirigidos por las ya dramáticas desigualdades existentes en las sociedades. Las injusticias contraídas históricamente en base a las diferencias de clases sociales, de género y de raza mostraron su vigencia y se incrementaron como efecto de la pandemia.
Así lo demuestra el reciente informe de la Red Latinoamericana de Observatorios de la Deuda Social, con el cual se abrió la última Asamblea del CELAM. “La covid-19 llega a una región marcada por una matriz de desigualdad social, cuyos ejes estructurantes –el estrato socioeconómico, el género, la etapa del ciclo de vida, la condición étnica, el territorio, la situación de discapacidad y el estatus migratorio, entre otros– generan escenarios de exclusión y discriminación múltiple y simultánea que redundan en una mayor vulnerabilidad ante los efectos sanitarios, sociales y económicos de esta enfermedad. En el ámbito de la salud, estas desigualdades se expresan en la cobertura, el acceso efectivo y los resultados de los servicios de salud, así como en las condiciones estructurales de salud de las personas y las comunidades”.
En América latina estas desigualdades permanecen invisibilizadas o, peor aún, “naturalizadas” como producto de una historia que, desde la colonización hasta nuestros días, ha ido sedimentando las distintas formas de las desigualdades vigentes.
Datos que reflejan una realidad
No es casualidad que América latina, el continente más desigual del mundo, sea también la región del planeta más afectada por la pandemia, tanto en relación con el número de contagios y muertes como en relación con las consecuencias sociales y económicas de la pandemia. La región acumuló alrededor del 35 % de las muertes por covid-19 de todo el globo, pese a contar solo con el 8 % de la población mundial. Sufrió también la mayor retracción económica del mundo durante 2020 (-11, 4 %). Por ello la tasa de pobreza subió al 33, 7 % de la población y la desigualdad creció casi un 3 %. 221 millones de personas pasaron a sufrir inseguridad alimentaria grave. Más de 3 millones de jóvenes, niñas y niños están en riesgo de abandono escolar. Tampoco es casualidad que dos de los países de la región más afectados en cantidad de muertes por millón de habitantes (Brasil, Colombia) sean, a su vez, los países con más alta desigualdad en la región. En cambio Costa Rica y Uruguay, los más igualitarios de la región, estén entre los menos afectados.
Pero el factor desigualdad no puede ser considerado de manera aislada. El país del mundo más afectado por la pandemia, tomando el mismo criterio de muertes por millón de habitantes, es Perú, que si bien aún figura muy por encima del promedio mundial de los países más desiguales, está muy por debajo de Brasil y Colombia. Esto nos lleva a pensar que otro factor de expansión e impacto de la pandemia, asociado a las desigualdades existentes, es la débil gobernabilidad y/o la fragilidad de los estados para implementar políticas públicas capaces de enfrentar situaciones de crisis. Eso explicaría, además del drama peruano, por qué Chile, teniendo peores indicadores de desigualdad que Perú, ha tenido, sin embargo, mejores resultados en el control de la pandemia.
Pero la efectiva incidencia de la desigualdad en el desarrollo de la pandemia se verifica también en el interior de los países y en las comunidades locales.
Más allá de las diferencias propias de cada contexto, parece reconocerse un patrón común en el desarrollo de la pandemia en los diferentes países. En general, la pandemia comienza como una enfermedad de “ricos” pero su eclosión se produce cuando llega a los sectores de población más pobres. Los primeros contagios llegan a través de los sectores de población con mayores posibilidades de contacto internacional. Pero la enfermedad se expande con mayor velocidad cuando llega a los sectores con menores posibilidades de implementar las propuestas de prevención y control. El distanciamiento físico y el lavado frecuente de manos lejos están de quienes viven en condiciones de hacinamiento y carecen de agua potable y saneamiento.
Estos sectores de población no solo presentan mayor riesgo de contagio de covid-19 sino también mayor riesgo de sufrir las complicaciones más severas en caso de infectarse. En general, estos sectores presentan los mayores problemas de seguridad alimentaria y de acceso a los servicios básicos de salud. Por eso también tienen mayor incidencia de enfermedades como la diabetes, la hipertensión y la obesidad, consideradas factores de comorbilidad para el covid-19.
Al mismo tiempo, las principales medidas implementadas en todos los países para enfrentar los períodos más agudos de contagio –lockdowns, cuarentenas, aislamientos verticales u horizontales– terminaron afectando siempre a los más pobres. En América latina el 50 % de los trabajadores son informales, es decir, personas que dependen de su actividad diaria, sin seguridad social ni seguro de desempleo. Paralizar la circulación pública significa eliminar los medios de sobrevivencia de ingentes masas de población. Por eso todos los países de la región se han visto en la necesidad de paliar las consecuencias de estas medidas con ayudas económicas a través de transferencias monetarias y en especie, agravando las ya deficitarias cuentas públicas.
Pero detrás del covid-19 se ocultan y agravan otras desigualdades, no solo las económicas. Las diferencias de género, de condición étnica y racial, de lugar de residencia, de etapa del ciclo de vida, la situación de discapacidad, la condición migratoria, la orientación sexual, todas ellas asociadas a discriminaciones económicas, sociales y culturales que afectan negativamente la respuesta general de la sociedad frente a la pandemia.
Diversos estudios muestran cómo la pandemia ha afectado de forma más acentuada a las poblaciones indígenas y afrodescendientes. Los primeros, si bien se encuentran en general situados en regiones rurales de baja densidad de población y por lo tanto con mejores condiciones de aislamiento, parecen ser más vulnerables tanto en su sistema inmunológico como por carecer de la necesaria asistencia hospitalaria. Los contagios han llegado mayormente de la mano de la pérdida de control de los territorios indígenas por parte de las propias comunidades. La invasión de colonos, de empresas extractivas, la minería informal, las empresas madereras, los narcotraficantes y otros grupos al margen de la ley limitan las posibilidades de las comunidades indígenas de poder establecer sus propias medidas para contener o mitigar la pandemia. Los datos específicos publicados por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) revelan el efecto devastador de la pandemia en varios de estos pueblos. En la Amazonia la tasa de letalidad de la población indígena se eleva al 9 %, más de 3 veces la letalidad en la población general en la misma región (2, 95 %). Para la APIB (Articuladora de Pueblos Indígenas de Brasil) esta pandemia es el último capítulo de un verdadero genocidio histórico que afecta a estos pueblos desde la colonización a nuestros días.
Números y desproporciones similares de impacto encontramos en las poblaciones afrodescendientes. En este caso no por aislamiento y colonización, sino por la alta concentración y hacinamiento en núcleos urbanos con carencias de servicios sanitarios, agua y prestaciones de salud. En los sectores de pobreza, desempleo y ocupación informal, hay una sobrerrepresentación de población afrodescendiente y por lo tanto, también entre los afectados por covid-19 y las víctimas. La discriminación estructural que afecta a estas poblaciones limita sus posibilidades de nutrición temprana, de educación, de acceso al trabajo y de sano envejecimiento, determinando su vulnerabilidad ante las enfermedades en general y por lo tanto también frente a esta pandemia.
Son diversos los estudios, también, que muestran la variedad y gravedad de los impactos negativos de la pandemia en la vida de las mujeres. Quizás el más elocuente sea el último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) según el cual la pandemia ha significado un retroceso de 18 años en la participación de las mujeres en el mercado de trabajo. Si bien la baja de la tasa de ocupación ha sido general entre trabajadores asalariados e informales (-7 %) este descenso se ha triplicado en el caso de sectores tradicionalmente ocupados por mujeres como el servicio doméstico (-21 %).
Por otra parte, la pandemia ha producido también una mayor concentración de la riqueza. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) el número de multimillonarios en la región subió de 76 a 107 y el total de la fortuna acumulada por este sector escaló de US$284.000 millones a US$480.000 millones. Es decir, en América latina el número de personas más ricas aumentó 41 % y el patrimonio combinado de ellos se disparó al 69 %.
Según la CEPAL, esta injusta concentración de la riqueza es causa también de que las perspectivas de crecimiento económico por “rebote”, que comienzan a mostrarse en 2021, sean más débiles de lo esperado. Sin cambios estructurales –dice la CEPAL– a fines de 2022 apenas se regresará a la situación de estancamiento económico previo a la pandemia en el 2019.
Una oportunidad
Una crisis puede ser también una oportunidad, y no son pocos los países de la región que antes y durante la pandemia están desarrollando profundos procesos de movilización, protestas y revueltas tratando de revisar y reconstruir las bases de sus sociedades y sus economías.
Las lentes de la justicia social, racial y de género ofrecen algo más que herramientas de análisis para esas revisiones. Muestran también el rumbo necesario para buscar soluciones creativas que superen las injusticias, los colonialismos, los patriarcados y los racismos heredados que persisten y que tanto nos enferman.
Tenemos que mejorar significativamente la justicia social a nivel global y en cada uno de nuestros países y comunidades locales si queremos sociedades más inmunes a esta y a otras pandemias que pueden venir.
Artículo publicado en la edición Nº 633 de la revista Ciudad Nueva.
1. CELAM, La cuestión social bajo el escenario covid -19 en América Latina. Diagnóstico de situación socioeconómica y ambiental en América Latina y el Caribe. Centro de Gestión del Conocimiento. Observatorio Socio-Antropológico Pastoral, Mayo 2021
2. CEPAL: https://www.cepal.org/es/publicaciones/47043-la-paradoja-la-recuperacion-america-latina-caribe-crecimiento-persistentes
3. OPS: https://iris.paho.org/bitstream/handle/10665.2/53361/OPSEGCCOVID-19210001_spa.pdf?sequence=5
4. CEPAL: https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/46620/S2000729_es.pdf?sequence=1&isAllowed=y