Elegido para hacerse cargo de una arquidiócesis fuertemente golpeada por escándalos, algunas declaraciones revelaron una pobre visión teológica.
Carlos Irarrázaval no será obispo auxiliar de Santiago de Chile. Luego de haber sido elegido por el papa Francisco para ese cargo, el propio Bergoglio ha aceptado su renuncia, por lo que volverá a dedicarse a la tarea sacerdotal en la parroquia santiaguina donde estuvo hasta la fecha.
La noticia ha sido oficializada hoy viernes por la Arquidiócesis de Santiago a través de un escueto comunicado, en el que se señala que el papa Francisco aceptó la renuncia del obispo electo y que “la decisión ha sido fruto de un diálogo y de un discernimiento conjunto”.
Hace varias semanas atrás, el sacerdote, supuestamente elegido para trabajar en una diócesis duramente golpeada por los escándalos en torno a los abusos sexuales y la manera de manejar esa situación, que llevó a todos los obispos chilenos a presentar la renuncia a su cargo pastoral, asombró con algunos dichos. Las afirmaciones de Irarrázaval a un medio de prensa suscitaron estupor no tanto por el tono poco abierto al rol de la mujer y al diálogo con los hermanos judíos, sino por la pobreza de sus argumentaciones, incluso en el plano teológico.
El religioso señaló en ese momento que “en la última cena no había ninguna mujer en la mesa y eso tenemos que respetarlo”, además de generalizar ciertos comportamientos que habría observado en la comunidad judía. Una observación, esta última, que revelaba un relativo contacto con el judaísmo y sus expresiones.
En el caso de la afirmación de la ausencia de mujeres en la última cena, suscitó estupor que el sacerdote soslayara que la Iglesia considera como momento fundante el evento de Pentecostés, donde sí estaba presente la madre de Jesús, y no la última cena de la que, en realidad, se tiene poca información y más bien mucha iconografía. La pobreza y el desenfoque de ese argumento fue revelador, posiblemente, de una visión de la Iglesia que no está en sintonía con el espíritu de reforma que el Papa está impulsando en la catolicidad y, muy especialmente, en las comunidades de Chile. En el país el impacto de los escándalos por abusos sexuales ha sido doblemente devastador, por los hechos en sí y por la poca consideración que se ha tenido de las víctimas, pero también por una visión de la vida eclesial fuertemente centrada en ese clericalismo que Bergoglio está tratando de erradicar.