En búsqueda del equilibrio

En búsqueda del equilibrio

El 2020 nos ha dejado diferentes aprendizajes que hoy debemos aprovechar para afrontar un año en el que la virtualidad y la presencialidad puedan convivir.

Cuando a comienzos de 2020 el covid-19 solo era un virus que llegaba a través de las noticias internacionales y por estas latitudes nos enfocábamos en iniciar el año con las energías renovadas, en estas mismas páginas resaltábamos los riesgos y las bondades del ambiente digital en general, apoyándonos en las palabras que el papa Francisco le dirigía a los jóvenes en su exhortación apostólica Christus Vivit.

Aquellos párrafos formaban parte de una edición de Ciudad Nueva destinada precisamente a poner en luz ciertos peligros, pero sobre todo las oportunidades que nos dan las redes sociales para vincularnos con los demás, “potenciando nuestra autenticidad y tender puentes de unidad”.

Si bien se trata de un tema siempre vigente en la sociedad de hoy, nunca pensamos que los conceptos y las experiencias volcados en aquel ejemplar serían de especial utilidad a lo largo de todo un año en el que la virtualidad fue la gran protagonista.

De pronto hubo un cambio que nos puso patas para arriba. Aquellos ámbitos como la escuela y el trabajo que habitábamos físicamente durante una buena cantidad de horas diarias se convirtieron de la noche a la mañana en espacios en los que computadoras y smartphones se volvieron esenciales; y otro ámbito, como el de la familia, recuperó una presencialidad al ciento por ciento, con todos los desafíos que esto generó en la mayoría de los hogares.

¡Cuántos trabajadores soñaban con tener más tiempo para su familia! ¡Cuántos niños deseaban contar con mamá y papá en cualquier momento del día! No obstante, esos primeros sanos sentimientos que podía generar una cuarentena forzada, rápidamente fueron invadidos por incertidumbres. Surgían nuevas preguntas a las que había que encontrar respuestas. Había que pensar nuevas estrategias para cada tarea, sin que nadie tuviera la certeza de cómo afrontar un contexto desconocido.

Las experiencias son tan variadas como personas hay en este mundo. Los contagiados, los que se recuperaron, los que no lo lograron y los que acompañaron a familiares enfermos; quienes afianzaron su trabajo y quienes vieron cómo se reducían sus ingresos al punto, en muchos casos, de perder el empleo; quienes disponían de los medios para adaptarse a una nueva realidad educativa y quienes experimentaban en carne propia el aumento de la desigualdad en el acceso al conocimiento; los que se sentían a gusto en casa y los que extrañaban salir por sentirse en riesgo en ese mismo techo… Y así podríamos enumerar miles y miles de situaciones en las que cada lector seguramente podrá verse identificado, entre ellas las de los trabajadores esenciales que han redoblado su amor por la tarea, permitiéndonos ser conscientes del imprescindible aporte que tantos hacen para que una sociedad vaya adelante.

Entonces comenzó un camino de un sinfín de aprendizajes, que aún no termina. Desde los actitudinales y relacionados a ciertos hábitos aprehendidos para el propio cuidado y el de los demás, hasta los más profundos y emocionales, relacionados con el valor que tiene el encuentro con el otro.

¿Cómo hubiera sido esta pandemia si no dispusiéramos en nuestra cotidianeidad de las herramientas digitales a las que hacíamos referencia al inicio? Comprobamos sin lugar a duda el beneficio de poder acercarnos a quienes tenemos lejos, quizá la mayor bondad que estas traen aparejadas cuando de forjar vínculos se trata.

No obstante, como en muchos otros aspectos, el riesgo está cuando aquello que potenció su rol para afrontar una emergencia se convirtió en el modus operandi de toda nuestra realidad. En el andar del pasado 2020 fuimos testigos de que la virtualidad puede ser un complemento de ayuda pero no la regla. Nos dimos cuenta de que la presencialidad está en nuestro ADN. En un trabajo, el contacto con el otro incide en nuestra creatividad, y en la escuela o universidades los vínculos y el conocimiento se construyen con mayor seguridad cuando un docente puede mirar a los ojos a sus alumnos.

El economista Luigino Bruni lo describía meses atrás: “Aquellos que, como yo, estén dando muchas clases online, incluso usando las plataformas más avanzadas, se habrán dado cuenta de que los alumnos más hábiles y motivados participan y aprenden, mientras que a los menos motivados les cuesta mucho, sobre todo si tienen algún problema anterior de aprendizaje. Es muy difícil saber desde casa qué sucede detrás de una pantalla con la cámara desactivada porque, según dicen, ‘no funciona’. Dentro del aula, un profesor atento mira, comprende, motiva, estimula. Hacer todo esto online, sobre todo con aulas numerosas, es muy, muy, difícil. (…) El virus dejará una escuela –no solo una economía– más desigual; y esta es una muy mala noticia, porque las desigualdades en la infancia y en la adolescencia se multiplican en la vida adulta”. (…)

Y en referencia al trabajo, remarcaba: “Tras el entusiasmo por los primeros webinars, en las últimas semanas estamos comprendiendo que estas plataformas de trabajo online funcionan bien para tareas individuales, funcionan más o menos bien para reuniones rutinarias, pero funcionan poco y mal para reuniones donde debemos encontrar soluciones nuevas para gestionar situaciones verdaderamente complejas y complicadas. En una palabra: funcionan poco y mal para activar las funciones más cualitativas de la inteligencia colectiva, que es indispensable para crear algo de valor juntos. La creatividad es el gran tema del trabajo online. Cuando la interacción se produce presencialmente, las expresiones de la cara, los matices, el tono de voz, el lenguaje facial y corporal y las palabras no dichas se convierten en inputs esenciales para que los demás miembros del equipo puedan relanzar, corregir, contradecir o desarrollar. A partir de ahí surgen las dinámicas maravillosas y raras de la acción generativa colectiva. Algunas dimensiones de la inteligencia colectiva se alimentan prevalentemente de la corporeidad” 1.

Hemos transcurrido un año de pandemia y son incontables los aprendizajes que seguramente pudimos incorporar. Aceptar la vida con covid y recordar aquella sin virus no debe llevarnos al reduccionismo de pensar que “todo tiempo pasado fue mejor”, sino a tomar lo más valioso de cada momento de la historia, para construir un presente equilibrado y enriquecedor. Para nosotros mismos y para quien tenemos al lado.

1. Diario Avvenire del 15/05/2020 y reproducido en la edición n.° 621 de Ciudad Nueva.

Artículo publicado en la edición Nº 628 de la revista Ciudad Nueva

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