Cuando la esperanza llama a la puerta

Cuando la esperanza llama a la puerta

En la provincia china de Wuhan, punto de diseminación del coronavirus, las personas que hacen reparto a domicilio en bicicleta, en moto o a pie, no dejaron de trabajar, y fueron el único punto de contacto con millones de personas durante el aislamiento de aquella región frente al brote del coronavirus.

Estos repartidores, hoy salvadores, fueron hasta hace muy poquito tiempo en China, personas omnipresentes pero invisibles. Su rol salvador hizo que las personas cambiaran su mirada sobre ellos. Ahora son visibles y su trabajo es valorado por la sociedad. Esta conducta parece extenderse del Lejano Oriente al resto del mundo.

Esta crónica se basa en el artículo de Vivian Wang publicado en el NY Times el viernes 21 de febrero, donde Vivian describe la crónica de Zhang Sai, un repartidor que bien podría formar parte de las cadenas Rappi o Glovo por estos lares.

Comienza describiendo la duda existencial del bendito motoquero Zhang quien estaba frente a un dilema existencial: tenía un paquete de comida para entregar, pero la directiva era no llevar el envío hasta la puerta del departamento, sino que debía ser entregado en la entrada del edificio. En su interior recuerda que la mujer que llamó por teléfono estaba desesperada: la comida era para su madre, que no podía bajar a recibirla. Zhang se decidió entonces por violar la norma, entregaría el pedido y saldría raudamente. Subió y mientras apoyaba la bolsa en el piso, la puerta se abrió. Entonces salió volando. Sin darse cuenta tocó el botón del ascensor con el dedo, y al darse cuenta se asustó, porque aquella diminuta superficie podía transmitir el virus …

Regresó a la sede de entregas de “Hema” con ese dedo en el aire, para que no tocara a los demás. Todo un logro mientras conducía su moto.

Este repartidor no programó tomarse ni domingos, ni feriados, ni siquiera cuando el brote empezó a diseminarse por la provincia y a volverse más letal. El tema es que durante la coronacrisis primero en China, luego en el resto de la Madre Tierra, los repartidores colegas de Zhang son el sinónimo de la redención: nos comunican con el resto del mundo, llevando alimentos o medicinas entre otras cosas. Para infinidad de personas, ellos son su única conexión con el mundo exterior.

En Wuhan, 11 millones de personas guardaron una rigurosa cuarentena, donde cada familia puede enviar solo un representante a comprar lo necesario una vez cada tres días.

Hubo 75 000 infectados y 2 200 víctimas del coronavirus.

Zhang trabaja en “Hema”, una cadena de supermercados del gigante del e-commerce oriental, Alibaba. Su ropa de trabajo de color azul con el logo de un hipopótamo, le permite circular por las desiertas calles de Wuhan. Su esfuerzo laboral es para alimentar a su esposa, sus mellizos de cuatro años y a su padre. Para llevarles el pan a la mesa, Zhang siguió adelante aún en medio de la pandemia. Esto llevó a que las personas sean mas amables con la totalidad de los repartidores: desde que se inició el brote de coronavirus, todos los clientes, les dan las gracias.

Otro pequeño gran cambio de nuestro fraternal repartidor fue modificar hábitos: tiempo atrás, luego de su trabajo, veía una peli, o se juntaba con amigos. A partir de la experiencia del Coronavirus en Wuhan, cada noche, escribe algo en su diario y lo comparte a través de varios portales. La pandemia del coronavirus hizo que algunas personas sellaran su boca para siempre. Esto impulsó a Zhang a alzar su voz, a través de la escritura, “Ahora quiero hablar”.

La próxima vez que suene el timbre de tu casa y alguien haga entrega del pedido, miralo a sus ojos: bien podría ser un Nazareno del siglo XXI.

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