La escena transcurre en la ciudadela de Loppiano, es de noche. Un animado y variopinto grupo de personas conversan y discuten animadamente durante una cena y se quedan un largo rato después del café.
Estuvieron juntos durante toda la jornada para verificar si es posible la comprensión entre personas de diversas convicciones, algunos profesan una fe, otros son ateos. La conclusión es interesante: es posible comprenderse, aceptarse y hasta estimarse, superando barreras ideológicas varias, rompiendo así con “viejos prejuicios”.
El encuentro con personas tan distintas, tanto por sus idiomas, como por sus creencias; arrancó allá por 1978 cuando Chiara instituyó el “Centro para el diálogo con los no creyentes”. Aquella jornada de Loppiano, 17 años más tarde, oficiará de balance y desafío para verificar si este diálogo puede ser posible, profundo y sincero.
En la noche loppianense falta un miembro inquieto, Ugo Radica, quien fue a hacer guardia delante de la casa de Chiara. Cuando ella bajó del auto, de inmediato preguntó «Ugo, che cossa fai?», dándole el pie a nuestro guardia, quien informa: «Estoy con un grupo de amigos de convicciones de lo más diversas. ¿Por qué no venís a vernos mañana para conversar con ellos? ». Al día siguiente, Chiara Lubich comparte momentos junto a estas personas. Es el alumbramiento del “cuarto diálogo”, fruto del encuentro con este grupo, donde Chiara propone reemplazar al proselitismo por el “respeto recíproco”. Algo que se da con mayor frecuencia entre personas de ideas y culturas distintas. Una experiencia que entusiasma, que va adelante y se difunde con tenacidad y convicción porque, si el fin del Movimiento es “que todos sean uno”, sin aquellos que tienen otras creencias, o más aún ninguna, el poliedro tendría muchos menos lados, y no reflejaría la bendita diversidad de nuestra humanidad.
Como peculiaridad, lo que sucede en los encuentros del “cuarto diálogo” es algo impredecible. Esta es la garantía de la autenticidad, porque cada uno debe entregarse por completo, no hay lugar para las medias tintas.
Es una escucha, seguida de diálogo, en ese orden, que se ha vuelto internacional, pasando de Loppiano a más de cien naciones. Un estilo de vida revolucionario: escuchar, rumiar, y compartir fragmentos de vida, con personas que de otro modo uno no se reuniría.
Los frutos que pueden lograrse podríamos calificarlos como “de película”. No hay bajadas de línea: escucha atenta, fraterna, nada de proselitismo. El factor común: la fraternitas.
Invitamos a que nuestros internautas nos den datos sobre aquella génesis del “Cuarto Diálogo”: año, mes, día de la primera reunión y quienes fueron algunos de los intrépidos que iniciaron esta movida.
Excelente