La ley suprema silenciada

La ley suprema silenciada

25 años del atentado a la AMIA.

Qué difícil es explicarle a los no judíos qué significa pertenecer a este colectivo humano llamado judaísmo.

No todos creemos lo mismo.

Es más, nadie nos exige creer.

No todos practicamos los mismos rituales.

No todos practicamos.

No todos estudiamos los mismos textos.

No todos estudiamos.

No somos exclusivamente una religión.

No somos por definición un pueblo como otros.

Alguien intentó clasificarnos como raza para aniquilarnos, pero definitivamente no somos una categoría racial.

No somos una posición política.

No vivimos todos en Israel.

No vivimos todos en la diáspora.

No comemos lo mismo.

No cantamos lo mismo.

Y con todas estas dificultades para definirnos no podemos dejar de reconocer que somos parte de esto que llamamos judaísmo.

A mí me sirve pensar que somos un grupo de personas que nos constituimos como pueblo en torno a una legalidad.

Somos parte de una legalidad con todos sus matices.

Somos pueblo desde el momento en el que se nos entrega la Torá. Nos hicimos verdaderamente libres cuando recibimos la ley.

Una legalidad que nos inserta en la vida comunitaria y nuestros compromisos con ella.

Y cuando decimos ley, lo que nos aparece en la cabeza es el orden, la justicia, el bien común, el límite al salvajismo. Nadie puede negar que cuando decimos ley, lo asociamos a una dimensión que aporta a la construcción de lo social.

Ahora bien, hay diferentes palabras que definen distintos tipos de leyes en la Torá. A veces leemos sobre Mishpatim que son las leyes que rigen las relaciones entre los hombres. Leemos sobre Eduiot, que son aquellas leyes que incrementan la toma de conciencia acerca de Dios y en algunos casos se habla de Jukim, quizás las más complejas porque la Torá no da razones concretas que las justifiquen.

Y acá me quedo. En esta última palabra. Juká. Ley sin explicaciones que justifiquen su cumplimiento.

Porque este Shabat que pasó leímos de la Torá parashat Jukat.

Que relata el ritual que se debe realizar para purificar a una persona que estuvo en contacto con la muerte.

Y entendamos el concepto de purificación que nada tiene que ver con la limpieza. Alguien se vuelve impuro cuando tiene la experiencia del contacto con la finitud, la del que se fue, y también la propia. Hay que hacer algo que le permita a esa persona volver a la vida. Hay que ocuparse del “impuro”, acompañarlo en el proceso para que se recupere de la sensación de abismo que causa en contacto con la muerte.

Pero no sólo de ese ritual habla Parashat Jukat sino que también en esta parashá leemos de la muerte de dos de los tres grandes líderes de Israel en el desierto, Miriam y Aharón, y no solo eso sino que es también en esta parashá que Moshé- tras un confuso episodio con una roca y el agua- será sentenciado a morir fuera de la tierra de Israel.

Y aunque no se entiendan ni se expliquen los diferentes elementos que tenía este ritual de purificación, había que cumplirlo cada vez que alguien era golpeado por la fatalidad de la muerte. Una vaca roja hecha cenizas, agua pura, ramas de cedro, de hisopo, lana… en fin… una especie de pócima con la que se rociaba a la persona en cuestión. Pero no es el detalle lo que me convoca sino esta decisión de hacer una juká- una ley más allá del entendimiento y la razón- para sanar el dolor y la pérdida. Una ley que no se negocia ni se adultera. Una ley que nos moviliza desde las entrañas. Una ley superior que nos convoca desde nuestra más profunda humanidad. Porque de eso estamos hablando: del respeto y la defensa de lo humano hasta el final de los días.

Y no estamos hablando sólo del desierto. Ni de Moshé, Miriam y Aharón solamente.

Hoy, a pocos días del 18 de julio, y desde hace 25 años hablamos de Silvana, Jorge, Moisés. Carlos, Yanina, Naum, Sebastián, David, Hugo, Rebeca, Dora, Favio, Romina, Emiliano, Gabriel, Viviana, Paola, Jacobo, Cristian, Diego, Ramón, Norberto, Faiwel, Mónica, Alberto, Martín, Ingrid, Leonor, Fabián, Guillermo, Erwin, Kuky, Cynthia, Andrea, Silvia, Carlos, Emilia, María Luisa, Analía, Carla, Elena, Esther, León, Berta, Luis, Agustín, Jesús, Andrés, Gregorio, Iliana, Buby, Mónica, Elías, Germán, Rosa, Roberto, Abraham, Silvia, Olegario, Noemí, Félix, Marisa, Ricardo, Rimar, Fabián, Pablo, Mauricio, Néstor, Mirta, Liliana, Naum, Juan Carlos, Emilia, Mariela, Marta, Ángel, Eugenio, Juan, Gustavo, Isabel, Danilo, Julia, Rita, Adhemar…

Hablamos de ellos y de la ley. Que no existe. De la justicia que no llega. Porque el concepto de juká se corrompió y porque ya no conmueve- pareciera ser- el contacto con la tragedia. Hoy las leyes se amparan en los reglamentos y procedimientos, en las pruebas, contrapruebas, las fojas, los silencios y el tiempo que sigue pasando. Y mientras los rostros de los muertos quedaron eternamente en la edad en la que fueron asesinados, los rostros de sus padres, de sus hermanos, de sus esposas están envejeciendo por el paso de los años y porque no pasa nada…

En tiempos bíblicos existía ese jok- esa ley inviolable e innegociable para confortar a quien había sufrido la pérdida

Nuestro jok, nuestra ley más allá de los procedimientos legales por el atentado y sus encubrimientos; nuestro jok es la memoria; es seguir diciendo del dolor y la desolación por la falta de culpables. Nuestro jok es la educación para no anestesiarnos, ni dejar la tragedia en el pasado; porque al no haber justicia, el pasado retorna como herida abierta cada día de nuestro presente.

En el hebreo bíblico, la palabra zajor- el imperativo de recordar y la palabra shamor- el imperativo de cuidar, son palabras que se intercambian. Recordar y cuidar, cuidar y recordar. Recordamos cuando asumimos la responsabilidad de cuidar. Y no hay cuidado que no esté arraigado en los aprendizajes de la memoria.

El acto de la memoria es un acto de protección, no sólo de los familiares que viven todos los días la ausencia de sus seres queridos sino de todos los que somos testigos, en esta generación y en las siguientes.

Una memoria ensuciada por la impunidad produce una sociedad contaminada por la trivialidad y la injusticia.

Tenemos que cuidarnos para poder cuidar a quienes nos sucederán.

En la Torá en el libro de Dvarim está escrito:

“Solo que, cuídate y cuida bien tu alma, para que no olvides las cosas que tus ojos han visto y para que no se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; y tienes que darlas a conocer a tus hijos y a tus nietos.”

No podemos legarles a nuestros hijos la herencia de un acto por año, con personas todas juntas, que se miran y son miradas en silencio, como una foto que se repite, casi sin variantes.

En épocas bíblicas el doliente salía del campamento hasta que el cohén con el ritual de la vaca roja lo purificaba y lo incorporaba nuevamente a la vida comunitaria.

Y con los muertos de la AMIA paradójicamente quedamos todos encerrados detrás de pilotes, rejas y seguridades que terminan ahogando muchas veces nuestras voces y nos van anestesiando la conciencia.

Es tiempo de que las rejas se abran para dejar de esconder nuestros rostros de dolor tras las murallas.

Es tiempo de que los pilotes dejen de encerrar nuestro reclamo.

Es tiempo que los que estén adentro, sean los culpables, mientras nosotros volvamos a caminar libres por la calle.

Que se haga justicia.

  1. horacio bottino 3 agosto, 2019, 23:01

    ¡Así sea!

    Reply

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