Soledad que abre la puerta a la solidaridad

Soledad que abre la puerta a la solidaridad

Nace una nueva cultura.

Para el nacimiento de una nueva cultura se deben observar tan solo tres palabras encadenadas: constancia, consuelo y esperanza. El camino hacia esa comunidad de destino –en el lenguaje común de los profetas– no es sencillo, aunque sí es cierto. Otros lo han transitado antes. Esta nueva humanidad tendrá necesidad de nuevos profetas, nuevos emprendedores, nuevos hombres en clave de relación. Que sepan que los otros, los no yo, son independientes tanto como interdependientes con mi existencia.

Estos nuevos emprendedores –insisto en esta misión, la de los profetas civiles– deberán cultivar dos aspectos de su personalidad que se reclaman entre sí: solidario porque en primer lugar se es solitario.

El arquetipo, el primer pedagogo comunitario –Moisés– lo entendió así. Su predecesor Abraham se hizo bajo el signo de dos palabras: “escucha” y “abandona”. Moisés forjará su misión en la palabra “ve”. “Ahora ve, yo te envío al Faraón, para hacer salir de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel” (Ex. 3,10). Esta palabra –pueblo– tiene su origen en Moisés y ha pasado sin desgastarse a lo largo de los siglos.

La orden “ve” anuda estos dos aspectos de la personalidad reclamados en los nuevos profetas como en los originales. Ve de la soledad a la solidaridad. Ve desde la soledad de Madián y el cara a cara con Dios hacia la solidaridad para con el pueblo esclavo y extraviado. El punto de encuentro de esa soledad y de la solidaridad, el punto de conjunción permanente de lo solitario y lo solidario, se sitúa en nuestro núcleo interior, en nuestro corazón.

Al igual que en aquella época, los nuevos emprendedores tienen por misión reunir a los nuevos excluidos. Aquel pueblo que nos narra el Éxodo había tenido comienzos muy buenos en Egipto en tiempos de José, pero tan pronto la prosperidad sucumbió se volvieron esclavos, con un crecimiento demográfico “galopante”. “Al ser tan fecundos, pulularon, llegaron a ser numerosos y sumamente poderosos…” (Ex. 1,7). Y, ¡qué bien se describe la actitud del gobierno ante ellos! “Tomemos hábiles medidas para impedirles que crezca” (Ex. 1, 10). Este modo hábil de tratarnos ya no es solo una medida de los “gobiernos” de la actualidad, se ha extendido a muchos niveles de nuestras vidas. Pero a pesar de los trabajos a que se les fuerza, a pesar de las comadronas a las que se dan consejos para la limitación de los nacimientos, todo será inútil. Porque el pobre, al igual que la vida, se abre paso, aunque incapaz por sí mismo, y no le queda otra cosa que lanzar su clamor. Clamor al que se le ha sumado hoy el mismo polvo del que nació, la Tierra.

Para el nuevo nacimiento, el nacimiento de la nueva cultura, el pobre debe ser por segunda vez elegido. El nuevo renacer requiere que otra vez el pobre sea elegido, pero en esta oportunidad por sus hermanos.

Volvemos a la figura de Moisés. Frente a este pueblo aplastado, ¿quién es Moisés? ¿Acaso un superhombre? En primer lugar, es un rescatado. Es el primero de ese pueblo, aunque no lo sabía, sacado de apuros. Sabemos nosotros que ya en el plano de la existencia, del ser, Dios no cesa de sacarnos de la nada, no cesa de sostenernos por encima de la nada. La cesta fue su primer hogar en solitario. Habrá otras cestas: el pesebre de Belén, la barca de Pedro en medio de la tempestad, el “¿Dios, mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” -.

Cuando el solitario ha vivido la experiencia de su impotencia, entonces, pero, sólo entonces, puede hacerse solidario. Hace falta tener el débito del don para acreditarlo a los hermanos. El emprendedor de la nueva cultura, se hace emprendedor para los pobres cuando ha experimentado el don recibido.

Puede sonar algo controversial. La comunión no es en primer término una semejanza, aun cuando sea heroica, llevada hasta el último término: conduce a un callejón sin salida. Hace falta cierta similitud, pero no semejanza. Para salvar a uno que se ahoga es preciso que me arroje al agua con él, no es desde la orilla desde donde puedo decir: “haz algo para salvarte”. Pero igualmente es preciso que yo sepa nadar mejor que él, si no habrá, probablemente, dos ahogados en vez de uno. ¡Cuántos jóvenes emprendedores de la nueva humanidad fracasan en el rescate porque se quedan en la orilla! Aniquilarse. Esa es la actitud, en el sentido etimológico, hacerse nada, para que el otro sea.

Hay, de todas maneras, una actitud deshonesta en este aniquilarse, si no tomamos en cuenta nuestra fragilidad. Cuando Moisés quiere solidarizarse con su pueblo, hacerse semejante, en los términos antes dichos, comete un pecado de juventud. Acude a la violencia. Mata al guardia del Faraón y lo entierra. El error más profundo no está en su reacción colérica, sino en obrar en su propio nombre antes de que sea enviado.

Otra vez, ¡Cuántos jóvenes y no tan jóvenes emprendedores de la nueva humanidad fracasan en el rescate, porque estiman que solo ellos son los hacedores del rescate!

El Cardenal Newman decía que cuando un hombre está en plena juventud, o aspira a un gran hermoso proyecto, quiere realizarlo de inmediato, y “Dios le hace esperar”.

Luego del asesinato, Moisés tuvo que esperar en el desierto, alejado cuarenta años, solitario. Sin nuestra propia vida de soledad, de oración, no habrá solidaridad verdadera. “Hágase tu voluntad y no la mía”. Hay una larga preparación. Tanto para Moisés como para el emprendedor de la nueva cultura, hay que seguir las etapas. Primera: abandonarlo todo. Segunda: Salir de la propia impulsividad, desprenderse del temor y del miedo. Tercera: pasar por la humildad. Cuarta: durante ese tiempo en el desierto, se da la etapa más dura. Escuchar a Dios, entrar en la intimidad con Dios. Pero no está terminado. Porque comenzará un nuevo desierto, otros cuarenta años, pero un desierto que recibirá a una masa humana de la que el emprendedor hará una nueva comunidad. Cuarenta años de murmuraciones contra el hambre. Murmuraciones contra la competencia y los que no piensan lo mismo. Murmuraciones y murmuraciones que pasarán si sabemos sostenernos en la fidelidad a nuestra misión, la de poner a la persona en el centro.

*El autor es presidente de la Fundación Charis Argentina.

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  1. Muy hermoso. La persona en el centro, difícil pero necesario. Gracias

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  2. Ana Maria Amarante - Argentina 30 abril, 2020, 19:23

    Excelente tus escrito Enrique Garcia, nos hacen reflexionar en estos tiempo, hoy, como a Moises, la “Soledad para la comunion”. Son reflexiones con Esperanza.
    Muchas gracias

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  3. Luciana Squizziato 5 mayo, 2020, 12:00

    El Don de la Palabra justa! Gracias Enrique y que Dios siga iluminando tu soledad y solidaridad!

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