Pasaron desapercibidas dos noticias positivas: la reconstrucción de la capa de ozono dañada y, en Ruanda, se acordó rápidamente reducir el uso de más gases de efecto invernadero.
Se ha dicho muchas veces que el error de los medios de presentar sólo el lado vacío de la botella consiste en reproducir sólo un aspecto de la realidad, soslayando lo otro. El sensacionalismo paga, a menudo, en el corto plazo con más público, pero en el largo plazo le resta credibilidad a medios que no informan y que de-forman.
Uno de los ejemplos más contundentes en estas semanas, y sobre un tema delicado para toda la humanidad, como la preservación del medio ambiente, es la reducción progresiva del agujero de ozono, lejos de los niveles de alerta de décadas pasadas.
En los años ’30 y ’40 del siglo XX aparecieron los gases inertes para heladeras y los spray: los clorofluorocarbonados (Cfc). Parecían perfectos y en poco tiempo se expandieron en todo el mundo. Hasta que se comprobó que subiendo a gran altura destruían progresivamente la capa de ozono que nos protege de los rayos ultravioletas más peligrosos del Sol. El agujero provocado a la altura de los polos suscitó alarma a medida que se fue ampliando. Hasta que en 1987 se logró consensuar el protocolo de Montreal que pidió evitar el uso de estos gases reemplazándolos con otros que no afectan el ozono. Con lentitud, es cierto, pero de a poco gracias a la capacidad de la industria de innovar, los Cfc quedaron prohibidos y eso benefició al planeta porque el tema del agujero de ozono quedó superado.
El tema, en todo caso, es que la misma prensa que antes alarmó a la población no consideró necesario dar el mismo espacio a esta noticia positiva, que indica que cuando la comunidad internacional se pone de acuerdo resuelve problemas, incluso cuando se trata de desafíos planetarios y superando egoísmos y miradas miopes.
¿Todo resuelto? No, porque el ecosistema del planeta es muy delicado y complejo y no hay soluciones fáciles. Los gases que han reemplazado los Cfc si no afectan el ozono, intervienen en el calentamiento global. Había que afrontar pronto este aspecto. Y se hizo hace unos días, demostrando que ante la presión de los eventos también estamos aprendiendo a trabajar juntos. Aunque con algunas resistencias, se pudo firmar el protocolo de Kigali (Ruanda) que compromete a los países a reducir el uso de estos gases. Comenzarán a hacerlo los países industrializados, luego de 2024 los demás, China e India incluidos.
¿El alcance de la decisión? Es como si desaparecieran de la atmósfera 70 mil millones de toneladas de Co2. Un resultado importante. Lástima que los medios informaron de la noticia de que la concentración de Co2 alcanzó el más alto nivel de concentración en la atmósfera el año pasado, pero obviaron la anterior, tan importante como ésta, que además vuelve a subrayar que con paciencia y constancia podemos obtener resultados esperanzadores.
Quizás es oportuno tener en cuenta esta lectura en vista de la próxima cumbre sobre medio ambiente que se celebrará en Marrakesh (Marruecos) el 24 de noviembre, la Cop22. Sigámosla desde la perspectiva de la humanidad que cuida de su planeta.