Alto el fuego

Alto el fuego

La crisis de los incendios de desmonte y campos. Un proceso creciente y descontrolado que afecta gravemente a buena parte del planeta.

Hace pocas semanas las provincias de Córdoba y Santa Fe registraron graves incendios forestales y de campos. Lamentablemente estos incendios también abarcaron las provincias de Corrientes, Chaco y Formosa principalmente, con menor cobertura en los medios, así como zonas extensas de Bolivia y de Brasil. Los ciudadanos argentinos y de otros países parecen haber descubierto los incendios de desmonte solo en los últimos años. Pero la realidad indica que este es un proceso creciente, descontrolado y muy grave que afecta a nuestro continente, África y Asia, donde la expansión de la frontera agropecuaria destruye ecosistemas vitales para el sostenimiento de la vida en el planeta, sin ningún criterio más que el del libre mercado para la maximización de la ganancia, que es lo opuesto a criterios de mercado basados en la equidad, la producción balanceada, orientada a cubrir las necesidades de la humanidad, el comercio justo de productos y servicios, en un marco de sustentabilidad ambiental, social y económica, como indica la Doctrina Social de la Iglesia y la encíclica Laudato Si’.

Esto mismo ocurre cada vez con más frecuencia en Australia, Europa meridional y oriental, en la costa oeste de los Estados Unidos, como consecuencia del cambio climático que ya está alterando el sistema climático de manera grave y significativa en varias partes del planeta, en especial del hemisferio norte. Los incendios de bosques y pastizales, antes ocasionales, son cada vez más frecuentes y descontrolados.

Los incendios de desmonte en Gran Chaco y Amazonia vienen creciendo de manera significativa desde aproximadamente 1995, coincidente con el surgimiento de la soja transgénica y el boom de consumo en China. A partir de ese año y hasta por lo menos 2010, Brasil cada año desmontó en Amazonia el equivalente o más a la superficie de la provincia de Tucumán. Estas zonas desmontadas se utilizaron para cultivos de soja y la ganadería en feedlot principalmente. En este modelo se genera un círculo vicioso entre producción de granos y una ganadería insustentable que se justifican y sostienen mutuamente. Pero al mismo tiempo se destruyen los servicios ecosistémicos (bienes y servicios que proveen los ecosistemas: agua pura, renovación de suelos, estabilidad climática, biodiversidad) que sostienen las grandes cuencas hídricas del continente: Amazonas, Orinoco y Cuenca del Plata, y agroecorregiones como la pampa húmeda, eficientes en producción de alimentos vegetales y animales, con gran potencial para la producción sustentable de alimentos. Además de destruir biodiversidad, este desmonte genera cambio climático y degradación de suelos, que pauperiza y enferma nuestro continente mediante la expulsión rural, la pérdida de una producción diversificada de alimentos y bienes de origen agrícola, la contaminación de aguas y desrregulación del funcionamiento de las grandes cuencas. No menos significativo es el surgimiento de nuevas enfermedades, como el covid-19 en Asia, o propagación de enfermedades antes erradicadas o contenidas como la fiebre amarilla por la migración forzosa de especies vectores.

El incendio puede ser parte del funcionamiento de algunos ecosistemas boscosos, como por ejemplo en la costa oeste de los Estados Unidos, o mismo en los bosques andino-patagónicos, eliminando exceso de materia orgánica a la par que renueva los bosques. Pero definitivamente no es parte del funcionamiento de bosques tropicales y subtropicales húmedos como el Chaco húmedo y Amazonia, así como en zonas de pantanos como el Pantanal y pastizales húmedos tropicales. Se estima que los incendios ocurridos en todos los sistemas boscosos del planeta son en un 95 % causados por actividades humanas, la mayoría intencionales.

El cambio en el uso de suelos genera un cambio climático regional, adicional al cambio climático global, que afecta inclusive buena parte de la pampa húmeda, no solamente la región desmontada. En otras palabras, el desmonte de nuestro continente hipoteca el presente y el futuro de nuestros países, cambiando el sistema climático, degradando todos los ecosistemas regionales y perdiendo biodiversidad esencial para el funcionamiento de los sistemas naturales y para potenciales aplicaciones productivas sustentables futuras. Y todo esto se hace en nombre de la producción de un brutal excedente de granos que no responde a la pirámide alimentaria que necesita la humanidad. Hoy, considerando el equivalente en proteínas y carbohidratos de trigo, arroz, maíz y soja, ya producimos las cantidades necesarias para alimentar a la población mundial estimada en 2050, alrededor de 10.000 millones de personas. Al mismo tiempo tiramos a la basura y desperdiciamos aproximadamente el 40 % de la producción total de alimentos vegetales y cárnicos del planeta.

En estos tiempos de covid-19 pensamos que la naturaleza quedó a salvo de la depredación humana. Hemos visto especies que creíamos desaparecidas, el retorno de algunas especies a las afueras o no tanto de nuestras ciudades. Sin embargo, durante este proceso muchos gobiernos en todos los continentes aprovecharon para relajar leyes de protección ambiental y el uso de recursos naturales. Se ha observado un incremento significativo de los incendios de desmonte en todo el planeta en los últimos meses, como si se quisiera aprovechar la menor circulación de personas y la atención puesta en la pandemia del covid-19 para destruir más rápido diversos ecosistemas boscosos antes que las sociedades vuelvan a preocuparse del ambiente.

Como ciudadanos y consumidores responsables debemos comenzar a ocuparnos para que los sistemas de producción de alimentos se adapten a las características específicas de cada ecosistema regional, respetándolo, para que dicha producción se apoye cada vez más en la biodiversidad local/regional y cada vez menos en pocos monocultivos cuyas semillas son producidas por oligopolios globales que generan dependencia y además destruyen la diversidad empresarial y cultural, para que las actividades productivas generen demanda de mano de obra local/regional y productos con valor agregado. Al mismo tiempo debemos exigir la protección de ecosistemas esenciales para la vida en el planeta. Recordemos que la vida da vida.

Artículo publicado en la edición Nº 626 de la revista Ciudad Nueva.

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